Diciembre es del comercio. Pero, ¿quién piensa en febrero?
Diciembre es el mes del comercio por excelencia. Es un mes que se recibe con ilusión. Las luces están encendidas, los escaparates a punto, las calles llenas, hay campañas institucionales, Black Friday, Feria de Navidad, el Tió… Todo parece acompañar.
Pero cuando pasa la ola, ¿qué es lo que queda? Porque la
realidad es que muchas tiendas históricas siguen cerrando. Y si no ponemos el
foco más allá del impulso puntual, si no pensamos en el largo plazo, si no
damos herramientas reales para profesionalizar, el comercio local seguirá
cayendo poco a poco, en silencio.
El paso de comerciante a
retailer es un cambio de mentalidad. Es pasar de vivir el día a día a construir
un proyecto empresarial. Es dejar de apagar fuegos para pensar en márgenes,
marca, experiencia, comunidad.
Y para eso no basta con
pasión: también hacen falta recursos, formación, apoyo estratégico y medidas
que acompañen este salto tan difícil. Porque, a día de hoy, las ayudas reales
para crear comercio longevo siguen sin llegar.
Barcelona protege mobiliario antiguo, pero no protege lo
esencial, que son las ganas de seguir dando servicio.
Forn La Llana, en el barrio de
Sant Pere, es un ejemplo de ello. En una entrevista reciente, los propietarios
explicaban que llevan décadas encendiendo el horno cada madrugada. Pero su
relevo no está asegurado, porque el hijo no quiere (ni nadie) acostarse a las
seis de la tarde para levantarse a las once y media y trabajar de noche.
Les han ofrecido abrir todo tipo de comercios en su local,
pero ninguna panadería artesanal. Y tampoco su local está catalogado como
protegido. Todo depende de su fuerza de trabajo, hasta que un día el negocio
desaparezca.
¿Y qué decir de la ferretería
Valls, en la calle Comte d’Urgell?
Con 125 años y cinco generaciones al servicio del barrio,
no fue declarada emblemática porque cambiaron los cajones. ¿Cómo puede ser que
el valor patrimonial pese más que el valor humano? En este caso, el equipo
familiar ha sabido adaptarse, resistiendo al avance de las grandes superficies
primero y ahora abriéndose al comercio online. Pero no todos pueden, ni todos
quieren, porque para innovar, hay que tomar un riesgo.
Y acompañar al comercio, no es poner una placa
conmemorativa ni declarar una fachada como histórica. Es formar, apoyar en la
transición generacional, facilitar traspasos, impulsar la transformación
digital. Es escuchar de verdad las necesidades de cada barrio y de cada tienda.
En nuestra ciudad tenemos
muchos ejemplos que podrían inspirar este cambio. Negocios que combinan
herencia con evolución, y que resisten porque han sabido mantenerse vivos. Pero
también porque han tenido un entorno que, al menos durante un tiempo, los ha
respetado.
Por eso, en estas fechas, es
un buen momento para reflexionar sobre la cultura del comercio.
Una cultura que mire al pasado
para proyectarse al futuro, que no se limite a gestionar lo simbólico, sino que
apueste por un fondo económico y estratégico, también, capaz de activar el
comercio de base en los barrios.
Que dé recursos reales a quienes están dispuestos a dar el
paso de paradista a empresario. Porque sin ese cambio de mentalidad, sin esa
apuesta conjunta por el oficio y la empresa, el comercio tradicional seguirá
siendo solo eso: tradicional. Pero no necesariamente longevo.
En nuestra ciudad tenemos
negocios que han resistido guerras, crisis y confinamientos. Pero no podemos
seguir confiando que sobrevivirán sin más.
Necesitamos un fondo más
político, económico y emocional para que no sea necesario llegar a diciembre
para hablar de comercio.
Porque si no cuidamos el día a
día, llegará febrero…
Jorge Mas
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