Por un periodismo antifascista
Vestido únicamente con una corbata verde brillante y en
la cama, Matteo Salvini líder de la Lega –el partido ultraderechista italiano–,
sonreía relajado desde una de las portadas del XLSemanal.
En las redes, las críticas a este suplemento del ABC
incendiaron como respuesta una polémica más: “A favor de que los periodistas
hagamos entrevistas y reportajes sobre casi cualquiera, piense lo que piense.
Una cosa es eso y otra ayudar a un xenófobo a hacer (literalmente) más sexy su
mensaje”, dijo Juanlu Sanchez, subdirector de Eldiario.es.
Pero también: “normalicemos el fascismo cuqui”; “ya se
sabe que lo que los nazis necesitan es una portada blanqueante” o “no, no da ninguna
risa, sus decisiones matan personas y están marcando la política migratoria
italiana”.
La ambivalente realidad de hoy es que en el mundo de la
información viral, la polémica vende, la indignación y las críticas también
pueden ser un buen combustible para el disputado click.
Últimamente
oímos mucho lo de “blanquear”, “banalizar” o “normalizar” el fascismo
–postfascismo, neofascismo o ultraderecha; la cuestión nominativa también tiene
miga–.
Es evidente que políticos como Salvini que forman parte
de gobiernos o tienen representación en parlamentos nacionales dan lugar a
hechos noticiosos y sus declaraciones son de interés público.
Por tanto, para el periodismo supone un reto formidable:
¿Cómo comunicamos declaraciones que sabemos tratan de
generar rechazo hacia los inmigrantes o las minorías?
¿Cuál debería ser el tratamiento de estos fenómenos por
parte de un periodismo comprometido con la democracia y los derechos humanos?
Las fotos
que acompañaban el artículo de Salvini, además de la sexys y desenfadadas de la
cama, eran imágenes familiares: Matteo con su mujer, Matteo con su hijo en la
feria.
En fin, qué tipo tan guay, qué fácil es cogerle hasta
cariño.
El contenido del articulo reafirmaba un poco esa
imagen de “niño terrible”, con declaraciones racistas enunciadas con toda
normalidad en un popurrí gracioso y sorprendente: “el revolucionario que se
dejó barba para parecerse al Che y se enorgullecía de defender al proletariado
hoy es el azote de inmigrantes y gitanos”.
Excelente contraejemplo el de este artículo de cómo no
contar el neofascismo.
El New York Times también
dio lugar a una polémica el año pasado por un reportaje que retrataba a un
supremacista blanco en su vida cotidiana como un tío normal que hacía
magdalenas y que tenía en casa un pelador de piñas.
Aunque el editor defendió
la necesidad de este tipo de articulos para conocer “los rincones más
extremos de la vida Americana”, el autor de la pieza, Richard Fausset acabo
reconociendo que esos detalles íntimos del vecino facha no ayudaban
demasiado a comprender el fenómeno.
Aquí tenemos nuestros propios ejemplos, como este
artículo de Vice que se titula “ ¿Dónde van los fascistas españoles de
vacaciones?”” y en el que se entrevistan a varios miembros del grupo neonazi
Hogar Social de Madrid trístemente famoso por su campaña de publicidad que
consiste en dar comida a familias necesitadas siempre que sean españolas.
En esta pieza descubrimos lo que hacen los nazis en su
tiempo libre y que en definitiva, son como nosotros aunque lleven una esvástica
tatuada en el tobillo.
¿Por qué ofrecerles una plataforma para
expresar sus ideas racistas libremente en un ambiente amable sin ningún tipo de
cortapisa?
A Hitler le gusta el pastel de grosella
En
realidad, estas cuestiones no son nuevas para el periodismo, desde 1935 hasta
1939, el New
York Times sacó hasta cuatro historias centradas en las
diferentes casas de Hitler.
En 1939, mientras las tropas alemanas marchaban sobre
Polonia, publicó un reportaje sobre su casa de campo en los Alpes donde se
describía su rutina doméstica e incluso lo que comía.
Este tipo de reportajes humanos formaron parte de una
campaña de prensa internacional para poner en valor la vida privada de Hitler
que los nazis utilizaron para transformar su imagen pública: de probélico líder
racista a “genial gentleman bávaro”, como explica la investigadora
Despina Stratigakos.
Las fotos de Hitler –cariñoso con los niños y los
animales, tan majo él, que era aficionado a la decoración– aparecieron en otros
muchos medios como Life,
en momentos donde ya era evidente la naturaleza brutal del régimen
nacionalsocialista.
En el caso
del Hogar Social hemos podido ver abundantes ejemplos, con amplias entrevistas
a su líder Melisa Domínguez o en reportajes amarillistas como este de Un Tiempo
Nuevo donde aparecen dando comida a españoles necesitados y charlando con
los vecinos.
De nuevo, se les ofrece una plataforma para explicar sus
ideas xenófobas en un contexto más que amable, donde la presentación neutra del
periodista se limita a repetir sus argumentos sin ningún tipo de valoración o
contraste.
En realidad, lo que se busca –y se acaba encontrando–, es
una pelea con un grupo antifascista que los intenta expulsar del barrio.
Al final, como el punto de vista es el de los miembros de
Hogar Social, acaban apareciendo incluso como víctimas de los violentos
antifascistas, cuando ellos, pobres nazis amables, solo hacen tareas sociales.
¿Libertad de
expresión, deber de informar o responsabilidad?
Este es un
debate muy vivo en los medios.
Explicaba hace poco la directora
de opinión de El País, Máriam Martínez-Bascuñán, el dilema al que se
enfrentaron las revistas The
New Yorker y The Economist ante la posibilidad de
incluir al neofascista Steve Bannon en sus foros de discusión.
Mientras la primera acabó suspendiendo la invitación, la
segunda accedió. “En el fondo, aceptar la participación de Bannon en un foro de
debate implica normalizar su discurso xenófobo”, concluye Bascuñán.
Normalizar significa tratar estas opciones como una más,
al mismo nivel, e igual de aceptable que las otras que ofrece nuestro sistema
democrático, aunque ellas no lo sean.
A veces se
dice: las ideas de extrema derecha se deben derrotar en debate abierto por eso
no se puede ocultar lo que piensan su representantes.
¿Pero cómo se hace?
¿Vale cualquier tipo de entrevista?
¿Es oportuno darle espacio a los líderes de Vox o eso
significa proyectar su discurso discriminatorio? (Y quien dice Vox, dice Jean
Marie Lepen o cualquiera de los ideólogos de estas opciones de ultraderecha.)
Tampoco se
trata de borrarlos de los medios –ocultarlos no significa que sus ideas no
tengan otras vías de penetración–, sino de encontrar la forma más adecuada en
cada momento.
En la televisión alemana ZDF entrevistaron al
líder de extrema derecha Alexander Gauland, de Alternativa para
Alemania (AfD), en prime
time.
Durante los 19 minutos que duró entrevista no le
preguntaron nada sobre refugiados o inmigrantes sino sobre cambio climático,
jubilaciones, digitalización y otros temas que evidenciaron sus dificultades en
responder a estas cuestiones y que hicieron patente su falta de ideas,
propuestas y conocimientos.
El veredicto: Garland y AfD quedaron en ridículo.
En
cualquier caso, no todos los representantes de ultraderecha son siempre torpes
hablando de estos temas. Por tanto, se trata de no proporcionarles gratis una
plataforma pública de expresión desde la que puedan lanzar sus mensajes de
odio.
Los medios de comunicación son altavoces, eso implica
meditar cuidadosamente cómo van a quedar reflejados.
En realidad, cuanto menos posibilidades tengan los
neofascistas de argumentar en medios, mejor y las entrevistas deberían estar
muy meditadas.
Si se les da voz, mejor que sea en un contexto análisis
por parte de los periodistas, no bajo la pretensión de “neutralidad” tanto en
los comentarios como en las preguntas.
Sus opiniones se tendrían que contextualizar y se debería
evidenciar sus contradicciones, invenciones, exageraciones o mentiras. (En
realidad, es lo que deberíamos hacer con cualquier político pero aquí hay que
redoblar esfuerzos porque nos jugamos mucho).
La culpabilización del diferente o la guerra entre pobres
que impulsa el neofascismo son un virus, una vez inoculado, es muy difícil
extirparlo del sentido común que ellos construyen sobre el miedo y la
precariedad vital.
Por un periodismo
comprometido
De hecho,
este verano tuvimos ración de exageraciones y mentiras respecto a la
inmigración por parte del líder de uno de los principales partidos Españoles,
Pablo Casado y sus millones de africanos esperando a asaltarnos.
Esas posiciones –así como los jugueteos de Cs en
los barrios pobres de nuestras ciudades– han abierto un escenario
sobre lo que puede ser dicho y ahora empezamos a asistir a una culpabilización
a los extranjeros de cosas muy variadas que nada tienen que ver con la
inmigración.
Sin ir más lejos, el PP de Madrid la responsabiliza de la
masificación en las aulas en los barrios más pobres –en las que ellos no
invierten recursos– o la falta de atención social a los menores tutelados.
Este tipo de opiniones allanan el camino al otro racismo
más radical de Vox, que está subiendo en las encuestas.
Por tanto, debemos estar alerta, no solo contra los que
más fácilmente etiquetamos como ultraderecha, sino con todas las actitudes,
discursos y opiniones de los que empujan hacia la fascistización social.
Precisamente, la extrema derecha en Europa y EEUU viene
con nuevos discursos más complicados de identificar o de contrarrestar.
También es tarea del periodismo analizar estos nuevos
fenómenos. (Así como describir las condiciones económicas y sociales –los
recortes, la retirada del Estado del bienestar, la inseguridad vital– que les
proporcionan espacio social).
Con su
imagen de antisistema –incluso con una comunicación contracultural y satírica
como el caso de la Alt Right– muchos de estos ultraderechistas han conseguido
horadar los consensos sociales mínimos que impedían decir en público según que
cosas, gracias a lo que ellos llaman la lucha contra lo “políticamente
correcto”.
Así, han ocupado el discurso público convertidos en
opciones atractivas para una industria periodística muy cercana en ocasiones al
mundo del espectáculo y sujeta a la dictadura del click.
Es un tema
complejo cuya discusión tiene que empezar a ocupar más espacio en las redacciones
periodísticas y que nos exige mucho como profesionales y como ciudadanos que
producimos información en las redes.
Como dice el periodista
Roberto Saviano sobre el fascismo en Italia, hay que tomar
partido: “No tenemos elección. Hoy callar es lo mismo que decir que lo que está
pasando, por mí, vale”.
Nuria Alabao
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