¿Estaremos esperando a Companys, para repetir su historia?
“No hay nada que hacer”, con estas palabras,
desoladoras y lúcidas, premonitorias, se abre la obra maestra de Samuel
Beckett, “Esperando a Godot”, estrenada en 1953, y que parece haberse
adelantado a tantas situaciones y conflictos, que hemos vivido y que seguimos
viviendo, con angustia y un poco de desesperación, y que de momento no
encuentran ninguna salida de alivio, como el atolladero catalán, que lleva
tiempo dando vueltas sobre sí mismo, para empezar siempre de nuevo.
Sin avanzar un solo milímetro, como si no hubiera
solución.
O como si un muro infranqueable e indestructible
impidiera seguir adelante y salir del dramático agujero, en que Cataluña está
metida, aureolado de negras nubes de tormenta, al acecho.
Porque todos los interlocutores son inocentes y
le echan la culpa de todo al otro.
Soluciones hay muchas; pero nadie, al parecer,
quiere buscarlas de verdad o le dejan buscarlas, los poderes ocultos, que nos
manejan como hilos de marionetas.
Cada día se enconan más las conversaciones para
acabar de una vez con esta espera desesperada.
El diálogo de sordos, también muy beckettiano,
continúa impidiendo dar un paso hacia adelante.
Hay que tener mucha buena voluntad para aguantar
esta deriva.
Godot, como en la obra original, no acaba de
llegar y todos lo siguen esperando, como al fin de la angustia.
El PP, ya se sabe, cortando por lo sano, según su
tradición de violencia institucional, volver al 155, judicializar la política,
no escuchar a nadie, sino a su propia determinación de origen, “la calle es
mía”, que diría Manuel Fraga, su fundador.
No al diálogo, como el general Franco, que no
dialogó en su vida y le fue bien, aplicando el 155 a todo el país.
El PSOE, con su estigma de origen, preso de sus
contradicciones, entre el orden y la revolución, entre el inconformismo y la
acomodación, baila en el vacío, entre la Constitución neofranquista y el
federalismo decimonónico y los “land” alemanes, como ejemplo a seguir, que el
Mercado, como señor supremo, no parece querer ampliar, ni aceptar, ni tolerar,
ni siquiera experimentar.
Y el resto de los partidos siguen estos pasos.
Ciudadanos, cada vez menos dialogante y los independentistas, cada vez más
intransigentes.
Las circunstancias mandan y Beckett, una vez más,
tiene razón: “No sirve para nada”, dice un personaje, después de una larga
espera inútil.
¿Estaremos esperando a Companys, para repetir su
historia?
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