Un problema europeo

La situación que Catalunya ha creado en Europa nos recuerda que los imprevistos son uno de los fenómenos más interesantes y peligrosos de la vida.
Cuando una situación desconocida trastorna a una persona o a una sociedad enseguida se activan un conjunto de mecanismos de defensa más o menos inconscientes para tratar de rechazarla o de integrarla en los esquemas hegemónicos de la manera más estética y barata.
Las novedades que nos cogen por sorpresa, con la agenda llena de otros compromisos, nos pueden servir para tratar de transformar nuestro entorno y afinar los prejuicios.
Pero también son una gran excusa para justificar estancamientos y regresiones y alimentar posteriores colapsos.
El pasado siempre nos persigue.
Es así como nos obliga a luchar por nuestro futuro, o como nos va acorralando hasta ahogarnos en un mar de excusas cada vez más pueril y más caótico.
Estos días resulta especialmente ilustrativo ver cómo el caso catalán atrapa a todo el mundo en contradicciones antiguas que a menudo creía superadas.
Es pedagógico ver cómo tertulianos y políticos catalanes, independentistas o no, que habían deformado la realidad y las palabras para salvar sus intereses se indignan porque los españoles y los europeos no se comportan como ellos esperaban.
Por suerte, no es solo en Catalunya que la historia se repite en forma de farsa.
En Madrid los demócratas que dicen que la autodeterminación es ilegal y que la independencia es imposible se van adentrando en la mentalidad autoritaria que sirvió para forjar la sacrosanta unidad de España.
Algunos analistas internacionales empiezan a sentir el sudor frío del señor que de repente descubre que tiene un buen problema en casa.
Ya hace tiempo que Catalunya amenaza con convertirse en un tema europeo más incómodo que el Brexit.
Con la detención de Puigdemont, el debate sobre el papel de Alemania en el continente promete tomar una densidad histórica de tintes dramáticos.
La comparación entre Companys y Puigdemont no gusta a nadie, pero todo el mundo la tiene en la cabeza y todo el mundo sabe por qué todavía interpela a la gente y cómo se puede utilizar.
España es el único país europeo donde el fascismo no fue derrotado y Alemania ha construido su hegemonía pidiendo perdón, día sí día también, por su pasado autoritario y genocida.
De hecho, Madrid todavía no se ha disculpado por la ejecución del presidente catalán mientras que Berlín pagó una pensión vitalicia a su viuda.
Hasta la semana pasada, las instituciones europeas podían considerar que la persecución del independentismo era una "historia española", una de estas tragedias peninsulares que el norte se mira con una mezcla de asombro y de desprecio.
Ahora, con la detención de Puigdemont, Alemania lo tiene difícil.
Si no lo extradita, pondrá en cuestión el Estado español.
Si lo hace, reducirá la estropeada mística europea a la mentalidad de los jueces de Madrid, algunos de los cuales son hijos directos de la dictadura.
La salida del Reino Unido puede costar más o menos dinero, pero no amenaza a los cimientos identitarios de la Unión ni sus discursos democráticos.
¿Si resulta que Europa es un club de estados, a imagen y semejanza de la España madrileña, qué valores de fondo defenderán el continente de Rusia, China o Turquía?
¿Si la ley que prevalece entre los pueblos de la Unión es la ley del más fuerte, qué fuerza y qué legitimidad tendrá Alemania para defender su chiringuito de Putin, Erdogan o el presidente chino?
Como decía el Foreign Policy hace unos meses, el victimismo catalán no lleva a ningún sitio, pero tampoco lleva a ningún sitio el legalismo español, ni la mística de supermercado que Bruselas ha dado a la democracia europea.
Es por este motivo que, a pesar de considerarlo "un triste revolucionario que ha hecho un papel triste", el influente columnista del Der Spiegel Jakob Augstein pedía el otro día asilo para Puigdemont, a la vez que afirmaba que su detención era una desgracia "para España, Europa y Alemania".
A finales de 2017 Augstein escribió que una de las peores noticias del año había sido enterarse de la existencia de Cataluña.
Los imprevistos ponen siempre de muy mal humor, pero a veces te enseñan algo sobre el mundo que te ayuda a encarar mejor el futuro.

Enric Vila 

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