Ayudemos a destapar la caja de los truenos tienen miedo a debatir públicamente el papel de la emigración en Catalunya

 

Este es un tema muy importante del que no se puede hablar. No es políticamente correcto. Pero como no rindo cuentas a nadie, vamos a hacer unos flashes, caiga quien caiga:

La población catalana actual es de 7,9 millones de personas.

Un 16,5% son extranjeros (1,3 millones aproximadamente).

De estos últimos hay emigrantes pertenecientes al marco europeo (Italia, Francia, etc.) que tienen movilidad y ocupan posiciones profesionales valoradas.

Hay un segundo grupo que vienen porque buscan espacios donde encontrar trabajo, protección y libertad, factores de los que no gozan en sus países de origen (Marruecos, Rumania, Pakistán, Colombia, Honduras, etc.). Solo estos pocos suponen el 38% del total de los extranjeros.

Vienen con sus nulos o escasos bienes y con sus valores culturales, religiosos, etc.

Esos valores culturales y religiosos (en el caso de los de credo islamista) los tienen ajustados al poder patriarcal de los imanes. Son muy conscientes de que aunque estén en un país occidental, que una mujer se quite el velo islámico, por ejemplo, es pecaminoso y debe ser castigado.

Europa durante mucho tiempo hizo caso omiso de los continuos flujos migratorios, hasta que se dio cuenta de que aquello era incontrolable. El Estado español, como siempre, ha estado en la cola de este contencioso.

Cualquiera que haya estudiado demografía sabe de la importancia del volumen de la población, de su estructura y del ajuste de esta población a la realidad económica. Para ello hay que instrumentar una clara y precisa política migratoria.

En Europa se han desarrollado políticas migratorias personalizadas, que en general han fracasado.

El Estado Español sigue a la cola en este tema. Catalunya, como no es un Estado, no puede tener política migratoria. Por otra parte, es un país receptor “por decreto”.

Porque el problema de la emigración no es nuevo. Hace ya algunos años que el doctor Joan Coromines, ilustre filólogo y catedrático de la universidad de Chicago, demostró empíricamente que tras la guerra civil el gobierno franquista fomentó la emigración del resto del Estado hacia Catalunya para “castellanizarla”. Las “casas regionales” se establecieron en Catalunya también con este fin. Hasta un presidente de Gobierno (el señor Calvo Sotelo), en plena transición, insistió en la “castellanización”.

Esto explica que una buena parte de los ciudadanos que viven en Catalunya nunca se hayan interesado por incorporar de una forma natural la lengua y los valores culturales del país que los acogió. Son españoles y no quieren ser otra cosa.

El segundo gran flujo migratorio (no procedente de España) ha generado otro problema. De forma sistemática, la “izquierda” oficial en Catalunya ha practicado el “buenismo” y ha defendido el multiculturalismo, con todas sus consecuencias. Defender el multiculturalismo significa, por ejemplo, que los islamistas estén autorizados a practicar “la matanza del cordero”. Todavía no hemos podido acabar con la salvajada de la “fiesta de los toros”, y ahora hemos de añadir otras lindezas impregnadas de irracionalidad.

Lo anterior ha supuesto el choque entre los valores occidentales de sociedades libres y abiertas con unos valores que no aceptan, por ejemplo, la igualdad entre el hombre y la mujer, la libertad de credo religioso y/o la libertad de expresión.

En sus últimas declaraciones sobre este contencioso, la canciller Angela Merkel declaró: “El intento de crear una sociedad multicultural ha fracasado por completo… Convocamos a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania... Dijimos “no se van a quedar y en algún momento se irán”. Ahora viven en nuestro país”. Y añadió: “El Islam es bienvenido siempre y cuando reconozca nuestros valores fundamentales. La percepción del Islam se caracteriza por la aplicación de la ley religiosa, la ausencia de igualdad entre hombres y mujeres y, en algunos casos, los asesinatos por honor, hechos inadmisibles para nuestros valores”. Y por último: “Los emigrantes deben aprender alemán… Cuando uno no habla el idioma del país en que vive, no sirve para nada, ni para el país, ni para la sociedad”.

Y ahora viene el dato más escalofriante de este contencioso, un dato que se oculta voluntariamente: el crecimiento demográfico en Europa por países entre 1950 y 2020. El caso catalán es muy interesante porque recibe dos flujos migratorios distintos, como ya hemos descrito. El primero es el procedente de España, con especial singularidad de los que vienen de Murcia, Andalucía y Extremadura (años 50 y 60). El segundo procede de otros países (este de Europa, norte de África y Latinoamérica) y se sitúa entre los 80 y la actualidad. En este período (setenta años) el crecimiento medio de la población en los países europeos es del 23,7%, el de España (incluida Catalunya) es del 68,7%. El de Catalunya (incluida Catalunya Nord, aunque con un peso marginal) es del 134,4%. Hemos pasado de 3.470.000 en 1950 a 8.134.000 en 2020. Esto es insostenible.

Si como hemos citado muchas veces, de cada euro recaudado fiscalmente en Catalunya solo nos quedan 55 céntimos, tras el regular drenaje a cargo del Estado español, solo nos falta continuar creciendo demográficamente.

La cuestión es cuanta gente necesitamos, no cuanto nos asignan.

No podemos exigir, como hizo Angela Merkel, que aprendan nuestro idioma, conozcan nuestra cultura y se integren. No tienen necesidad. Con el castellano, que es el idioma oficial del imperio, les basta.

En el discurso político de Aliança Catalana no hay ninguna traza de racismo, ni de totalitarismo, ni de autoritarismo. Criminalizarlos por sistema resulta canallesco. Defienden los valores de una cultura milenaria que otros tratan de diluir para llegar a la total aniquilación.

 

Como decía al principio, estamos entrando en un terreno peligroso. Los partidos políticos (también los supuestamente independentistas) están haciendo el juego a las corrientes reaccionarias. 


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