¿Cuánta verdad puede soportar una dictadura? ¿Cuánta mentira puede soportar la democracia?

 


Si no somos capaces de creer en la democracia e intentar alimentar de buenos propósitos, de razones y argumentos, y también de emociones positivas, la democracia irá debilitándose, como está ocurriendo. Y si la apagamos por nuestra propia incapacidad, egoísmo, interés y desafección nos costará recuperar nuestro modo de convivencia. La mentira actual es la corrupción, el engaño, la falsedad, el odio, la polarización, el interés partidista por encima del bien común. Con esos mimbres, obtendremos cualquier engendro político pero no una democracia.

 

Siempre he pensado que la corrupción es el mayor enemigo de la democracia porque supone, en primer lugar, el robo de dinero público que, como consecuencia, implica que servicios y bienes públicos no se pueden realizar. Además, en segundo lugar, supone la pérdida de confianza de la ciudadanía en el sistema político. Una desconfianza que se generaliza pensando que todos los políticos son iguales cuando el político, ni más ni menos, es uno como nosotros pero con poder. Y nadie está libre de pecado. El sistema en su conjunto (legislativo, vigilante, jurídico, sancionador y, sobre todo, educativo) es el único posible para separar las manzanas podridas del cesto.

 

Porque lo primero que deberíamos aceptar es que la corrupción no es un problema del sistema democrático, sino que es una debilidad de la condición humana. No todo el mundo es corrupto, pero quienes lo son, piensan que todos tenemos un precio. El corrupto es el mal, no la democracia. Porque si algo podemos comprobar es que, se tardará más o menos tiempo, pero al final el sistema de contrapesos (judiciales, policiales, periodísticos, políticos) funcionan y los corruptos acaban saliendo a la luz. No traslademos nuestra desconfianza con el ser humano a la democracia que, al fin y al cabo, la alimentamos nosotros con lo bueno y con lo malo que nosotros mismos somos.

 

Sin embargo, se están traspasando líneas rojas que superan, aunque parezca imposible, la corrupción individualizada de cargos públicos. Esto es lo que ocurre con el caso Montoro. ¿Qué lo hace diferente? Lo diferente no es que se haya enriquecido de forma personal, robando dinero público (digamos todavía: presuntamente), lo que es traspasar la propia corrupción individual es la utilización del sistema para crear toda una maquinaria de perversión, de robo, de manipulación, de eliminación de amigos y adversarios. Montoro ha rizado el rizo de lo que es usurpar la democracia con un uso perverso.

 

Si no podemos confiar en la estructura de Hacienda, de la policía, de la administración, etc, obtendremos “estados fallidos”, de los que tenemos buenas muestras en Latinoamérica, donde existen democracias que no funcionan porque, aunque la ciudadanía tenga un gran sentido y apego al sistema democrático, no se fía de quienes deben llevarla a cabo.

 

La corrupción es realmente un problema ético de primera importancia. El mayor de todos. Sin embargo otros ejemplos acechan y asfixian al sistema. Solo voy a mencionarles dos, aunque últimamente, lo difícil es encontrar buenos propósitos porque de malas acciones estamos rodeados.

 

El último pleno del parlamento español se saldó con seis votaciones a favor del gobierno y una votación, la más importante, se convirtió en el gran fracaso del gobierno. Pero ¿solamente fue un fracaso del gobierno o nos perjudicará claramente a la ciudadanía? Hablo del decreto ley “antiapagones”.

 

Como ha declarado Aitor Esteban (siempre tan clarividente) se ha conformado una mayoría negativa que le da igual lo que esté encima de la mesa porque el NO es un juego de interés partidista. Junts no tiene más programa que su propio interés (lo de servir a Catalunya es una de las “mentiras” que la democracia no resiste); con un egoísmo interesado es un socio poco fiable que se alimenta de un interés mezquino. ¿Qué razones había para votar que no al decreto? Ninguna que tenga que ver con el decreto, solamente tiene un protagonista: Puigdemont.

 

Podemos hace tiempo que perdió el norte de para qué debe servir un partido progresista. Con esa superioridad moral y una soberbia sin límites pasaron de “asaltar los cielos” a estar a ras del suelo, pero siguen considerándose los salvapatrias, y piensan que si a Sánchez y al PSOE les va mal, ellos arrancarán algún voto. Y ¿para qué servirá que se pierda el gobierno que más medidas sociales ha puesto en marcha? Esa es otra de las mentiras que la izquierda se hace jugando al solitario, porque quedarán ubicados en un rincón del parlamento (si alcanzan suficientes votos). Su animadversión al PSOE y, especialmente, a Sumar les puede mucho más que el beneficio general.

 

Y el PP podría haber permitido con su abstención que saliera el decreto, pero lo dijo bien claro: “La labor de la oposición no es rescatar a Pedro Sánchez del abandono de aquellos que le hicieron presidente. Si no tiene el apoyo de la Cámara, que busque el apoyo en las urnas. En otoño, elecciones. Es la única salida”. Todos pensamos que si hay algo beneficioso para el conjunto de España debe unir al gobierno y a la oposición. Estas declaraciones resultan claramente anti-democráticas, suponen otra de las mentiras que cargamos sobre las espaldas del sistema.

 

Lo cierto es que en esa votación negativa producida por la suma de intereses partidistas y personales, donde las tácticas propias prevalecieron sobre el bien común, se ha puesto en riesgo 200.000 millones de inversiones. Pero ¿eso realmente importa en este juego de apariencias y engaños?

 

Lo que resulta sorprendente es que este decreto “antiapagones” reunía al conjunto y diverso panorama social, porque el texto contaba con el apoyo de organizaciones ecologistas, asociaciones empresariales, industriales, eléctricas, y defensoras de las energías renovables. Sin embargo, los partidos que votaron no tenían otros intereses.

 

Hubo muchos otros proyectos imprescindibles para mejorar y modernizar el sistema español que no pudieron ni presentarse: la reforma de la justicia, la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales, la ley de movilidad sostenible y la propuesta para regularizar inmigrantes.

 

Es perfectamente lícito defender las propias propuestas e intentar ganar en las urnas, pero que el olor a sangre sea lo que rigen las decisiones políticas supone canibalismo democrático.

 

El otro problema o línea roja lo estamos viendo diariamente con el gobierno de Trump, cuya desvergüenza no deja de sorprendernos.

Su última malintencionada acción es la creación de un video con IA donde aparece Obama siendo preso por el FBI y encarcelado. ¿Por qué? ¿Con qué finalidad? Impartir miedo y venganza es propia de dictaduras, esas son sus verdades, pero no de las democracias. Trump no es un demócrata ni gobierna como tal. Es un verdadero tirano que manipula el sistema y las emociones a su propio interés.

 

Cada vez que veo lo que ocurre en EEUU me sorprende cómo lo soporta la ciudadanía americana, cómo todavía Trump tiene defensores más allá de sus beneficiados directamente por el poder, sin embargo, luego veo ese reflejo cada vez más cerca de Europa y de España: cuando veo el muñeco de cartón de Sánchez apaleado, los gritos de “hijo de puta”, las pancartas que contienen mentiras y manipulaciones, la falta de rigor, la hipérbole interesada, el “calumnia que algo queda”, …. Y el odio, ¿de qué se alimenta el odio que lo hace tan fiero?

 

Tenemos claras las “verdades” de una dictadura: impide la libertad de expresión y de opinión, anula los contrapesos vigilantes, elimina la autonomía y el desarrollo personal, niega que cada persona ame a quien quiera, y un largo etcétera que muchos jóvenes deberían averiguar con sus abuelos antes de lanzarse a votar proclamas que solo traen desgracias, guerras y división.

 

Sin embargo, no tenemos tan claro las “mentiras” que una democracia debe soportar. Circulan por las redes, se manipula el relato con IA, se provocan emociones en base a datos falsos, se busca el odio, pero también cuentan las acciones y actitudes de cada partido, grupo o persona. No eludamos nuestra responsabilidad, cada uno en el grado que le corresponda, porque es evidente que Montoro, Ábalos y Cerdán, Trump … entre otros, tienen mucha más carga punitiva que el simple votante.

 

A nosotros, al votante, a la ciudadanía democrática nos corresponde no dejarnos engañar.

 

Escrito por Ana Noguera Montagud



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