Responsabilidad y unidad

El ascenso de la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) en las elecciones generales celebradas el pasado 23 de febrero mereció todos los titulares de prensa. Pero, a la hora de la verdad, el vencedor de los comicios, Friedrich Merz (CDU/CSU), ha cerrado un pacto de gobierno con los socialdemócratas, que quedaron terceros, conformando una sólida mayoría parlamentaria en el Bundestag.

Es una fórmula de gobernanza parecida a la que tiene Ursula von der Leyen en la Comisión Europea, en su caso con el apoyo ampliado de los liberales y de los verdes. En tiempos de zozobra –pujanza del fascismo, guerra comercial, alianza de facto entre Donald Trump y Vladímir Putin, cambio climático…–, las fuerzas políticas democráticas tienen que dar una respuesta coherente y contundente que dé certezas a la sociedad.

Siempre he pensado que el modelo federal alemán, donde el Bundesrat (Senado) es la cámara de representación de los intereses y de las sensibilidades de los estados asociados, sería el más adecuado para desatascar el crónico y enfermizo problema de organización territorial que arrastra España. Ahora, con el gobierno de coalición entre la CDU/CSU y el PSD, Alemania nos vuelve a dar una lección de realismo y de pragmatismo que tendríamos que tener muy presente.

Con el fascismo no se negocia ni se pacta nada. Es una burbuja artificial, oportunista y letal que, de una manera u otra, siempre acaba pinchando. Lo acabamos de constatar nuevamente en Finlandia, donde los socialdemócratas han ganado claramente las elecciones municipales, mientras que el partido de extrema derecha Verdaderos Finlandeses, que en los últimos años había crecido como un suflé, se ha hundido.

El PP de Alberto Núñez Feijóo tiene que hacer una seria reflexión. Sus pactos municipales y autonómicos con Vox y su estrategia cainita contra el PSOE son una profunda anomalía que desconcierta a sus socios y referentes europeos. En las circunstancias actuales, el enemigo político del PP no tendría que ser Pedro Sánchez, sino Santiago Abascal. Para ello, hace falta que neutralice previamente a Isabel Díaz Ayuso, un submarino del trumpismo en el corazón del PP.

El mundo está en estado de máxima alarma. La intempestiva e imprevisible presidencia de Donald Trump, que ha vuelto a la Casa Blanca como un elefante en una cacharrería, ha roto los equilibrios geopolíticos y geoeconómicos que sostenían hasta ahora a la comunidad humana, con el objetivo fijado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por las Naciones Unidas.

El envite es una de extrema gravedad y hacen falta, como respuesta a esta provocación, grandes consensos políticos y firmeza para implementarlos. Esto lo han entendido perfectamente los alemanes, con la constitución de un gobierno de coalición entre las dos fuerzas políticas referenciales. También las dos grandes familias políticas europeas -democristianos y socialdemócratas-, que han acordado vertebrar el gobierno de la Comisión Europea.

Desgraciadamente, en España y en Cataluña, nuestra clase política se comporta con un analfabetismo y una miopía decepcionantes y enervantes. Obsesionados en las miserias de la pequeña política y en la lucha descarnada por el poder, los partidos actúan con una mirada corta y egoísta, ajenos totalmente a las peligrosas coordenadas internacionales que gravitan sobre nuestras cabezas.

Por ejemplo, es insólito e insultante para la ciudadanía que ni el Gobierno español ni la Generalitat tengan los presupuestos de este año aprobados. Los partidos pequeños que hacen posible la gobernabilidad de Pedro Sánchez (Sumar, Podemos, ERC, JxCat, PNV, Bildu…) parece que se hayan conjurado, cada cual por intereses espurios, para impedir que esta herramienta, fundamental para emprender las mejoras que necesita todo Estado, esté operativa. ¿No se dan cuenta que, desgastando a Pedro Sánchez, están echando piedras sobre su propio tejado y cavando su tumba política?

Lo mismo hay que decir de Esquerra Republicana y los Comunes, que votaron la investidura de Salvador Illa. ¿Por qué esta obstinación en no aprobar los presupuestos de la Generalitat, sabiendo que son esenciales para el conjunto de la sociedad catalana? ¿Por qué, después de darle confianza, sabotean la necesidad perentoria que tiene el gobierno de Salvador Illa de disponer de un cuaderno de bitácora, en forma de presupuestos? Increíble.

Con Donald Trump en la Casa Blanca, el mundo ha entrado en una nueva, peligrosa y desconocida dinámica, ante la cual hay que reaccionar con la cabeza fría y los pies en el suelo. Una condición sine qua non es la unidad de las fuerzas democráticas -europeas, españolas y catalanas- para plantarle cara y estructurar una respuesta seria y contundente a la agresión que nos llega del otro lado del Atlántico.

Responsabilidad y unidad. Esta es la receta que, de manera inteligente, han adoptado los alemanes y que, desgraciadamente, en España y en Cataluña nuestros políticos rechazan. Tarde o temprano, el PSOE y el PP están obligados a entenderse y a pactar, como hacen sus familias en Bruselas. Mientras tanto, las fuerzas que dan apoyo parlamentario a Pedro Sánchez y a Salvador Illa tienen que hacer un examen de conciencia y decidir si quieren ir hacia la marginalidad o dejarse de tacticismos y asumir, con todas sus consecuencias, los compromisos inherentes a formar parte del bloque de investidura, en Madrid y en Barcelona.

No son tiempos de dudas ni de medias tintas. Fascismo o democracia, trumpismo o europeismo. La disyuntiva es clara y la evidencia, también: necesitamos gobiernos sólidos, apoyados por mayorías que entiendan qué pasa en el mundo y que se concentren en combatir políticamente a las sucursales que ha implantado MAGA en nuestra tierra (Vox y Aliança Catalana), con el objetivo de convertirnos en satélites y esclavos del nuevo orden mundial que intenta imponernos Donald Trump: dictadura, militarismo, imperialismo, xenofobia, plutocracia y cleptocracia.

Jaume Reixach

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