Sin respuesta eficaz a las mutaciones del coronavirus


 

Si se considera su lejanía desde Europa, desde Asia o incluso desde América del Norte, Manaos, la capital del Estado brasileño de Amazonas, se encuentra en el lugar más remoto posible. Sin embargo, la recientemente detectada variante 501Y.V3 del coronavirus ya ha sido identificada como una amenaza mundial, debido a que su aparición en una ciudad donde ya se habían infectado dos tercios de la población en la primavera del año 2020 sugiere que la inmunidad adquirida no ofrece protección contra dicha variante.

Los científicos también contemplan la posibilidad de que la variante 501Y.V3 pueda hacer fracasar la eficacia de algunas de las vacunas existentes. Si bien las vacunas basadas en el ARN pueden modificarse rápidamente, el riesgo de ineficacia justo en el momento en el que la vacunación se está desplegado masivamente es extremadamente aterrador.

Los virus, por supuesto, mutan todo el tiempo. Si bien muchas mutaciones son inocuas, aparecen con frecuencia otras mutaciones que son peligrosas.  Cuanto mayor sea la población infectada en cualquier momento, mayor será la probabilidad de que aparezca una variante peligrosa, o posiblemente una nueva cepa. Cada persona es un laboratorio en potencia para el desarrollo de estas mutaciones. Debido a que diariamente se identifican alrededor de 600.000 nuevas infecciones por coronavirus, hoy en día existen varios millones de laboratorios de este tipo en funcionamiento alrededor de todo el mundo. Por lo tanto, se puede afirmar con certeza que se producirán mayor cantidad de mutaciones.

La inversión de los países ricos en los pobres para frenar la pandemia sería muy rentable

Esta amenaza pone a la comunidad internacional frente a una decisión difícil: debe ya sea diseñar y poner en práctica una estrategia mundial integral, o debe sellar las fronteras de los países y dejar que dichos países luchen contra el virus país por país, cada uno por sí solo. No existe un camino intermedio eficaz. La combinación imperante actualmente – criterios nacionalistas en cuanto al reparto de las vacunas y fronteras semiabiertas es una estrategia perdedora. En un mundo global en el que los países ricos intentarían proteger a sus poblaciones, mientras que los países más pobres no podrían hacerlo, el contagio cruzaría repetidamente las fronteras y derrotaría las políticas sanitarias más sofisticadas. Ya se han encontrado en Alemania las variantes de Sudáfrica y de Manaos.

Sobre el papel, la elección entre actuar a nivel mundial o cerrar las fronteras tiene una respuesta obvia que no merece ser pensada dos veces. La población total de los países clasificados por el Banco Mundial como de ingresos bajos y medios-bajos alcanza a aproximadamente 4.000 millones de personas. Asumiendo un precio unitario de 10 dólares, vacunar al 75% de dicha población costaría 30.000 millones de dólares, una cifra que alcanza meramente a dos centésimas de la parte de las pérdidas fiscales ya incurridas por las economías avanzadas, pérdidas que fueron inducidas por la crisis causada por la pandemia. Incluso desde un punto de vista económico muy estrecho, e inclusive si fuese diez veces más caro, la inversión de los países ricos en los países pobres para frenar la pandemia sería enormemente rentable. La alternativa: cerrar totalmente las fronteras para contener la contaminación enviaría una señal terrible y destruiría la prosperidad a gran escala.

Se requiere de una acción a nivel global para evitar el desastre médico, económico y social

 Conscientes del desafío los países ricos apoyan en los hechos un programa de este tipo, aunque a una escala mucho menor. La iniciativa COVAX, lanzada en abril de 2020 por la Organización Mundial de la Salud, la Comisión Europea y Francia, pretende ayudar a los Estados participantes a negociar de manera conjunta la adquisición de vacunas con los productores, y también pretende donar a los países pobres suficientes dosis gratuitas como para vacunar al 20% de su población. Si bien esto es insuficiente para controlar la propagación del virus, sí sería lo suficientemente bueno como para proteger a los ancianos y a los trabajadores de la salud, y representaría un trampolín importante para impulsar medidas adicionales en el futuro.

Hasta fines del año 2020, COVAX había recaudado 2.400 millones de dólares y había realizado pre-solicitudes de dosis suficientes para vacunar a 1.000 millones de personas durante 2021, pero estaba en dificultades para recaudar los 5.000 millones de dólares adicionales que son necesarios para financiar su programa, mismo que indudablemente es poco ambicioso. Durante la Presidencia de Donald Trump, Estados Unidos se había negado a brindar apoyo. Además, los fabricantes de vacunas favorecen a los mercados más rentables que se encuentran en los países ricos, donde los gobiernos están dispuestos a pagar una prima con el propósito de acelerar el suministro de dosis.

No es de extrañar que el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, recientemente advirtiera que el mundo estaba "al borde de un fracaso moral catastrófico". Pero, junto al fracaso moral, lo que resulta desconcertante es el fracaso de la acción colectiva que se traduce en ese comportamiento. El interés propio, y no sólo el sentido del deber, dicta que los países ricos deberían hacer más. ¿Por qué no lo están haciendo?

La primera razón es la miopía. En sus propias casas,los gobiernos tampoco están haciendo lo suficiente. En Europa, la inversión en investigación y desarrollo ha sido inferior a los 18.000 millones de dólares que Estados Unidos destinó a la Operación Warp Speed. Curiosamente, los 390 mil millones de euros (473 mil millones de dólares) de la Unión Europea en recursos para la concesión de subvenciones que son administradas por el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia del bloque no incluyen fondos destinados al financiamiento conjunto de investigaciones sobre vacunas.

La segunda razón es la tradicional tentación de aprovecharse de los esfuerzos de los demás. Los gobiernos de los países ricos tienen fuertes incentivos para proteger a sus ciudadanos, pero el apoyo a los Estados pobres es susceptible a ser considerado como gratuito y darse por descontado, ya que el interés de cada uno de los actores es dejar que otros sean quienes paguen por el bien común. Por ejemplo, Trump anunció que retiraba a Estados Unidos de la OMS justo en el momento en que se necesitaba urgentemente una acción conjunta. Si a eso se le añade el hecho de que China eludió sus responsabilidades globales, se puede afirmar que el liderazgo internacional ha estado dramática y definitivamente ausente desde la pasada primavera en el hemisferio norte.

La tercera razón es la gobernanza desordenada. El ámbito de la salud mundial es complejo, disperso y se caracteriza por la superposición institucional. Debido a que la OMS se considera de manera generalizada como una institución ineficaz y politizada, se han desarrollado iniciativas al margen de ella, iniciativas que cuentan con donantes privados, como por ejemplo la Fundación Bill y Melinda Gates, así como también iniciativas de gobiernos y organismos públicos que cooperan de forma ad hoc con el desarrollo de una gran oleada de iniciativas. El mapa de financiamiento resultante va más allá de todo lo imaginable. Todo esto estaba bien siempre y cuando que para abordar los desafíos emergentes se necesitaran de recursos y movilizaciones en escalas limitadas, pero la pandemia exige actuar en una escala totalmente diferente.

¿Puede el mundo cambiar de rumbo? Afortunadamente, la administración del presidente estadounidense Joe Biden ya anunció su intención de unirse a COVAX. Hasta hace poco, se suponía que la reparación del comercio internacional y la renovación del compromiso de participación en la acción climática serían las primeras prioridades de política exterior de Biden. Los eventos bien pueden convertir la coordinación de los esfuerzos pandémicos en una prueba de fuego para el liderazgo mundial de Biden. Pero, si bien el compromiso de Estados Unidos es claramente necesario, se requiere de una acción conjunta mucho más amplia para evitar un desastre moral, médico y económico.

Jean Pisani-Ferry

Profesor en la Hertie School of Governance en Berlín


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