El yugo y las flechas de la derecha
La
derecha española ha sido avisada por algunos de sus más relevantes condotieros
de que la exhumación de Franco prevista por el Gobierno es una trampa para que
el personal confirme que el PP es el heredero de la dictadura y que en su ADN
predominan genes bajitos, con voz atiplada y poco democráticos.
El
aviso se ha extendido a Ciudadanos, por eso de que a los clones les pasa lo
mismo que a las monas que se visten de seda, aunque la seda sea de color
naranja.
Ni
unos ni otros parecen haber hecho mucho caso al consejo.
Parten estos áulicos consejeros de que no
existe relación alguna entre la derecha actual y el viejo franquismo salvo en
la mente calenturienta del rojerío y que, en consecuencia, el plan de remover
la pesada lápida del Valle de los Caídos y trasladar a otro lugar la momia que
yace debajo es una argucia para establecer un nexo ficticio entre sus líderes y
el antiguo régimen, un burdo truco, una colosal infamia.
La premisa contiene el error de considerar
que el franquismo se extinguió en el cataclismo lacrimógeno de Arias Navarro en
televisión, cuando lo cierto es que su legado fue mucho más que sociológico.
Hubo
continuismo desde la jefatura del Estado al último negociado ministerial y
franquistas ‘presentes’ durante décadas en cada estamento, desde la Judicatura
a la Policía y desde el Ejército –cuyos supervivientes siguen firmando hoy
manifiestos de desagravio al dictador- a la política.
No
es casualidad que Alianza Popular fuera fundada por un exministro franquista ni
que treinta años después un tal Mayor Oreja definiera la etapa más negra de la
historia reciente de España como un período de extraordinaria placidez.
Así pues, ni el franquismo se esfumó de
repente ni la derecha democrática nació por generación espontánea aunque el
empeño por ocultar sus orígenes haya sido constante.
Perviven
en ella raíces franquistas junto a un conservadurismo decimonónico que entendía
la democracia como la antesala del caos, se oponía a la modernidad y trataba de
conjurarla con un sistema electoral corrupto que tan bien manejó Cánovas del
Castillo.
Tras
el fracaso de Maura y su revolución conservadora, la derecha se alió con la
dictadura de Primo de Rivera, se mantuvo en pie de guerra contra la República y
alentó la sublevación franquista, siempre en guardia contra cualquier avance en
derechos sociales.
Esa
es su historia.
También es la razón por la que sólo en un
ocasión se ha hecho desde sus filas una condena explícita del franquismo, en un
obligado y penoso lavado de cara que no pudo eliminar tanto hollín acumulado.
En esa resistencia a abjurar del pasado hay, sin duda, un componente electoral
pero también una cuestión de principios.
En
sus llamadas constantes a mirar al futuro y no reabrir heridas sobrevive su
pecado original.
Puede que la exhumación de Franco sea una
gigantesca campaña de propaganda de la izquierda y una manera de apuntalar la
inmensa minoría parlamentaria del Gobierno pero también debería ser una
oportunidad para que la derecha entierre definitivamente sus fantasmas.
Nada
cambiará hasta que no entienda que los huesos que permanecen en las cunetas y
los ejecutados de manera injusta y sumarísima por un régimen asesino no son
sólo los muertos de una parte sino los de todos.
Asumir esa memoria histórica y colectiva es
incompatible con la indiferencia ante la glorificación póstuma del dictador y
con los subterfugios para oponerse al traslado por decreto de sus restos con el
argumento de que no hay urgencia que lo justifique.
Va
siendo hora de que la derecha se libre de su yugo.
Y
de sus flechas.
Juan
Carlos Escudier
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