Felipe VI, el arte de llorar a las víctimas y municionar a los asesinos
A
día de hoy resulta harto notorio que vuestra venerada magnificencia tiene una
particular debilidad por la venta de armas y por los sanguinarios opresores y
sátrapas, a los que incluso place de recibir, reír y embellecer su salpicada
imagen.
Baste rememorar que, recién ungido soberano
de esta su España, viajasteis hasta Arabia Saudí para reconfortar a los hermanos saudís
ante la pérdida de su tan querido tirano.
No colmado con aquella atención, que no
pocas protestas desató entre sus súbditos más felones, hasta en tres ocasiones
intentasteis repetir el periplo, esta vez con intención de trapichear con armas
por cientos o miles.
Expedición que se consumó con éxito, para
satisfacción suya y desesperación de no pocos, a principios de 2017.
Finalmente, como no hay dos sin tres,
recibisteis al heredero a la corona saudí en nuestra grande y libre nación,
retratándose ambos sonrientes y pajareros a principios de 2018.
A carcajada unísona, para ser exactos.
Si
sabido es que la máxima preocupación de una gran mayoría de sus súbditos, bien
educados en los parabienes de la bandera, la nación y su persona, no excede de
Sálvame, Playstation, fútbol y Netflix, no lo es menos que algunos millones de
antipatriotas y malvados de diverso pelaje gozan de intereses algo diferentes.
Abrigan estos pecaminosos ciudadanos una
torticera interpretación en la que se entiende que su excelentísima santidad
sois versado de las atroces ejecuciones que acontecen en Arabia Saudí por
cientos al año (150 en 2017) y miles a la década.
Ejecutados cuyos delitos oscilan entre la
homosexualidad, el adulterio, el ateísmo o la tan terrible disidencia.
Se cree, en todo caso, con la humildad y el
no escaso margen de equivocación de los siervos, que quizá a tan altísima
excelencia no le incomode en alguna forma tales ejecuciones, dado que bien
pudiera ser que su regio estómago estuviera, por el bien de la Patria, todo sea
dicho, acostumbrado e incluso agradecido de tales episodios.
Alguno existe, extremista como pocos, que
sostiene lo deleitoso que le resultaría de repetir en tierras no tan áridas
como aquellas tales depuraciones si la coyuntura lo permitiera.
Porque
a poco que se analice la historia reciente nadie podrá negar que el antaño rey,
ese conocido como Campechano, tan querido y adorado por la villanía, se postró
a un sanguinario dictador mientras este asesinaba, reprimía y estrangulaba a su
pueblo.
Todo ello por el único y expreso deseo de
conseguir una corona que le permitiera vivir al margen de la legalidad, como
así fue, y cometer delitos, uno tras otro, en una vida que ya hubiera querido
para sí el mismísimo Al Capone, y que le han reportado según los conocedores en
la materia casi 2.000 millones de euros.
Se
duda, igualmente, no con pocos argumentos, que su regia y excelentísima persona
desconozca las atrocidades y salvajadas que sus hermanos sentimentales del
Oriente Próximo están cometiendo en Yemen, donde suman más de diez mil
cadáveres, entre los que no resulta muy complejo contar niños y niñas, ancianos
y ancianas.
Gracias a la formación que sus pilotos
recibieron en nuestra Gloriosa España disponen sus hermanos de un gran tino en
aquello de arrojar bombas, las cuales tan pronto caen en un cementerio atestado
de personas devastando, amputando y segando a aquellos que lloran a sus
muertos; como abaten un mercado en el que perecen por cientos los que allí
pretendían hacerse con un bocado con el que llenar los vacíos estómagos, no en
vano más de 17 millones de personas están en riesgo de hambruna en Yemen (tres
de cada cuatro ciudadanos); como impactan en un hospital en el que yacen en
condiciones horribles y tortuosas miles de malheridos; o como derriban un
colegio y lo rocían todo de mutilación, destrucción y muerte.
Dado
que su ilustradísima majestad, más entendida y diestra que su progenitor,
legitimada por los designios de uno de los mayores asesinos del siglo pasado y
la cópula de uno de los mayores adúlteros de las últimas décadas, pudiera no
atisbar los reparos de algunos de sus súbditos, aquellos más desagradecidos con
su persona y su linaje, en la desfachatez suya de asistir a la conmemoración de
los atentados del 17 de agosto le quisiera recordar que son precisamente sus
hermanos sentimentales los que han financiado económicamente la expansión de
las ideas más radicales, tanto allá, en el Oriente Próximo, como acá, en
Europa, lo que no pocos atentados ha originado. Incluidos los que se dispone a
convertir en acto laboral, cual plañidera.
Puede
que esta certeza no le genere mayor fatiga que los bombardeos o las
decapitaciones que comentábamos al principio de esta misiva o que tal vez
saboree de todo ello por aquello de que tales acontecimientos podrían atestar
sus bolsillos al igual que, según numerosas denuncias, se colmaban las
múltiples y pesadas faltriqueras del amado padre suyo con las bombas y la
muerte.
Puede, porque ya casi nada parece imposible
y algunos somos perversos por naturaleza, que brillase en su interior una
cierta satisfacción cuando el pueblo catalán fue lacerado el pasado 17 de
agosto por los mismos a los que financia por aquello de que las tragedias unen
a las familias más encontradas.
Y no conseguido este anhelo tan patriótico,
muchos sospechan, no descabelladamente, que pudiera haber sentido una cierta
satisfacción con el apaleo de ciudadanos acaecido el 1 de octubre, tal y como
lo haría el padre que espera que el cinturón resuelva lo que su ejemplaridad (o
falta de ella) no fue capaz de inspirar, dado que ni una palabra amable tuvo
para los apaleados.
Los
cuales tienen menos consideración en su persona que los asesinos, los corruptos
y los criminales.
Nadie
puede descartar que no sea conocedor del reciente bombardeo, acaecido el 9 de
agosto de 2018, en el que sus amados sauditas tuvieron la ocurrencia de
aniquilar tres autobuses en los que viajaban niños que acudían a un campamento
de verano, igual que nuestros hijos, con resultado de 29 niños asesinados y un
mínimo de 30 menores heridos (para un total de 50 muertos y 77 heridos).
No resulta muy difícil, pero sí muy
hiriente, intentar evocar las escenas: niños y niñas cercenados, decapitados,
segados, quemados, despellejados.
Pequeños como los nuestros, esos a los que
tanto amamos, esos a los que cualquier contrariedad nos conduciría a la
desolación.
Casi sesenta familias destrozadas, casi
sesenta padres y madres entre los que jamás quisiera encontrarme.
Y
lo hicieron, como gran cantidad de las tropelías hasta ahora relatadas,
incluido el terrorismo acaecido en Barcelona, que tan beneficioso resulta para
la industria armamentista con la que tan piadosa relación mantiene, merced a la
munición (casi 200 millones de euros en los últimos años), las armas (casi 800
millones de euros) y el blanqueo de imagen que tanto usted como su padre
ofrecen, no desinteresadamente según diversas informaciones, a los criminales
sauditas.
Obras que, si algún día fueran juzgadas,
constituirían crímenes tan repugnantes que despacharían sus regias posaderas a
una prisión internacional.
Son
todas estas razones, estimo, las que, por si su atareada agenda de venta de
armas no le permitieron percatarse, unidas a otras no menos trascendentales,
como haberse convertido España en un antro de corrupción y un Parque Nacional y
refugio meridional de franquistas, fascistas y ultraconservadores de diferentes
familias, géneros y especies los que generan no pocos fastidios en cuantiosos
súbditos suyos.
Por
todo lo aquí relatado, mi admirado y querido Señor, quisiera solicitarle muy
humildemente que cese la venta de armas a criminales; elimine la inviolabilidad
jurídica y permita que tanto su padre como usted y no pocos familiares suyos
puedan ser juzgados como lo sería cualquier otro ciudadano que tales acciones
ha perpetrado; abdique y someta a discusión y referéndum el destino, los
anhelos y la organización territorial de sus hogaño vasallos; sancione, repudie
y permita juzgar el franquismo (y a los franquistas); y ponga a disposición
judicial la documentación e información con la que cuente sobre cualquier
actividad delictiva en la que tanto usted como sus familiares pudieran haber
conocido o participado.
Luis Gonzalo
Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de ‘El libro negro del
Ejército español’.
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