Condena sin sentencia
El fallo contra el fiscal
general del Estado es una sacudida institucional sin precedentes tras un
proceso polémico desde su origen
El Tribunal Supremo ha
condenado al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, a dos años de
inhabilitación para ejercer su cargo por “un
delito de revelación de datos reservados”, según el fallo anunciado este
jueves tras solo una semana de deliberación.
La sentencia está pendiente de redacción, por lo que el
fiscal general queda, por un lado, obligado a cesar en su puesto, y por otro,
sin capacidad de contestar públicamente a una resolución cuyos argumentos no
conoce mientras quienes le han atacado celebran el fallo como una victoria
política. La sentencia no tiene efecto hasta que se notifique.
El fiscal fue denunciado
originalmente por publicar una nota de prensa en la que se detallaba la
secuencia de correos electrónicos entre el abogado de Alberto González Amador,
pareja de Isabel Díaz Ayuso, y la Fiscalía sobre un posible pacto por un
presunto fraude fiscal.
Con esa nota, García Ortiz
quería defender al ministerio público de un bulo difundido por Miguel Ángel
Rodríguez, jefe de Gabinete de la presidenta madrileña, sobre cómo habían
comenzado y cómo se habían articulado esas negociaciones.
Al inicio de ese
procedimiento, el propio Supremo dictó que el contenido de la nota sobre los
correos no era secreto, pues había sido publicado antes por la prensa.
La instrucción derivó entonces
a la filtración original de la información publicada. Ni la instrucción ni el
juicio oral han mostrado pruebas concluyentes de que fuera García Ortiz quien
lo filtró.
Los periodistas que tenían la
información, y él mismo, han negado expresamente que fuera él la fuente. La
responsabilidad de García Ortiz fue apuntada de forma indiciaria por la Guardia
Civil y por algunos testigos.
El fallo anuncia que García
Ortiz ha cometido un delito de revelación de información reservada, pero hasta
que no se publique la sentencia no se sabe qué información, ni de qué manera ha
sido revelada ni por qué él es el culpable.
Esto acrecienta las dudas,
pero, por la misma razón, es imprescindible llamar a la prudencia y el respeto
mientras no se conozca la argumentación del Supremo, la secuencia de hechos
probados y su encaje penal.
El Gobierno dijo respetar pero
no compartir el fallo. El PP pidió elecciones anticipadas.
Lamentablemente, el tribunal
ha sido incapaz de buscar un consenso entre los siete magistrados, de los
cuales cinco son de sensibilidad conservadora y dos, del ámbito progresista.
Las dos magistradas
consideradas progresistas, Ana Ferrer y Susana Polo, han anunciado votos
particulares.
La división y la sensación de
prisa hacen un pésimo servicio a la imagen del poder judicial. Este caso tuvo
una raíz política evidente desde su origen, pues fue promovido desde la
Comunidad de Madrid contra un alto cargo judicial tomado como si fuera un
miembro del Gobierno.
Una sentencia por unanimidad,
de una claridad incontestable para que la entiendan los ciudadanos, podía haber
contribuido a mitigar la sensación generalizada de politización en la justicia.
El caso continuará en el
Tribunal Constitucional si, como es previsible, García Ortiz recurre en amparo.
La condena penal contra un
fiscal general del Estado en ejercicio es una sacudida institucional sin
precedentes en España.
Es posible que una dimisión
(para evitar la tensión institucional, no como reconocimiento de culpa) hubiera
atemperado este vendaval, pero en cualquier caso quienes celebran hoy una
victoria política deben pensar en el precio que van a pagar las instituciones.
Los precedentes creados por
este caso, desde la falta de pruebas de cargo hasta una instrucción más que
dudosa, afectarán a todo el sistema de justicia español durante mucho tiempo.

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