Europa no era el atajo
La decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH)
que avala la prisión preventiva de Oriol Junqueras, Jordi Turull y Jordi
Sánchez marca un punto de inflexión incómodo.
Por unanimidad, los jueces concluyen que el Estado español
no vulneró sus derechos políticos ni la libertad de expresión durante el
período de prisión preventiva, y que las restricciones que impidieron hacer
campaña, investirse o ejercer la representación parlamentaria estaban
justificadas, eran proporcionadas y se fundamentaban en la ley. En otras
palabras: Estrasburgo no detecta la arbitrariedad que el relato independentista
había situado en el centro del conflicto.
Esta resolución no llega al vacío. Durante los años
posteriores a 2017, una parte significativa del soberanismo proyectó la idea de
que la justicia española era un edificio carcomido —políticamente influenciado,
jurídicamente sospechoso— mientras que Europa aparecía como el cobijo neutral.
Era una expectativa intelectualmente comprensible: la arquitectura de los
derechos humanos en la UE se ha construido precisamente para corregir exceso
estatal. Pero el derecho comparado es menos sentimental de lo que parece. Y
hoy, el contraste es evidenciable.
El
independentismo había depositado en Estrasburgo una esperanza: si la justicia
española se convertía en un muro, Europa le perforaría. Esto no está ocurriendo
y erosiona uno de los pilares del discurso independentista, que afirmaba que
existía una diferencia esencial y moral entre Madrid y Bruselas.
Un
marco jurídico que no compra simplificaciones
Los demandantes señalaban vulneraciones de los artículos 5
y 10 del Convenio Europeo (libertad, expresión) y del artículo 3 del Protocolo
núm. 1 (participación política). Sin embargo, el TEDH recuerda que las
limitaciones de derechos políticos pueden ser legítimas cuando hay finalidades
de orden público y cuando el Estado justifica la necesidad de las medidas con
criterios de proporcionalidad. Esto es importante: la sentencia no dice que
España fuera ejemplar, sino que no traspasó los límites que activa la tutela
europea.
Este matiz jurídico es el que a menudo se ha obviado en el
debate público. Las instituciones europeas no intervienen para que una decisión
sea discutible –sólo lo hacen cuando es incompatible con el esqueleto esencial
de derechos.
La
resolución no afecta directamente al estatus de Carles Puigdemont y al resto de
exiliados, pero empeora su clima. En la lucha internacional, el derecho opera
por acumulación de casos, no por explosiones repentinas. Si el TEDH concluye
que no hubo vulneración de derechos políticos durante la prisión preventiva,
entonces la hipótesis de una persecución política estructural queda más
debilitada. Y esto limita el margen para impugnar órdenes europeas de
detención, para argumentar denegaciones de entrega o para reforzar la idea de
que el regreso debía estar protegido por un paraguas europeo.
Lo
que viene de Luxemburgo
Es en Luxemburgo -en el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea (TJUE)- donde se está disputando la batalla decisiva: el alcance de la
amnistía, la interpretación de la malversación europea, las inmunidades
parlamentarias. La vista de julio mostró un delicado escenario: la Comisión
Europea insinuó dudas sobre determinados supuestos de la amnistía, sobre todo
cuando impacta en intereses financieros de la Unión. El dictado definitivo
puede condicionar la vuelta de dirigentes exiliados y establecer jurisprudencia
sobre límites de indultos colectivos. Si Luxemburgo pone condiciones estrictas,
la vía que algunos daban por ganada se convertirá en un laberinto.
Y,
sin embargo…
Pero que Estrasburgo avale actuaciones concretas de España
no anula el debate sobre los derechos colectivos. El derecho de
autodeterminación -como principio democrático para pueblos con voluntad
sostenida- no se borra para que el TEDH no aprecie vulneración en una medida
procesal. Tampoco se borra el hecho de que miles de ciudadanos catalanes
querían simplemente votar. En este terreno, la causa sigue exigiendo una
respuesta política y no policial. Del mismo modo, los derechos individuales de
personas perseguidas por canalizar la voluntad popular merecen garantía y
tratamiento proporcional. Un movimiento democrático no necesita un relato
martirológico para defender esto.
La
lección, por tanto, es menos amarga de lo que parece. Europa no es amiga ni
enemiga: es una estructura jurídica conservadora con ecos democráticos. El
soberanismo tendrá que aprender a operar dentro de esa tensión, no contra ella.
Guillem
Pujol

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