El 20-N en Euskadi, de los grises al color


La muerte de Franco abrió una difícil Transición en el País Vasco que trajo el autogobierno, el progreso económico y, al final, logró el fin del terrorismo

El 20-N de 1975, el día de la muerte de Francisco Franco, amaneció fresco y nublado en San Sebastián. La noticia trascendió en el primer teletipo de urgencia, a las 4:58 de la madrugada, por la agencia Europa Press.

El teletipo contenía la frase lacónica «Franco ha muerto» repetida tres veces para que tuviera impacto. Hacia las ocho de la mañana el periodista de Radio Popular Mariano Ferrer daba la noticia en su programa matinal 'El quiosco de la Rosi', que servía para comentar los periódicos del día y era una referencia informativa en Gipuzkoa.

Los antifranquistas llevaban semanas pegados al transistor y a los partes del 'equipo médico habitual'.

Había, incluso, bromas sobre si el jefe del Estado estaba vivo o no, pero cuando Televisión Española emitía por sorpresa 'Objetivo Birmania' la noche del 19 en la Primera Cadena es que la noticia era inminente.

Aún quedaban en la retina los años en blanco y negro de las visitas de verano de Franco a San Sebastián, cuando, según la leyenda urbana, desaparecían unos días antes los cisnes del estanque de la plaza de Gipuzkoa para ser trasladados al Palacio de Aiete, donde se alojaba tras degustar su plato favorito: merluza a la koxkera y pastel vasco a bordo del Azor.

La oposición antifranquista había alcanzado notoriedad e influencia, aunque no puede decirse que el franquismo fuera residual en Donostia, donde había gozado de la complicidad de determinadas familias en la dictadura.

Apenas se sabe, por ejemplo, que la Avenida de Navarra de San Sebastián, como la de Errenteria o la de Irun, se llaman así porque las autoridades del régimen en 1939 querían homenajear a los requetés franquistas que entraron en Gipuzkoa desde Navarra en el verano del 36, siguiendo el recorrido de la carretera nacional.

En los últimos años de la dictadura determinadas élites seguían ligadas al régimen y la Policía era muy activa. La Parte Vieja donostiarra era un hervidero de conspiración política y el cuadro represivo se intensificó tras el juicio del proceso de Burgos en diciembre de 1980. La huelga general del 11 de diciembre de 1974 fue un éxito de convocatoria y marcó un punto de inflexión, aun cuando ya se habían sucedido distintos estados de excepción en Gipuzkoa.

Los cambios habían sido anteriores, se habían gestado en los años 60, con el desarrollismo urbano, la industrialización, el empuje del movimiento obrero y la revolución moral-sexual que venía de Europa, sobre todo desde Francia.

El nacimiento de ETA se enmarca en este contexto de efervescencia de la época. La izquierda no nacionalista, incluso la de tradición revolucionaria, empezaba a sentir el acoso abertzale por 'españolista'.

La muerte de Franco fue celebrada con champán por esa oposición que había ganado terreno e influencia en los primeros 70 y la expectativa de cambio planeaba rodeada de misterio y de una enorme incertidumbre. La muerte física del dictador abría una etapa de esperanza, pero también de incertidumbre, entre una dictadura cuyos sectores más posibilistas buscaban una salida pactada más o menos con los aperturistas del régimen.

La presión social hizo su papel en la conquista de determinadas reivindicaciones, pero la Transición fue el producto, no tanto de una relación de fuerzas, sino de 'una relación de debilidades', como apuntó en su momento el escritor Manuel Vázquez Montalbán en una mítica entrevista en la revista 'La Calle'.

Ni los demócratas eran tan fuertes para provocar una ruptura con el pasado ni los franquistas más modernizadores eran tan sólidos como para evitar la marea de los cambios y parar la evolución de la historia.

El periodista Iñaki Gabilondo, que el 20N dirigía la emisora de la cadena SER en Sevilla, ha sostenido en ocasiones que el hecho de que Franco muriera en la cama «fue una vergüenza y una deshonra generacional» y ha admitido, desde luego, que «la Transición no fue una merienda de Versalles» idílica.

Hubo enormes tensiones sociales y políticas, soterradas o no, que explican en parte el devenir de los acontecimientos posteriores.

El cambio

El gran cambio vasco se ha consolidado con la llegada tardía de la paz definitiva

Un giro sensible fue la amnistía de 1978, que vació las cárceles de presos de ETA tras una notable movilización popular bajo un lema: 'Ez, ez, ez, amnistia ez da negoziatzen'.

Ahora determinados sectores impugnan aquella apuesta y la consideran una especie de Ley de punto final y de blanqueo de la dictadura. Pero entonces no se vio así. Para nada. Los discursos de Marcelino Camacho y de Xabier Arzalluz a favor de la reconciliación y de la superación de la brecha histórica de la Guerra Civil, y a favor de la Ley de Amnistía como abrazo, fueron muy elocuente de cómo determinados episodios vistos con la mirada de hoy tienen un significado diferente al que tenían en el 77.

Pero, a la vez, al menos durante los primeros años, el llamado 'ruido de sables' –el miedo a un golpe militar del sector más involucionista de un Ejército que seguía siendo mayoritariamente franquista, ejercía un poder fáctico, como una espada de Damocles.

El fracaso del golpe militar del 23-F y el posterior ingreso en la OTAN zanjaron la cuestión militar.

La Transición en Euskadi fue especialmente traumática con ETA matando a diestro y siniestro desde la aprobación de la Constitución en diciembre de 1978 y del Estatuto el 25 de octubre de 1979 tras una negociación frenética en la que los protagonistas fundamentales fueron Adolfo Suárez y Carlos Garaikoetxea. Ambos eran el símbolo de un relevo generacional en la política, venían de orígenes ideológicos antagónicos, pero el espíritu de indulgencia y negociación que caracterizó los primeros años de la Transición, en la que, al menos teóricamente, debían superarse los viejos odios entre vencedores y vencidos en la Guerra Civil.

El terrorismo de ETA

Todo ello en un contexto dramático marcado por el terrorismo. A ETA le duró muchos años el imaginario de un 'pueblo ocupado' por España, herencia de la Guerra Civil entendida como un enfrentamiento entre Euskadi y España que no se correspondía con la realidad.

Un sector minoritario de ETA, los 'polimilis', se inclinaban por dejar la violencia y aceptar la vía política. Eran, sobre todo los seguidores de Eduardo Moreno Bergaretxe, 'Pertur'.

Pero los 'milis' se opusieron de forma drástica. Tenían el soporte civil de HB, que capitalizó la frustración de un sector político que quería la ruptura y que en las conversaciones de Txiberta abogó por la abstención en las elecciones generales de 1977.

Unos comicios en los que ganó en San Sebastián el PSE, recién fundado en el congreso del hotel Monte Igeldo, seguido del PNV y de la Euskadiko Ezkerra de la época, que integraba al EMK; a EIA y algunos independientes.

Juan María Bandrés, en el frontón de Sagüés, fue muy aplaudido en un mitin en junio de 1977. A los años unos jóvenes de HB le abuchearon cuando repartía propaganda de Euskadiko Ezkerra tras su fusión con los comunistas vascos del EPK.

La ilusión emergente por el autogobierno era una clave novedosa en los primeros años 80 aunque la sombra de ETA lo envenenó todo aquellos años y profundizó un desencuentro que ha durado prácticamente hasta ayer mismo, y en muchos lugares aún hasta hoy.

El nacionalismo moderado guardaba en la recámara el doloroso trauma de la Guerra Civil y del exilio en la retina y no querían repetir aquello forzando el maximalismo reivindicativo.

Lo mismo la izquierda no nacionalista, sobre todo el PCE, que venía de preconizar la 'reconciliación nacional' en 1956 y los socialistas, que seguían el ejemplo del SPD alemán y se renovaron en Suresnes.

Preocupaba que España siguiera el ejemplo revolucionario portugués y el eurocomunismo se extendiera por el sur. El socialista Ramón Rubial fue elegido presidente del primer Consejo General Vasco, el órgano de la preautonomía, tras extenuantes votaciones que mostraban un empate con el jeltzale Juan Ajuriaguerra, el histórico dirigente del exilio, como su rival.

Socialistas y nacionalistas diseñaron el inicio del proceso estatutario, algo que ETA siempre quiso reventar desde el principio. Era el eslabón que unía la nueva generación de la democracia y del Estatuto con la vieja legitimidad republicana, la misma que gestó el Gobierno Vasco del exilio, un ejecutivo de concentración presidido por Agirre y con consejeros del PNV, del PSOE, republicanos, de ANV y del PCE.

La historiadora Idoia Estornés, autora de '¿Cómo puede pasarnos esto?', plantea en esta obra algunos dilemas políticos y morales de calado. «El franquismo, aunque cayó oficialmente en 1975, dejó una huella profunda en la sociedad vasca, no solo por la represión directa, sino por la instauración de una memoria histórica que intentó borrar o tergiversar la realidad de las víctimas y la violencia».

Según sostiene, el nacionalismo vasco no solo fue una respuesta a la opresión del Estado español, sino también «un fenómeno complejo que se alimentó de un sentimiento de exclusión y de la construcción de una identidad colectiva en torno a la idea de la 'diferencia'».

Estornés recuerda el 20N: «Madrugada, nos despertó el bebé, lo cambiamos, pusimos la radio, nacía una nueva era. Pero aquel 20N las calles estaban semidesiertas, sombrías, nadie se paraba a hablar, angustiados, alertados, esperanzados», llegó a escribir. Ahora vive «a paso de tortuga» en San Juan de Luz. «Cada vez que paso la raya disfruto la diferencia: vivir deprisa. Pero aun así, qué cambiazo en 50 años, en Gipuzkoa, en aquella España de los 80 que no iba a reconocer –como dijo en su momento Alfonso Guerra— ¡ni su madre! En Europa, en la misma Francia que conocí sin váteres».

La ilusión del autogobierno, unida a la recuperación del Concierto Económico para Bizkaia y Gipuzkoa –Navarra y Álava lo habían conservado en el franquismo– han sido una pieza clave en el progreso y la modernización de Euskadi.

Así lo cree el historiador Juan Pablo Fusi, convencido de que la sociedad vasca se ha vuelto a colocar como locomotora económica y de innovación gracias a una sociedad muy dinámica que se caracteriza por su enorme pluralidad identitaria, con una hegemonía del nacionalismo moderado que ahora puede verse desplazado por la izquierda independentista «tras un sorprendente blanqueo de su historia».

El laberinto vasco que retratara en su día Julio Caro Baroja a comienzos de los años 80 se vio desde el momento fundacional de la autonomía vasca especialmente acosado por el terrorismo de ETA, con un balance de más de ochocientas víctimas mortales de su actividad.

Desde el inicio de la Transición, ETA rechazó la reforma y exigió la ruptura en torno a la llamada Alternativa KAS, que se sustentaba en la exigencia del reconocimiento del derecho de autodeterminación, de la unidad territorial con Navarra y la salida de las Fuerzas de Seguridad del Estado.

La unidad del Pacto de Ajuria Enea en 1988 consiguió, en buena medida, la derrota política de ETA en el sensible campo de batalla de la opinión al disolver la pugna entre nacionalistas y no nacionalistas y poner el foco en la deslegitimación ideológica del proyecto totalitario.

Pese a la persistencia de ETA hasta 2011, la organización terrorista no logró ninguna concesión política de fondo. Sólo la legalización de la izquierda independentista tras la experiencia de la Ley de Partidos y el fin de la violencia. El adiós a las armas fue fruto de múltiples factores; el social, el policial, la aplicación de la Ley, el contexto internacional...

Pero ETA murió de vieja tras intentar en los años 90 una limpieza ideológica y presionar a los no nacionalistas para dejarles fuera de juego. Los asesinatos a los concejales de PSE y PP fueron elocuentes.

La Transición vasca estuvo condicionada por una presión de ETA mayor que con Franco

El nacionalismo ha sido desde entonces la ideología mayoritaria dominante en sus distintas versiones, la institucional y la rupturista: esta última terminó por asumir el gradualismo al abrirse hoy a un nuevo pacto con el Estado que rechazó en 1979.

En su momento, las distintas escisiones de ETA no comenzaron a cuestionar las armas desde una perspectiva ética sino meramente de utilitarismo político. El mapa electoral resultante se inspiró, en parte, en el de las tradiciones de la Segunda República.

Un bloque de izquierda moderada, que en 1931 representaba la coalición republicano-socialista y ahora el PSE-PSOE; un centro derecha no nacionalista, el PNV y, como novedad, la izquierda independentista representada por HB y hoy por EH Bildu.

«Cicatrices mentales»

Euskadi ha cambiado considerablemente en estos 50 años. El euskera se ha recuperado notablemente, gracias a la enseñanza –con nuevas generaciones bilingües– y a la función pública.

El nacionalismo ha perdido carácter esencialista en una sociedad cada vez más mestiza pero que no está vacunada, en absoluto, del peligro de racismo que empieza a prender con fuerza en otras sociedades europeas.

De la 'revolución de los maquetos' de la que hablaba Mario Onaindía tras la victoria socialista de 1982 a una realidad cada vez más plurinacional en la que hasta 200.000 emigrantes han venido a Euskadi en busca de trabajo, lo que augura un gran cambio social en una Euskadi cada vez más envejecida, que siente un fuerte estrés sobre los servicios públicos.

El paisaje ha cambiado. La izquierda abertzale ha dejado de ser rupturista y los acuerdos entre diferentes, inaugurados en las primeras coaliciones entre el PNV y el PSE a partir de 1986, son ahora una estrategia compartida.

Euskadi ha tenido cinco lehendakaris, cuatro del PNV –Carlos Garaikoetxea, José Antonio Ardanza, Juan José Ibarretxe, Iñigo Urkullu y, ahora, Imanol Pradales–. El mapa de siglas sigue siendo un rompecabezas. Pero se ve la luz de la salida.

Hoy es un país más envejecido, con una fuerte inmigración. Si en 1975 se presentaba 'Cacereño', de Raúl Guerra Garrido, para explicar la emigración de otras comunidades de España, hoy se ofrece una realidad diferente con latinos y magrebíes en la hostelería y el mundo de los cuidados.

3 de julio 1976 Adolfo Suárez, designado presidente del Gobierno.

15 de junio 1977 Primeras elecciones democráticas

Adolfo Suarez fue elegido presidente, convirtiéndolo en el primero de la democracia.

15 de octubre 1977 Ley de Amnistía para los presos del franquismo.

6 de diciembre de 1978 Aprobación en Referéndum de la Constitución Española.

25 de octubre de 1979 Aprobación del Estatuto de autonomía del País Vasco.

23 de febrero de 1981 Intento fallido de golpe de Estado.

1 de enero de 1986 Entrada de España a la Unión Europea.

12 de julio de 1997 Secuestro y asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco.

20 de octubre de 2011 Fin de ETA.

2 de junio de 2014 El rey Juan Carlos abdica a favor de su hijo Felipe.

 

«Me preguntaba al venir a Donibane: ¿Cómo pudo pasarnos esto?», sostiene Estornés desde su 'autoexilio' en San Juan de Luz, donde ha aprendido a degustar el ritmo tranquilo de Iparralde en comparación con el frenesí del barrio de Gros. «Tardó en remitir mi furia generacional, antifranquista, laica y antiETA». Porque quedaba ETA, enrocada en su demencia.

Su 'cese definitivo' fue anacrónico, de otro siglo. Atravesó a las generaciones, a los boomers, los milenials.

A los nativos digitales lo que nos pasó con ambas dictaduras les suena a cuaternario, dice. «¿Son escépticos?, «Es normal», revela, «si echan mano del asistente virtual, lo verán así... Saben que llevamos cicatrices mentales.

Nos mandan reels de Instagram, ¿les damos risa? », se pregunta con un punto de sarcasmo. ¿Y el autogobierno? Estornés mira las conquistas logradas gracias al Concierto y parte de la premisa de que «el cese y la disolución de ETA fue el último jalón de la 'desfranquistación' iniciada en el 76.

Han pasado 50 años y, sin embargo, parece que fue ayer.

El tiempo es siempre el corredor más veloz y el que ofrece perspectiva.

Pero va tan deprisa que nos deja casi sin palabras.

 

Alberto Surio 

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