Rojo, morado y amarillo
La
semana que viene comienzan los Juegos del Mediterráneo en Tarragona.
Todavía
no es oficial que Felipe de Borbon acuda, aunque todo apunta a que estará,
puesto que formó parte en la preparación del evento, asistiendo a la
constitución de la comisión de honor.
El
president Torra tampoco ha confirmado aún su asistencia, aunque todo
apunta a que, igualmente, estará presente.
Pero
desde su entorno han manifestado, por el momento, que todas las posibilidades
están abiertas.
Es
una situación que la diplomacia y el protocolo no saben bien cómo atajar,
puesto que la mayoría social de Catalunya ha dicho ya en varias ocasiones que
es republicana.
Y lo
repiten continuamente: el proyecto que encabezan Torra y Puigdemont, desde el
exilio, es un proyecto republicano.
Por
mucho que desde Madrid se quiera hacer hincapié en las palabras
“independentista, separatista, secesionista” o el hecho de empeñarse en
dar a entender que Arrimadas ganó las elecciones, la realidad es muy
otra.
Porque
lo que está sucediendo en Catalunya no es otra cosa que la proclamación de la
república.
Y
eso es lo que pone nerviosos a los dueños y señores de España, esa que ellos
ven como una, grande y libre.
Que
resulta que no es una, porque hay millones de ciudadanos que se sienten antes
catalanes, vascos, gallegos, valencianos, andaluces, etcétera, etcétera, que
españoles.
Y
resulta que no es grande, porque de momento la grandeza se mide de manera
subjetiva y, a juzgar por quienes nos representan, dista mucho de ser
presumible haber tenido que sacar a un gobierno corrupto que no se iba ni “a la
de tres”, teniendo una justicia que está
quedando en evidencia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, una
población empobrecida (más de tres millones de niños por debajo del umbral de
la pobreza), y, en definitiva, un sistema que no se sostiene.
Y
eso de que es libre…
Pues
miren: que se lo digan a las decenas de miles de personas sancionadas en
virtud de la ley mordaza; que se lo digan a los cientos de miles de familias
que se encuentran en un callejón sin salida a causa de su situación de pobreza
y amarrados a hipotecas chupasangres.
De
libertad, nada de nada.
Y
eso por no entrar a analizar a quién se debe cada cual en esta piel de toro,
empezando por esos medios de comunicación que deberían informar a la sociedad
para hacerla crítica y libre, cuando en realidad están mintiéndole y
manipulándola para que se odien los de aquí y los de allá y así tenerles
entretenidos, fútbol mediante, mientras los de siempre se lo guisan y se lo
comen.
Por
mucho que se empeñen en taparlo todo con una bandera, fuera están cada vez más
informados de lo que ocurre dentro.
Y
por desgracia, desde fuera nos llega información más veraz de lo que sucede en
nuestra propia tierra.
El
caso es que al Rey no le esperan con los brazos abiertos en Catalunya.
Es
comprensible a juzgar por aquel discurso que dio el 3 de octubre, tan aplaudido
por las gentes de la derecha y la extrema derecha.
Aquel
día Felipe tomó partido y dejó constancia de que para él, una parte de
Catalunya ya no era España.
Porque
tras las agresiones que nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del estado
propinaron a ciudadanos demócratas (ojo, que no eran independentistas, puesto que los palos se los llevaron también
los que votaban que no querían romper con España), Felipe decidió apretar los
puños y la mandíbula, sentarse junto a un cuadro en el que se hacía referencia
a más violencia y no dio lugar a dudas: si querían más, los catalanes
republicanos tendrían más.
Que
para eso él era el jefe de Estado.
El
problema es que aquel día Felipe no solamente se ganó el rechazo de una parte
de la sociedad catalana, aquella que aún andaba curándose las heridas.
Sino
que también se ganó el punto y final de muchos republicanos, y no republicanos,
que esperaban de él un discurso de Navidad, de esos de “convivencia,
cordialidad, diálogo y todos iguales.” y en realidad se encontraron con algo
muy distinto.
Y
no, independientemente de lo que piense la gente por estas tierras de España,
lo de pegar a la población no nos ha gustado un pelo.
Por
mucho que lo hayan maquillado, escondido o disimulado.
No
nos ha gustado aquí ni nos ha gustado en Europa.
Aunque
también los medios traten de que no llegue esta informacion.
Así
las cosas, en una de las visitas de Felipe le recibieron con pitidos,
caceroladas y el himno de Riego.
Pero
en algún informativo quisieron contarlo de otra manera.
Ya
ven ustedes hasta dónde podemos llegar.
Poca
solución tiene esto, salvo que el Rey haga uso de la democracia y proponga su
trono a un referéndum, con todas las garantías de ser auditado, eso sí (tanto
el referéndum como el trono).
No
estaría mal que él mismo se presentase a presidir la república, por qué no.
Ya
que le hemos pagado unos estudios que no están al alcance de cualquiera, bien
haría en devolvernos con trabajo aquello para lo que le hemos formado.
Pero
para eso debería hacer algún que otro examen de conciencia social, y sobre
todo, democrática, para tratar de entender de qué hablan en realidad esos más
de dos millones de catalanes y otros tantos que no hemos podido todavía
contabilizarnos.
Que
se asome y pregunte.
Que
haga algún tipo de manifestación pública sobre la sentencia que va a meter en
prisión a su cuñado.
Que
diga algo.
Que
salga y que se acerque a dialogar con nosotros, los humildes mortales de sangre
roja y corazón en la izquierda.
Le
explicaremos que los moratones del uno de octubre, el rojo de la sangre que las
abuelas mostraron, y el amarillo que recuerda a los que llevan ocho meses en
prisión por defender la libertad y la democracia de forma pacífica, significan
una cosa: que ya es tiempo de república.
No
estaría mal que Torra se lo comentase el próximo viernes en Tarragona.
Bea Talegón
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