El Reino de España: un país forjado en el odio y la impunidad


El Reino de España es un lugar insólito.
Aquí quienes buscan reparación y justicia para sus familiares desaparecidos están movidos por el odio.
Las víctimas son los culpables de los crímenes que sufren y si se te ocurre exigir que te traten con respeto eres un soberbio sin sentido del humor.
La perversión de las reglas más básicas de una convivencia cívica alcanza tal nivel de despropósito que es del todo imposible nada parecido a un debate público: el odio, la deshonestidad, el cinismo y la impunidad son los principios sobre los que se sustenta cualquier discusión.
La democracia deliberativa de Habermas reducida a un partido de fútbol de patio de colegio. Ese es el máximo intelectual y de dignidad que disfrutamos en nuestra esfera pública.
Se puede intentar relativizar estos problemas, pensar que son minucias u homologables a otros países y, es posible, que en cierto grado así sea, pero hay rasgos excepcionales de nuestra historia que determinan la configuración de nuestra actual esfera pública.
Como ya he explicado en anteriores ocasiones, nuestro sistema político está fundado bajo la premisa de la excepcionalidad moral: lo que ocurrió en el franquismo, queda en el franquismo.
Esto no es una broma: los historiadores no podemos acceder a los archivos, no hay transparencia ni acceso a las fuentes públicas.
Esto es anómalo.
Esto impide la discusión y la exigencia de responsabilidades morales sobre los crímenes pasados. Esto impide un debate sobre nuestro pasado.
Esto evidencia el grado de impunidad, opacidad y corrupción de nuestro sistema político. La impunidad es la norma. Como consecuencia, se pueden decir las barbaridades más salvajes sin que pase nada.
Aquí es de mala educación que la gente asuma la responsabilidad de sus actos o palabras. Este sistema político está construido por los vencedores que llevan comportándose de este modo desde 1939 y es insufrible para cualquier persona que tenga la menor sensibilidad democrática.
Por otra parte, este país está marcado por la equidistancia entre la República y los franquistas.
El franquismo es el núcleo moral del Regimen del 78, es el mal menor que hizo posible la democracia gracias al desarrollismo. El franquismo justificó su cruzada satanizando y alimentando el odio a los rojos y los separatistas durante una generación entera.
Luego, tras los 25 años de paz los verdugos decidieron perdonar a las víctimas y empezar una nueva España.
Finalmente, durante la transición, los hijos de los verdugos, ahora líderes de los partidos de izquierdas, decidieron perdonar los crímenes de sus padres.
Hubo mucho perdón para los verdugos, los verdugos pueden llorar e indignarse si un ciudadano pregunta qué hicieron en la guerra o durante el franquismo.
Las víctimas, por su parte, deben dar gracias por haberlas borrado de la historia y negado cualquier reconocimiento. Así nadie podrá saber cómo de malvadas fueron las víctimas.
Este es el odio abominable que trasluce al poco que el tema de la guerra civil intenta ser abordado sin la premisa de la equidistancia. Este es el odio abominable que despierta la propuesta de un referéndum en Catalunya.
Esto es mucho más grave de lo que pensamos y son muchos quienes prefieren no afrontarlo. Se consuelan pensando que la monarquía es democracia y que ya somos modernos porque estamos en la Unión Europea.
Les recuerdo que Hungría también forma parte la de Unión Europea.
Personalmente, todo esto me produce entre tristeza, indignación y asco.
Soy un republicano español.
El Reino de España no es mi país.
El Rey no me representa.
Soy un demócrata y, por lo tanto, republicano.
Mi país es la república española por la que luchó gente como Max Aub.
Mi país fue defendido heroicamente por personas excepcionales que han sido borradas de la historia.
Los héroes que nos negaron. Personas de una grandeza e inteligencia que podrían haber construido puentes cuando las tragedias más atroces golpeasen a la sociedad civil.
Pero no existen.
Están muertos y han tenido que soportar que sobre ellos se vertieran las mayores cantidades de mentiras e indignidades inimaginables.
Mi país no existe.
Mi tío intentó reconstruirlo en el que ha sido el proyecto de crear un imaginario democrático más ambicioso en este país: Amar en tiempos revueltos.
 Amar en tiempos revueltos intentó recuperar el nacionalismo español democrático, de recuperar la memoria de esa republica silenciada y negada.
Fue un proyecto ligado al intento del zapaterismo de recuperar la legitimidad de la Segunda República.
Pero la serie era ficción, era pura ilusión.
El personaje central, Pelayo, representa la brújula moral de los republicanos, la conciencia de la democracia perdida. En la serie, transmite esa memoria a su nieta para que el recuerdo de la Republica no muera. Es ficción. Es mentira.
Los pelayos de este país murieron solos, olvidados, silenciados, aterrados o en el exilio.
Jamás tuvieron voz, jamás tuvieron reconocimiento. Jamás pudieron enseñar valores cívicos a nadie.
El franquismo triunfó: borró cualquier memoria democrática, aniquiló toda una tradición política, negó cualquier espacio cívico, pervirtió el significado de la decencia.
Las salvajadas que se han escrito sobre Catalunya estos días tienen su origen en el franquismo. En el odio y la impunidad como forma de vida, como forma de justificarse, de dar sentido a la propia existencia.
A la necesidad de estar siempre en cruzada contra alguien, porque sólo se puede justificar el régimen franquista si fue cruzada necesaria contra el mal absoluto.
En una sociedad democrática fundada en el civismo estas líneas editoriales no marcarían el centro del espacio de debate público. Serían marginales y residuales.
Cuando en 1969 Max Aub pudo por fin regresar a España, encontró un país que no reconocía. Todo estaba muerto. Todo estaba olvidado.
Su país ya no existía. Descubrió que no era un exiliado, era un apátrida.
A los demócratas españoles nos ocurre lo mismo.
Siempre he defendido la necesidad de un referéndum en Catalunya y siempre había deseado una victoria del No. Después de estos 7 meses, me parece imposible encontrar un solo argumento para convencer a un catalán de que vote No.
Los de monarquía es democraciatan contentos y complacidos con el régimen del 78, deberían reflexionar seriamente sobre la coherencia de su discurso.
No se puede mirar hacia otro lado e intentar hacer posturitas de indignación para negarse a ver el problema de cultura democrática del Reino de España.
Carles Sirera

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