¿Existió un franquismo benevolente?

 

Entre una dictadura y una democracia no hay posibles vías intermedias, ni existen dictaduras benevolentes, sino que en realidad estamos ante estrategias que intentan que los ciudadanos de hoy en día nos traguemos píldoras políticas repudiables.

Detrás de los intentos de maquillar al franquismo, presentándolo como un régimen con aspectos y logros positivos, lo que en realidad existe hoy en día es una estrategia dura de conquista del poder que pretende imponer sumisiones antidemocráticas.

Hay quienes hablan actual- mente de un franquismo be- nevolente, sosteniendo que el régimen del General Franco en sus últimas etapas no fue realmente tan malo como le han pintado los analistas e historiadores.

Entre una dictadura y una democracia no hay posibles vías intermedias, ni existen dictaduras benevolentes, sino que en realidad estamos ante estrategias que intentan que los ciudadanos de hoy en día nos traguemos píldoras políticas repudiables.

Se trata de una operación de maquillaje montada desde diversos sectores del franquismo que en su día habían comprendido que el franquismo como tal no tenía futuro en las coordenadas en las que se movía el mundo, a finales de los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado.

Maquillajes políticos

Los intentos de maquillar el franquismo fueron emprendidos prácticamente desde el mismo momento en el que los aliados –e impulsores– de aquel régimen fueron derrotados en los campos de batalla en la Segunda Guerra Mundial.

Lo que dejó a Franco muy debilitado políticamente, y a España en una situación precaria, desde la que no se empezó a levantar cabeza hasta la década de los años setenta.

El franquismo de los saludos fascistas, de los uniformes con correajes, de la represión sistemática de los disidentes, y de los asfixiantes controles sociales, políticos y morales, persistió durante años, bajo la sombra de un Franco que procesionaba bajo palio rodeado de obispos y cardenales, y que exigía sumisión cerrada a planteamientos de un anticomunismo primario.

Sumisión que se imponía en todos los sectores y círculos políticos, en una larga cadena de persecuciones y hostilidades que se prolongaron hasta el último hálito de vida del inmisericorde dictador.

Sin embargo, aunque entre los propios españoles las sucesivas capas de maquillajes sociopolíticos no tenían efectos persuasivos, lo cierto es que las interconexiones políticas existentes entre el régimen franquista y determinados intereses económicos y sociales pronto adquirieron vida propia y cierta capacidad operativa y de rediseño en términos de futuro.

La teoría del franquismo como régimen autoritario –y no como una mera dictadura de raíz nazi-fascista– que desarrolló el politólogo Juan Linz desde la Universidad de Yale, tenía la virtualidad de “reinterpretar” el franquismo como un régimen con algunas “posibilidades” evolutivas.

Lo cual activó una cierta dinámica interna entre determinadas familias y sectores que lo sustentaban, y que en los años sesenta ya empezaban a pensar en la inexcusable cercanía del “momento sucesorio”, como ellos decían.

Algo que propició una modulación de las críticas y las exclusiones de España en el plano internacional, sobre todo en el orden económico y de los intereses sociales, que anticiparon en aquella sociedad subdesarrollada, pero en evolución, nuevas y fructíferas oportunidades de negocio.

Como así acabó ocurriendo, al socaire de no pocas inversiones internacionales.

Las familias franquistas

En la esfera política, varias de las familias que sustentaban la dictadura pusieron en marcha diversas operaciones para intentar aprovechar las nuevas condiciones internas –y externas– de la situación para articular nuevos modos de actuación política y de institucionalización del poder que pudieran ser aceptables –incluso como mal menor– para las instituciones europeas, evitando que España quedara descolgada del nuevo orden socio-económico que se estaba desarrollando.

Por eso, desde las entrañas del mismo régimen se pusieron en práctica iniciativas y operaciones de maquillaje, que inicialmente no lograron otra cosa que una acumulación de capas de coloretes y materiales estéticos que, a veces, solo servían para ofrecer imágenes un tanto valleinclanescas de la realidad política española; con unos efectos que –más allá de sus dimensiones grotescas– quedaban neutralizados en cuanto los núcleos duros del franquismo –empezando por el propio dictador– decidían “poner orden”, con los correspondientes zarpazos de represión violenta.

Zarpazos que daban al traste con la imagen del dictador como un abuelo bondadoso y cariñoso, tanto con sus nietos como con sus súbditos. “Súbditos” a los que nunca contempló –y respetó– como ciudadanos auténticos con todos sus derechos y libertades.

Detrás de los intentos de maquillar al franquismo, presentándolo como un régimen con aspectos y logros positivos, lo que en realidad existe hoy en día es una estrategia dura de conquista del poder que pretende imponer sumisiones antidemocráticas.

¿Ruptura o Reforma?

La realidad es que el régimen político construido en torno al General Franco acabó sus días igual que había empezado: con fusilamientos.

Con diferencias, claro está, pero con el mismo efecto de que aquello que en sus orígenes paralizaba de terror a todos los españoles que no habían podido huir de su suelo patrio, al final no solo originó una ola de horror, sino también una indignación que se añadió a la convicción de que España tenía que entrar en una nueva etapa de su devenir histórico.

Una nueva etapa que pusiera fin a la utilización de la violencia y la crueldad como métodos de control político, y que permitiera que España se incorporara de lleno a las formas de vida y de articulación política asentadas en la Europa democrática de finales de los años setenta; y a las Instituciones económicas europeas correspondientes.

Para enfilar tal evolución, obviamente era necesario contar con el consenso de las fuerzas democráticas de oposición al régimen, sin perder de vista que en aquel contexto era poco realista pensar que la evolución –la Transición Democrática– podía alcanzarse en un proceso razonablemente rápido y exento de violencia, sin contar también con la concurrencia de las fuerzas y familias políticas aperturistas y evolucionistas procedentes del propio franquismo.

Y, desde luego, sin un motor institucional como el que aportó la monarquía constitucional del Rey Juan Carlos I. Rey al que las fuerzas y poderes más ultra-franquistas del régimen nunca “perdonaron” lo que ellos calificaron como “traición institucional”.

Y que no pararon, desde sus núcleos de poder económico y comunicacional hasta que lograron perpretar su venganza.

A la par que tales fuerzas relanzaban sus estrategias para recuperar poder e influencia, enmascarados en las nuevas formulaciones del tardofranquismo.

 Ahora protegidos –y medio disimulados– a la sombra del trumpismo.

De esta manera, a través de un giro tan elíptico como singular, los viejos tardofranquistas vuelven a aspirar en nuestros días a alcanzar un poder explícito –no solo subyacente y parcial o condicionador–, bajo fórmulas y pretextos que pasan, entre otras cosas, por intentar “vender” la imagen de un franquismo benevolente y desarrollista, que, según  ellos, permitió progresar en paz y orden a la sociedad de entonces.

Lectura que hoy en día formulan dirigentes del PP tan conspicuos e influentes como Esperanza Aguirre o Isabel Díaz Ayuso, que incluso han llegado al extremo de sostener que aquel franquismo fue mejor y más positivo para los españoles que el actual régimen sanchista.

¡Y del viejo “pepero” Abascal y los suyos no sé qué podría decirse en el actual contexto de tensiones políticas extremas y de distopías históricas demenciales!

Involucionismos subyacentes

La propia naturaleza y complejidad del proceso de Transición política española –no exenta de contradicciones y conflictos latentes (que ahora tienden a hacerse explícitos)–, junto a las mismas conexiones de antiguos líderes de la Transición, vinculados a núcleos de intereses económicos y sociales muy importantes, no hacen sino añadir nuevos elementos –y riesgos involutivos– a la situación presente de España.

Con el añadido de que algunas “evoluciones” políticas están causando sorpresa, y en algunos casos una gran decepción moral y política.

Pero, el hecho cierto es que en la España actual están delimitándose con nitidez alineamientos –y realineamientos– políticos que revelan la fuerza que aún tienen determinados poderes enraizados en nuestra historia –y a veces en los peores momentos de esa historia–. Por inaudito que pueda resultar.

Algunos de los que reivindican hoy en día políticas regresivas lo hacen manifestando algo más que un simple respeto histórico por otras etapas y pasados políticos, sino también el regreso a sus antiguas posiciones políticas. Algo que en realidad los lleva a retornar a su pasado y a algunos momentos cruciales de su propia historia personal; como les ocurre a algunas personas cuando alcanzan determinadas etapas de su vejez.

Los juicios de la historia

Los que hoy en día reniegan de los juicios políticos de la historia forman parte –o vienen– de una de las dos familias más o menos aperturistas o reformistas del régimen anterior, como ocurre con la corriente que ha ido de los “siete magníficos”, de la primigenia Alianza Popular, luego rebautizada como Partido Popular, hasta algunas de sus escisiones, como VOX.

Lo cual nos remite a personajes, a poderes y a grupos enraizados con sectores conservadores muy específicos de la Iglesia, de los aparatos funcionariales del Estado (sobre todo, de la Justicia, pero no solo), del mundo económico, de los ámbitos agrarios, de la comunicación social, etc.

Grupos y sectores que ahora se aprovechan –o lo intentan– del nuevo clima político mundial y de la fuerte ofensiva del trumpismo involucionista y reaccionario, sin reparos en utilizar todo tipo de armas y formas de actuación, incluida la persecución judicial espuria y los intentos de destrucción personal de sus adversarios. ¡E incluso de sus familias!, como solían hacer los nazis en los años treinta del siglo XX.

¿Existió un franquismo benevolente?

La dinámica política de las nuevas luchas por la hegemonía mundial, junto a los cuestionamientos de la legitimidad democrática, las tensiones de ajuste económico funcional y las pugnas de poder mundial, alimentan en España diversos despertares tardofranquistas, al igual que ocurre en otros países con viejos grupos de raíces claramente fascistas y nacionalsocialistas.

Con el trumpismo y Trump como gran referente en las pugnas actuales de poder.

¿Cómo es posible que algunos intenten convencernos de que el tardofranquismo puede resultar aceptable hoy en día? Los que lo están intentando creen que, ateniéndose únicamente a las últimas etapas del régimen franquista, pueden encontrar tal orientación en sus perfiles, como régimen autoritario (según Linz), con ¡un auténtico whishfull thin- king intencionado!

Aunque el contraste empírico de los hechos nos remita en realidad a una España de “charanga y pandereta”, y de tragicómica “escopeta nacional”, que se hibridaba con el uso de la crueldad sistémica y la represión como armas de intimidación y control político.

En este sentido, hablar de una cierta sensatez y de la “brillante visión estratégica” postrera de Franco recuerda a los que también hablaban en su día de la sensatez de Benito Mussolini y de Adolf Hitler.

Pero ¿eran realmente estrategias sensatas, brillantes, moderadas y benevolentes las suyas?

 

 José Félix Tezanos


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