Malos tiempos para la libertad de expresión
La Ley Mordaza, la reforma del Código Penal y las actuaciones recientes de
la Audiencia Nacional han reducido las libertades públicas en España a niveles
propios de otros tiempos.
La mayor parte de los ciudadanos de este país pensábamos que los tiempos
oscuros de silencio y censura habían quedado atrás, pero nos equivocábamos.
Por mucho que insistan desde los grandes medios oficialistas en hacernos creer
que este es un país libre, España
ha vivido en los últimos años un enorme retroceso en libertades individuales y
colectivas.
Hemos presenciado atónitos un brutal incremento de ataques contra la
libertad de expresión ejercida directamente desde el Estado.
Negar eso es cerrar los ojos ante la cruda realidad que nos aplasta.
Según Amnistía Internacional en España se están restringiendo
de forma desproporcionada los derechos y las libertades, tanto usando la ley
como prácticas policiales.
Los informes de esta organización afirman que sin lugar a dudas hoy gozamos
de menos libertad de expresión que hace diez años.
Más de 34000 personas han sido
multadas por publicar opiniones o imágenes en redes sociales.
Se ha detenido a titiriteros y artistas, condenado a raperos y tuiteros,
retirados libros y portadas de revistas del mercado, censurado exposiciones de
arte y aplicado mil formas más de represión.
Lo que nos muestra de forma muy evidente que vivimos en una democracia,
como poco, defectuosa.
La aplicación desmesurada
del Codigo Penal a la libertad de expresión tiene un claro
objetivo: imponer la
autocensura.
¿Quién no se ha parado un momento a repasar un tuit o un texto de Facebook
antes de lanzarlo? ¿Lo hacíamos antes? No, claro que no, porque no nos
sentíamos amenazados.
Ahora todos los usuarios de RRSS pensamos antes
de escribir.
Nos han obligado a hacerlo. Somos más “responsables”, nos inhibimos, somos
tibios, porque plasmar la realidad, tal y como es, nos puede costar muy caro.
El poder ha conseguido justo lo que pretendía, que entráramos en una espiral de silencio autoimpuesto que
solo beneficia a los que quieren mantener ocultas sus miserias.
Hoy ya no resulta fácil hacernos callar a hostia limpia como en épocas más
gloriosas. Queda feo.
Por eso prefieren que el temor que nos han inoculado les haga parte del
trabajo. Si por un tuit puedes acabar en la cárcel, está claro que te lo
piensas.
Y si no es lo bastante “terrorista” como para meterte entre rejas, siempre
quedarán las sanciones económicas.
Acribillar a alguien a base de multas también es
una forma de amedrentar. Porque el bolsillo duele, sobre
todo a los que no han robado de la caja pública para tenerlo lleno a rebosar.
Pedir penas de prisión o infligir multas solo por
usar la sátira o la mofa en redes sociales son formas de coacción y
hostigamiento.
Ya sea por ley o por intimidación, el Gobierno del Partido Popular encontró
distintas formas de controlar la libertad de expresión y, por ende, ese tipo de
creatividad basada en el ingenio y el humor inteligente que tanto ha molestado
siempre a la derecha rancia de este país.
La libertad de expresión está en peligro: cualquier chiste, crítica, burla o salida de tono puede criminalizarse.
Cada caso de persona represaliada es una advertencia al resto de la ciudadanía,
una amenaza de lo que nos puede ocurrir si sacamos los pies del tiesto.
Callando a unos pocos nos callan a todos.
La llamada Ley Mordaza, la reforma del Código Penal o la Ley de
Enjuiciamiento Criminal son claros ejemplos de la represión a la que nos han
sometido los gobiernos de Mariano
Rajoy, el mejor discípulo de Manuel Fraga.
Nos ha retrotraído a una época gris que creíamos finiquitada.
Ciertas actuaciones de la Audiencia Nacional, (antiguo Tribunal de Orden
Público) como aplicar el delito de
enaltecimiento de terrorismo a formas de expresión que se les antojan ofensivas,
nos han hecho vivir situaciones de auténtica vergüenza y esperpento que nos
sitúan en un contexto de etapas preconstitucionales.
Pedro Sánchez prometió derogar la Ley Mordaza, como otras tantas cosas, pero en este caso es exigible e imprescindible
que cumpla esa promesa.
Un partido que se llama a sí mismo progresista no se puede permitir
mantener una ley que reprime algo tan fundamental en una democracia como la
libertad de expresión.
No puede ser cómplice de prácticas dictatoriales. Y nosotros debemos
exigirle, desde todos los foros públicos, que lo haga y que lo haga ya.
Quien siembra el miedo domina voluntades, eso siempre lo supo y lo manejó muy bien la derecha española, pero es
intolerable que con un Gobierno socialista continuemos siendo reprimidos y
silenciados.
Y si el PSOE no deroga de una vez esta maldita ley cabrá preguntarse cuáles
son sus verdaderos motivos para no hacerlo.
Podríamos sospechar que quizá,
también a ellos les convenga esta ley del silencio y, llegado el
momento, sería necesario recordarles su falta de compromiso con las libertades
en las urnas.
Protestona
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