Este país necesita calle
Acción y reacción. Estímulo y respuesta. Son parejas
casi siempre inseparables… Casi siempre, pero no siempre.
Me asombra, me tiene realmente pasmada la desconexión
entre “agresión gubernamental” (estímulo) y reacción de la ciudadanía
(respuesta) en este país.
Desde hace mucho tiempo, nos sobran los motivos para
estar en la calle, llenando las plazas y las avenidas en una reacción popular
que en vano espero.
Salir a la calle, manifestarse o hacer una huelga
─general o no─, no son actos violentos.
Son actos de dignidad, es ejercer un derecho, es la
respuesta legítima de un pueblo ante la presión de un Gobierno, muchas veces
inhumano, que nos agrede con medidas injustas.
Salir a la calle tampoco es la consecuencia de una
determinada ideología política.
Nadie en este país está exento de razones para
protestar, salvo los que se lo están llevando crudo, que son pocos frente a la
masa de afectados.
Ellos son pocos y nosotros somos muchos y tenemos la
capacidad de que les tiemblen sus hoy firmes piernas.
Los motivos para una gran movilización en España son
tantos que sería imposible hacer una relación exhaustiva; lo voy a sintetizar
en unas pocas palabras: un gobierno corrupto y sus amiguetes se están forrando
con fondos públicos y privados mientras que nos recortan derechos y libertades
y nos ajustan la mordaza por si a alguien se le ocurre protestar.
Algunos datos:
·
Paro: según Eurostat, España es el segundo país de la
Unión Europea con el paro más elevado (16,7%), es decir, España dobla la tasa
de paro media de la zona del euro que está en 8,7%.
·
Desigualdad y precariedad: la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) recomienda a España atajar la pobreza laboral
─la que afecta a aquellos que pese a trabajar no llegan a unos niveles de
ingresos mínimos para poder vivir─ y cree que para ello se deben mejorar los
salarios y la calidad del empleo.
·
Pobreza infantil: uno de cada tres niños en España
está en riesgo de pobreza o exclusión social, según la ONG Save the Children.
·
Desahucios: según los datos del Consejo General del Poder
Judicial (CGPJ) en el primer trimestre de 2017 se produjeron en España más de
189 desahucios cada día.
El Gobierno de España sigue desoyendo al Comité de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU que aconseja a España
prevenir violaciones de derechos humanos en los desahucios de familias en
riesgo de exclusión social.
·
Corrupción: según La Sexta TV, “La corrupción le cuesta a los
españoles un total de 87.000 millones de euros al año, una cifra suficiente
para recuperar recortes en sanidad, educación o dependencia.”
Paro, desigualdad y precariedad, pobreza infantil,
desahucios, corrupción, pérdida de derechos son palabras tras las que se
esconden seres humanos y situaciones personales terriblemente dolorosas…
Imagino madres y padres trabajadores precarios con la nevera vacía que llega la
hora de cenar y no hay nada que darles a sus hijos; que donde en el año 2008
ganaban 1000 hoy ganan 600 y eso no da para llegar a final de mes.
Miles de situaciones personales dolorosas pero sobre
todo injustas, ¡injustas!
Ante unas cifras de paro escandalosas, nos han colado
una reforma laboral ─que hemos asumido dócilmente─, que ha generado una grave
pérdida de derechos laborales.
Miles de personas no tienen un trabajo con las graves
consecuencias personales que eso conlleva, pero los que trabajan han visto
bajar sus salarios, recortados sus derechos, agravadas sus condiciones
laborales…
Y todo esto genera precariedad y pobreza.
El sueldo más habitual en España, según los datos del
INE, está por debajo de los 1000 euros si eres hombre, un 23% menos si eres
mujer.
“La crisis que la pague el capital”, es una frase que
suena antigua pero la verdad es que la crisis la estamos pagando el pueblo, ese
pueblo dormido, indiferente y desmovilizado. “Cría ricos que te comerás sus
crisis”.
Piensa… Que una mujer de 92 años nos llame a movilizarnos
desde TV y eso se convierta en noticia, mientras sindicatos, partidos de
izquierda y colectivos sociales duermen el sueño de los débiles es para
hacérselo mirar…
¿Qué más tiene que pasar en este país para que nos
veamos en la calle?
Esa es mi desesperada pregunta desde hace tiempo. Y
puedo estar resultando subversiva, pero no lo creo.
No digo que no haya honrosas y esperanzadoras
excepciones: la Marea Blanca en defensa de una sanidad pública que parece que
solo les interesa defender a sus trabajadores y no a los verdaderos afectados
que somos los usuarios; la Marea Verde, en defensa de la Educación pública; las
admirables luchas que vemos estos días de los pensionistas por una pensión
digna pero que tendrían que estar acompañados de quienes tienen difícil llegar
a cobrar una pensión; otras luchas sectoriales, como las dignas Espartanas,
incansables ante el gigante del brebaje de origen americano; u otras que no
tienen una causa económica, como los murcianos y murcianas con su lucha por el
soterramiento de un tren que divide una ciudad. Son unos pocos ejemplos y sé
que hay muchos más.
Y naturalmente, tengo que citar a Catalunya, aunque
meterme en las causas daría para otro artículo, hoy solo hablo de
movilizaciones.
Las movilizaciones catalanas ya solo por lo masivas y
constantes manifiestan que hay un pueblo al que hay que escuchar y con el que
hay que dialogar porque sale a la calle y “hace y dice cosas”.
Todas son luchas admirables pero cada uno por su lado
y los demás mirando como si no nos afectase.
Vemos impasibles como el vecino se queda sin trabajo,
como desahucian al de enfrente, las colas del comedor social, los dependientes
que mueren sin cobrar lo que les corresponde, como nos dan una cita médica para
el año que viene o las dolorosas cifras de la pobreza infantil…
Todo esto mientras nos cuentan el enésimo caso de
corrupción, eso que nuestros políticos denominan, para tranquilizarnos, “casos
aislados” o “descuidos generalizados”.
Lo malo es que parece que sí, que nos quedamos muy
tranquilos.
Ante un problema tan general ─con dos bloques
interrelacionados como son la corrupción y los problemas sociales─, no bastan
las luchas parciales, no son suficientes los pequeños triunfos de una parte.
Este país está necesitando calle, que salgamos a llenar
las plazas en un grito social, unido, asambleario, catártico, que haga temblar
los cristales del Parlamento, de los palacios y de los grandes salones del
IBEX.
Cuando hablo de esto, siempre llegamos al punto de
preguntarnos ¿Y cuál debería ser el detonante que nos llevase a salir?
Buena pregunta.
Francamente, tendría que convocarnos espontáneamente
la indignación; pero no estaría de más que sindicatos, partidos de izquierdas y
colectivos sociales actuasen de canalizadores, dejasen de verse sus ombligos y
dieran pie a una movilización.
Tampoco estaría mal que el pueblo, consciente de ser
víctima, sintiese que otro país es posible y empujase a esos posibles
canalizadores para convocarnos en la calle.
Qué triste que yo esté sintiendo ahora que estoy
hablando un idioma de otro país o de otro tiempo.
Siento decírtelo pero es necesario: estamos siendo
dóciles corderitos en las fauces de unos pocos lobos que nos hincan el diente a
diario y siento pena e indignación porque la unión del pueblo, el poder
popular, nunca nadie lo ha podido parar y ha sido capaz en muchos países y en
muchos momentos de la historia de derrocar reyes, hacer caer gobiernos y poner
justicia donde hay injusticia y opresión.
¡A ver si despertamos! ¡Este país necesita calle!
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