La toga de hierro
En el CGPJ, sin leyes polémicas sobre las que
informar, ni plazas a adjudicar por las que tengan que pelear las asociaciones
de jueces, rige la pax Lesmes
“A los jueces nos duele escuchar que esa justicia en la que
creemos y por la que trabajamos no es independiente, que está politizada, que
son los partidos políticos los que dirigen la acción de los jueces. Estas
afirmaciones, reiteradas durante años por opinadores de todo tipo…, no se
ajustan a la verdad”.
Los
discursos, como los deseos de las misses, siempre están llenos
de buenas intenciones, y todos los que asisten a este tipo de celebraciones
están acostumbrados a oír proclamas similares como un mantra ritual.
Pero
seguro que a alguna de las autoridades presentes, civiles o militares, en el
solemne acto de Apertura del Año Judicial el pasado mes de septiembre, en el
Tribunal Supremo, le chocó escuchar ese canto a la independencia precisamente
en boca del presidente de la institución y del Consejo General del Poder
Judicial, Carlos Lesmes.
Porque Carlos Lesmes (Madrid, 1958) llegó en 2013 al
gobierno de los jueces después de haber estado ocho años como director general
en los gobiernos de Aznar, en el segundo al frente de la Dirección de
Relaciones con la Administración de Justicia.
Es
decir, era “nuestro hombre en la curia”.
“Los
puestos que ocupó Lesmes no se puede decir que fuesen técnicos y no políticos.
Cuando fue director general de Objeción de Conciencia era en una época en la
que los objetores iban a la cárcel”, considera Margarita Robles, que fue
magistrada del Supremo y vocal del CGPJ, pero que nunca ocultó su cercanía al
PSOE (tuvo cargos con Felipe González, dejó el Supremo para ir en las listas
con Pedro Sánchez y fue de las que votó “no” a Rajoy).
El actual presidente del Supremo había llegado al
Gobierno Aznar, procedente de la carrera fiscal, desde el tribunal de lo
contencioso de Valencia.
Con
el advenimiento de Zapatero, retomó la toga, ya para presidir la Sala de lo
Contencioso de la Audiencia Nacional. El dolido adalid de la independencia
judicial –de la “rabiosa independencia”, dijo en el discurso-- atravesó el
desierto de los mandatos socialistas impartiendo o participando en cursos de la
FAES, el nada independiente (ni ideológica ni presupuestariamente) think tank conservador
de José María Aznar.
Unos
16, una media de casi dos al año. Demasiados para que parezcan un accidente o
una casualidad.
“Cuando la sociedad se percate de que la independencia y la
profesionalidad presiden unas decisiones judiciales coherentes, adoptadas bajo
el principio de la igualdad de todos ante la Ley, fundamentadas exclusivamente
en sus dictados, cabrá esperar que la tarea del juez se valore con un saludable
espíritu crítico”.
Alguna
de las decisiones que adoptó el autor del discurso, ya como magistrado en la
Sala de lo Contencioso del Supremo, quizá no casen del todo con esa coherencia.
Como
la ilegalización de Sortu, que posteriormente tumbó el Tribunal Constitucional.
O no
se compadezcan demasiado con el principio de igualdad ante la ley: el que
llegaría a ser presidente del Supremo se quedó solo en su apoyo al indulto al
kamikaze de la autopista de Valencia que mató a otro conductor (el caso lo
llevaba el bufete en el que trabajaba un hijo de Alberto Ruiz-Gallardón, y su
defensor en concreto era el hermano del dirigente del PP Ignacio
Astarloa).
Cuando el PP volvió al
Gobierno, Lesmes era un candidato natural al puesto que ahora tiene allí, en el
CGPJ y en Supremo.
Aunque
no tenía demasiada experiencia en el Supremo (con todo, más que Carlos Dívar,
que no lo había pisado), había participado en los cursos de la FAES y en la
redacción de las dos últimas reformas de la Ley del Poder Judicial.
Y
era amigo de Alberto Ruiz-Gallardón (también fiscal de carrera).
Una
elección lógica. Incluso para el exministro socialista de Justicia Francisco
Caamaño. “La presidencia del Supremo ha tomado protagonismo y ha cogido peso
desde que está él. Es un sistema más presidencialista que otras veces, quizás
porque es una persona trabajadora y el tener una experiencia política y
conocimiento de las relaciones con las administraciones le ayuda a no estar
pendiente de otros parámetros, a trabajar con criterio propio”, señala.
“Abordar con
éxito estas y tantas otras facetas de la función judicial exige un acopio de
buena dosis de inteligencia emocional, empatía y dominio de las relaciones
personales”.
No
todos los que en los tiempos en que Lesmes atravesaba el desierto estaban en el
oasis de poder son tan favorables en su valoración como Caamaño. “Es
conservador, muy conservador, eso no es ningún secreto. Es afable en el trato,
pero un autoritario de tomo y lomo, tiene poder, y lo ejerce, incluso con los
suyos. Es muy consciente de las debilidades de los demás, impone su criterio,
sea justo o injusto, y eso le hace tomar decisiones a veces un tanto
arbitrarias, que le han ocasionado algunas broncas, como cuando impuso al
presidente de la sección tercera”, dice uno de los vocales en su día designados
por el PSOE.
Contra la norma no escrita
de que los presidentes de la Sala de lo Contencioso del Supremo renovaban un
segundo mandato, Lesmes removió la silla de José Manuel Sieira, un juez de
carrera con 21 años de experiencia de magistrado, para promover a un amigo,
Luis Díez-Picazo, juez por el quinto turno con una experiencia de siete.
Sieira
había sido el inductor de la anulación del indulto al kamikaze de Valencia.
También,
contra el criterio de su entonces compañero de sala Carlos Lesmes, había
promovido una cláusula en la sentencia de la plataforma Castor que
permitía al Gobierno no pagar la indemnización multimillonaria a Florentino
Pérez (que el Gobierno, generosamente, declinó utilizar).
Y sobre
todo, Sieira era amigo personal de Margarita Robles, la némesis de Lesmes, y se
negó a dejar de serlo.
“El buen juez
debe descubrir con sutileza los valores de las distintas instituciones,
resolviendo las controversias con equidad y, por qué no decirlo, también con
ciertas dosis de imaginación”.
En
lo de imponer su criterio le ha venido al pelo, además de las dosis de
imaginación, la reforma del Poder Judicial que ayudó a redactar: todo el poder
del CGPJ reside en la Permanente.
Y a
los cinco vocales que integran la Permanente los escoge el Pleno, pero los
propone el presidente.
De
hecho, cuatro vocales del CGPJ presentaron un recurso en el Supremo por
presuntas irregularidades en la renovación de la Permanente, en enero de 2015.
Entonces,
seis vocales habían realizado una propuesta por escrito, como punto del orden
del día, tal y como dicta el procedimiento, pero no fue discutida ni votada, “y
en su lugar se aprobó la formulada verbalmente por el presidente”.
El
pasado miércoles 23, el Supremo desestimó el recurso. Lo hizo, como
corresponde, la Sala Tercera, la que preside Díez-Picazo.
Fuera de la Permanente hace
mucho frío y nadie te oye.
Los
vocales que no forman parte de ella no pueden viajar a Madrid sin autorización
expresa, y en ocasiones a algunos se les ha denegado la autorización para
consultar expedientes de temas sobre los que tendrían que pronunciarse. “Nadie
se atreve a plantarle cara. Ni en el pleno ni fuera. En cuanto llegó, diez días
antes de Navidad, mediante un email, echó a 20 trabajadores a la calle,
dándoles media hora para recoger todo. Sin embargo, convocó cinco plazas de
letrados con carácter vitalicio, que antes no lo eran, y al día siguiente de
las elecciones de diciembre, el tribunal calificador concedió dos, una de ellas
al yerno de su segundo en el Supremo”, comenta una fuente del CGPJ. Margarita
Robles lo resume así: “Como presidente del Consejo, en vez de fortalecer el
organismo y, por lo tanto la independencia del poder judicial, lo está haciendo
un órgano completamente presidencialista, donde él es el que toma todas las
decisiones, más dirigidas hacia apuntalar su imagen personal que a la
institución”.
“El juez es un
trabajador del conocimiento. Su principal destreza es intelectual que, además,
trasciende su propio entorno, pues el ejercicio de su función genera y
desarrolla un conocimiento que se proyecta sobre gran parte de la sociedad”.
“No se le conoce ninguna aportación, ninguna
propuesta, ni como fiscal ni como juez. Y lo que es peor, ningún interés en
hacerla. ningún
interés en hacerla. Ha vivido agazapado, esperando una oportunidad, aplicando
de forma burocrática la legalidad”, dice un compañero de carrera.
“Cuando
le propusimos reunir todas una serie de causas pendientes iguales que iban a
ser cientos, o miles, en una sola, para evitar gastos a la administración y
complicaciones a las partes, no es que argumentase a favor o en contra.
Simplemente no escuchó”, se queja.
En el CGPJ, sin leyes
polémicas sobre las que informar, ni plazas a adjudicar por las que tengan que
pelear las asociaciones de jueces, con una Permanente de hierro, rige la pax Lesmes.
Según
los cgpjólogos, el
actual presidente intentará la muy difícil tarea de trabajarse la reelección,
en 2018, y si no, recalar en el Tribunal Constitucional. “Nuestro
compromiso institucional con el Estado de Derecho ha de guiarnos siempre por la
senda de la excelencia jurídica, con ecuanimidad e independencia”. Ha
dicho.
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