Soldados del humor
Invierno. La tarde avanza. El
Coronel Tácito levanta fastidiado los ojos de la pantalla.
El informe que le han
encargado no avanza. No sabe cómo seguir.
Estas cosas son cada vez más
difíciles.
En nombre de la Guardia Civil
tiene que vincular a una absurda lista de periodistas, mossos, diputados,
empresarios… con un supuesto Comité Estratégico Independentista.
Siente la punzada del
ridículo. Enciende su móvil. Entra en Twitter y durante un par de minutos
vomita insultos y bravuconadas contra las personas que investiga.
Se siente mejor. Lo suficiente
para volver al trabajo.
Si el
poder necesita una historia oficial que arrumbe sus miserias e inseguridades,
nuestros gobernantes son un desastre.
No hace falta ni acercarse: el
espectáculo del poder en España está mucho más cerca de la Commedia dell'Arte
que de cualquier epopeya: ambiciones, inseguridades, venganzas, miedos,
trapicheos… muy poca competencia y menos responsabilidad.
Conservan, eso sí, toda la
prepotencia de quién se cree diferente, ungido, habilitado por los dioses para
decidir sobre la vida y la libertad de la gente.
Lo que ocurre es que esta
superioridad no hace más que acrecentar un sorprendente lado cómico.
En realidad, los poderosos de
siempre, cuanto más crueles, inaccesibles y poderosos se presentan ante el
vulgo, más muestran a la vez su lado cómico.
Cuanto más feroz y cruento es
el poder, más patético a la vez se nos expresa.
Cuanto más mandón, más
grotesco. Cuanto más peligroso, más risible. Cuanto más lejano, más sagrado,
más revestido de su gloria…. más reconocible en sus miserias.
Si la
primera misión de un gobierno es mantener funcionando un país, las ocupaciones,
los servicios, la cultura, los cuidados, las vidas… la segunda es sin duda no
hacer el ridículo.
Entregadas hace tiempo las
grandes decisiones que nos afectan a los lejanos representantes del poder
económico de aquí y de Fráncfort, absortos los representantes en disputarse
dentro de sus partidos el favor de las listas y abandonada cualquier pretensión
de servicio público por parte de quienes nos gobiernan, el sobrio bloque
liberal-nacionalista, que trata constantemente de repartirse este país como si
fuera un rancho, ha decidido definitivamente concentrar sus esfuerzos en el
segundo punto.
Y no.
Si se trata de evitar el ridículo, no lo está haciendo.
Parece mentira que, cuando
estás a punto de conseguir cerrar todos los pactos para nombrar a los jueces
que te juzgan, escribir tú mismo los titulares que te informan, elegir a los
policías que te investigan, mandar a los fiscales que te acusan; cuando ya casi
habitas un país donde nadie pueda imaginar quién podría ser ‘M punto Rajoy’ y
el comodín legal para exculpar poderosos se llama ‘doctrina Botín’, un país
donde casi cualquiera puede ser condenado por cualquier cosa (y donde casi
cualquiera puede seguir libre... por cualquier cosa), parece mentira que lo
único que no puedas conseguir es que la plebe no se ría de ti.
Así que, señoras y señores
espectadores del público, no se hagan mala sangre por los recortes en los
servicios públicos, las pensiones de mierda, los trabajos basura, la
degradación moral de todas las instituciones….
Cuando la indignación les
enfurezca y el miedo a qué país vamos a dejar a nuestros hijos les supere,
tomen aire y observen el espectáculo: sé que no tiene ni puñetera gracia, pero
hay mucho de lo que reírse.
Los brotes despóticos de
nuestros pequeños y grandes matones no son solo una mezcla de incompetencia
supina y restos de la cultura autócrata de un longevo franquismo sociológico.
Son fundamentalmente rabietas
de ridículo.
Ese
ministro del interior que juega a cazar puigdemones como si fueran pokemons por
los parques de Alcobendas o por las calles de Mataró, en los maleteros de los
taxis y en los sets de televisión, el mismo que un día te dice en el Senado que
ellos “están ahí para ocultar las cosas” y al siguiente que hay que pensar en
“protocolos para que los presos muertos no resuciten”, ¿cómo evitar que estemos
preocupados por su sentido del ridículo?
A Juan Ignacio Zoido le
importa un 'tejerino' meter gente en la cárcel solo por ser extranjero, más o
menos lo mismo que que te quedes atrapado en una carretera nevada.
Le que le enfurece y le quita
el sueño es que su asesor no le sepa decir como coger un walkie como Dios manda
para la foto de los viernes con el gabinete de crisis en Sevilla.
Pero
es la otra cara de la misma moneda.
Es lo burlesco, que sigue a
este gobierno como una sombra, lo que le impulsa a comportarse de forma cada
vez más autoritaria y más chusca.
Y la actitud chocarrera de sus
capturados medios de comunicación, con sus bots rusos y su “España marca un
nuevo mínimo histórico en los ranking de corrupción”, les ayuda ayuda bien
poco.
Un círculo vicioso.
Mandamos a la policía en un crucero
de Piolín y luego tapamos al pobre Piolín con bolsas de basura, ¿quién tiene un
momento para buscar unas urnas?
En medio del cachondeo de
propios y extraños, ¿a quién puede parecerle una idea nefasta mandar a la
policía a reventar a palos unos colegios electorales?
¿No es precisamente cuando los
telediarios internacionales te obligan a dejar de golpear votantes cuando se te
ocurre que los delitos de odio deben ser muchos más que los que vienen en el
Código Penal?
Y si algunos te recuerdan que
eras juez (¿en serio?) y te mientan el artículo 25 de la Constitución, ¿cómo no
vas a querer encarcelar a esos malditos tuiteros agazapados bajo el anonimato y
la libertad de expresión?
Es
general.
¿Qué vas a hacer si has
saltado de la cama para atender corriendo la llamada de los servicios secretos
letones (¿letones? ¿no debería sólo eso hacerte sospechar?) para que te den el
nombre en clave del agente secreto Cipollino?
¿Se nos va? Con la percepción
de la corrupción al nivel de Bután, la libertad de prensa al nivel de Nigeria y
la independencia judicial al nivel de Turquía, ya podemos decir que España se
está tabarnizando a marchas forzadas pero, eso sí, con el surrealismo mágico
como forma de Estado.
Después
de descubrir que Puigdemont es ni más ni menos que el gran Cipollino, ¿cómo no
va a caminar más envarada que una peineta del corpus la señora ministra por el
patio de un cuartel lleno de profesionales de la defensa?
Lo malo no es que tu marido
aparezca repartiendo el mondongo en todas las causas de corrupción de este
país, la malo es que, teniendo una cloaca y pudiendo usarla, tengas que cruzar
el patio del Congreso manteniendo esa patética altivez mientras la platea
sonríe pensando que “L punto del Hierro” será un corrupto anónimo, pero es un
corrupto anónimo y en diferido.
Amenazas, sedición,
enaltecimiento, rebelión, injurias a la Corona, cadena perpetua, delitos de
odio… todo parece poco.
Créanme que la competición por
ser el más duro del barrio, el capo de su despótica monarquía nacionalista,
tiene menos que ver con la ambición de poder que con el miedo al ridículo.
Miren
al bueno de Albert, ese aseado trabajador de banca, gimnasio y traje a medida,
un político con más hipotecas que la Finca de la Alamedilla, que ayer mismo
seguía al pie de la letra el guion centrista y progresista, transformarse a
nada que oye la Marcha Real en el vengador de la patria contra peligrosos
titiriteros y taimadas maestras catalanas.
¿No expresa mucho más el
extraño miedo urgente a no poder espantar en el espejo su propia caricatura que
el mucho más comprensible trauma edípico de querer matar y sustituir al Partido
Popular, al que se apuntó de joven?
El ridículo y la represión se
empujan uno a otra hasta convertir el espacio público en una parodia social.
En España sabemos mucho de
eso.
Cuando el autoritarismo se
convierte en el sistema de gobierno, el drama se hace comedia y todas las
instituciones se colocan al borde del ridículo.
Mientras
que en los FIES introducen la categoría de diputado independentista, los jueces
españoles mandan euroórdenes de quita y pon para que las publiquen los medios
españoles sin que las vean los jueces europeos.
Vale que nadie se atreve a
decirlo en tu presencia, pero, ¿cómo no sospechar que tu concepto de analogía
penal es poco serio cuando mandas detener a alguien en territorio nacional pero
no te atreves a pedir que lo detengan en el extranjero?
Esto no es efecto streisand,
esto se llama cagarla.
Meter en la cárcel a un rapero
por afirmar que los borbones son unos ladrones, publicitar libros
secuestrándolos cuando van por diez ediciones, multar chavales por customizar
al Cristo de no sé qué cofradía… no parece la forma más efectiva de que el
nacionalismo español satisfaga su orgullo patriotero.
Al fin y al cabo la paradoja
de la humorada autoritaria es que es tanto más despótica cuanto más sospecha la
sonrisa pícara de la opinión pública detrás de la mordaza.
Porque
en realidad no estamos siquiera en el intento desesperado de reconstruir la
trágica España única, grande y libre, -por más que se siga protegiendo al
peligroso grupo de descatalogados que pretende abanderar (stricto sensu) con
total impunidad una sociedad que no existe-.
Lo que de verdad les mueve es
la sospecha y la rabia de que se estén riendo de ellos mientras lo están
haciendo.
Que te
amenacen, que te condenen, que te censuren, que te multen, que te encarcelen no
tiene ninguna gracia.
Pero es el humor, esa
desconcertante capacidad de reírnos de los que nos agreden, insultan, calumnian,
lo que de verdad quisieran prohibirnos.
Claro
que tienen miedo a una sociedad que crece, avanza, se informa y opina.
A un país nuevo que sigue
trabajando para crecer, cambiar, cuidar y sentirse orgulloso de sí mismo, que
consigue –desde los parlamentos, pero mucho más desde las casas- desde los
juzgados –pero mucho más desde las escuelas, los centros de trabajo, las
universidades, los bares y las plazas- cada día ganar una sociedad múltiple,
plural, consciente, libre, abierta y femenina.
Una sociedad que sigue con la
ilusión intacta de conquistar este país para ella misma.
Tienen
miedo a la gente, tienen miedo a perder, tienen miedo a la cárcel, tienen miedo
al futuro, tienen miedo a lo que la historia diga de ellos.
Pero sobre todo tienen miedo a
que la gente se ría de ellos.
Y
eso es preocupante.
No
vienen tiempos buenos para las libertades. Porque cuanta más risa den más van a
tratar de asustarnos.
Gloria Elizo
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