Orgullo español
Nos
enseñaron con un entusiasmo muy sospechoso que los súbditos del Reino de España
deberíamos estar orgullosos de haber dejado atrás una dictadura y haber
construido una democracia ejemplar y etcétera.
Pero nunca me sentí orgulloso, sabía
perfectamente igual que cualquiera que tuviera uso de razón entonces que no era
cierto. Franco murió en la cama luego de firmar sus últimas penas de muerte
como rúbrica a la aplicación de la Ley de Sucesión y la instauración de una
monarquía, para ello escogió y educó al nieto del que había sido rey Alfonso
XIII de Borbón. Y se fueron ejecutando uno a uno todos los pasos previstos, el
“atado y bien atado”, de acuerdo con los EE.UU. (Vernon Walters se encargó de
ello a pie de obra) y la colaboración de Alemania Federal.
Y unos años después el estado mismo se
reformuló en una maniobra nacida de su mismo vientre, el 23-F fue la
desautorización de un Adolfo Suárez excesivamente audaz para el Rey, el
Ejército y los poderes del estado y se había tomado demasiado en serio lo de
ser demócrata. Tras aquella noche en que absolutamente todas las ciudades de
España estuvieron bajo control del Ejército y la Guardia Civil, el Rey convocó
a los partidos estatales, excluyendo explícitamente a los vascos y catalanes
que tenían representación parlamentaria, y les informó de la nueva situación y
los “pactos del capó”. Apartado Suárez, en adelante la política del estado fue
reinterpretada y reconducida. Que alguien crea a estas alturas que Juan Carlos
nos salvó de lo que él mismo había promovido y que diga que el 23-F fue un
triunfo de la democracia y del pueblo español, cuando todo quisque estaba
acongojado y escuchando el transistor en su casa, es pedirnos que nos hagamos
imbéciles. No veo nada que deba dar orgullo a nadie en lo ocurrido entonces.
Y que al final de ese camino el
Consejo de Europa redacte un informe sobre las graves carencias democráticas de
la democracia española, al que hay que sumar las denuncias de organismos
internacionales sobre la falta de independencia judicial y sobre el podrido
sistema de medios de comunicación no es para sentirse orgulloso de ser súbdito
de un reino así. Pero no son precisos informes, basta buscar en la BBC o en
canales internacionales las imágenes de la represión a la ciudadanía catalana y
saber que a los gobernantes catalanes presos se les exige que cambien de
opinión política para liberarlos, para saber que el Reino de España no es una
democracia en su práctica. Lo que hubo de avances tras la muerte de Franco han
sido interpretados de tal modo que todos estamos bajo vigilancia y no somos
ciudadanos, somos súbditos que debemos temer.
Una vez más debo decir que el problema
de España no es Catalunya, es España misma y su idea de nación homogénea e hipercentralizada
en un Madrid mastodóntico que vacía su espacio alrededor y busca someter al
resto del territorio. España no es una nación, nunca lo fue y no lo puede ser
por medios democráticos, es un estado que afirma ser nación y para ello está
envileciendo a la población con un nacionalismo brutal. El “¡vivan las caenas!”
que clamaban los oprimidos reclamando la vuelta del absolutismo es ahora el
“¡soy español, español, español!¡A por ellos, oé!”, que gritan las víctimas de
los dueños del estado cuando marchan, voluntarios, a agredir a la ciudadanía
que quiere libertad y república. Un orgullo de ser español que implica el
orgullo de perseguir la libertad y de ser servil a los amos.
Y no podemos exigirle
responsabilidades a quienes son manifiestamente enemigos de la libertad y la
justicia, pero sí a quienes estas décadas jamás defendieron la república y
ahora suscriben o se inhiben ante el ataque del estado a las libertades de la
población catalana o de quien se rebela y pretende ejercer la libertad de expresión.
El PSOE e IU sí tienen mucho de que autocriticarse y corregir, porque han sido
parte del régimen y no han creado una cultura cívica alternativa al
nacionalismo españolista, totalmente vivo entre una parte de la población
ignorante y temerosa, el franquismo sociológico. Una cultura pública que
defienda la libertad y reconozca la diversidad nacional, válida para el
conjunto de la población española.
En la práctica han mantenido ese
nacionalismo de estado que es ahora la bandera y las cortinas patrioteras que
tapan las injusticias sociales y democráticas. Han sido culpablemente incapaces
de dar motivos de orgullo de ser ciudadanos de un estado democrático.
Suso de Toro
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