Por qué Europa no puede derrotar (económicamente) a Rusia
Rusia ha ganado y es la Unión Europea la que ha perdido, no EEUU; por qué baja el paro si cada vez trabaja menos gente; la IA no es una burbuja, sino un mar.
La Guerra de Ucrania parece
camino de acabar con una victoria rusa. La negociación, ahora mismo, se enfoca
en decidir qué de aplastante será esta victoria, y cuánto habrá que ceder para que
Ucrania vuelva a la situación que tenía en 2014 (un estado mierdoso y neutral)
después de haberse dejado millones de ciudadanos y cientos de miles de
kilómetros cuadrados de terreno por el camino.
Yo entiendo el shock de los
europeos que leen este tipo de cosas y no dan crédito. ¿Cómo ha podido perder
la OTAN, con su peso económico y militar, con el apoyo de un país que es
esencialmente una mini-Rusia llena de matones dispuestos a dar la vida por
defender aldeas cutres en el culo del mundo? Por eso, permítanme que les
presente este artículo del Brawl Street Journal, un interesante substack
enfocado en temas económicos.
La clave del argumento de BSJ es
que la energía importa mucho más que el dinero, un “mero mecanismo contable”, una forma de rastrear reclamaciones e
intercambios. Lo que realmente importa es el flujo de energía. Las sociedades
no avanzan porque equilibren sus cuentas, sino porque pueden controlar más
capacidad de llevar a cabo un trabajo específico (la definición física de
energía) por persona. En consecuencia, centrarse en el dinero de una sociedad
es engañoso:
Europa ha caído en esa trampa, y
en ningún otro lugar de forma más evidente que en su régimen de sanciones
contra Rusia. Están diseñadas para “cortar
las fuentes de ingresos” e impedir que Rusia “reponga sus fondos de guerra”, en palabras de Kaja Kallas. Según el
Ministerio de Asuntos Exteriores, de la Commonwealth y de Desarrollo del Reino
Unido, las sanciones “han privado a Rusia
de al menos 450 000 millones de dólares en fondos de guerra”. Una cifra
impresionante, casi una quinta parte del PIB ruso de 2024. Nada de eso ha
detenido la matanza.
El término “manipulación” se usa en exceso pero, dada la capacidad de Rusia
para seguir librando guerras, calificar estas sanciones de “efectivas” se acerca bastante. La
obsesión de Europa con el tesoro de guerra de Rusia —y su ceguera ante el papel
de la energía— explica por qué Bruselas puede redactar un 19.º o un 190.º
paquete de sanciones sin que importe. Rusia está inundada de energía. Entonces,
¿qué significa eso para su capacidad de seguir luchando?
Analicémoslo.
Si se elimina la trágica pérdida
de vidas, las guerras de desgaste son competencias de producción: cuántos
tanques se pueden fabricar, cuántos proyectiles se pueden forjar, cuánto
propulsor se puede mezclar. En resumen, todo se reduce a acero, aluminio y
explosivos. Y cada transformación, desde la materia prima hasta el producto
final, consume energía.
El insumo más obvio es el acero.
Un tanque de batalla principal moderno pesa unas 50 toneladas, y prácticamente
todo su acero se forja en un alto horno. Lo mismo ocurre con cada cañón de
artillería y casquillo de proyectil.
Esos hornos alcanzan temperaturas
de hasta 2000 °C (3632 °F). En un alto horno, el carbón proporciona ese calor,
y Rusia tiene mucho.
En 2024, consumió menos de la mitad de lo que
produjo.
Para la industria de defensa de
Moscú, esto significa un suministro interno estable, con o sin sanciones. Al
fin y al cabo, Rusia también posee el tercer yacimiento de mineral de hierro
más grande del mundo. La producción de acero rusa (71 millones de toneladas en
2024) es suficiente para fabricar alrededor de 1,4 millones de tanques de
batalla al año. Obviamente, se trata de un cálculo teórico, pero subraya la
magnitud de los recursos metálicos de Rusia.
Si el acero es la columna
vertebral de los tanques, el aluminio es el componente clave de los aviones de
combate y las carcasas de misiles. El aluminio es uno de los materiales que más
electricidad consume en la Tierra, por lo que las fundiciones solo sobreviven
donde la energía es barata y abundante.
Rusia tiene precisamente eso. Y
como séptimo mayor productor mundial de bauxita, también controla el otro
insumo crítico. De hecho, el país es uno de los mayores productores de aluminio
del mundo, gracias a las fundiciones siberianas de Rusal, construidas junto a
gigantescas presas hidroeléctricas.
El resultado es una electricidad
tan barata que, en comparación, hace que los operadores occidentales parezcan
descabellados. En 2015, el coste de la electricidad de Rusal se estimaba en 128
dólares por tonelada de aluminio. Dado que Rusal, a través de su empresa
matriz, posee indirectamente las presas hidroeléctricas que alimentan sus
fundiciones, es probable que esos precios se hayan mantenido estables.
En cambio, en 2023, las
fundiciones francesas se enfrentaron a unos costes de electricidad de
aproximadamente 2.350 dólares por tonelada. En otras palabras, Rusia puede
mantener su industria aeronáutica y armamentística inundada de aluminio a un
18% del coste europeo.
Tenemos los tanques, armas y
aviones ya cubiertos. Ahora vienen los explosivos. Ahí es donde entra el gas
natural. Es la fuente de energía irremplazable y la materia prima para el
amoníaco mediante el proceso Haber-Bosch.
Del amoníaco se obtienen
nitratos, y de los nitratos, propelentes y explosivos. Y, una vez más, la
producción rusa de gas natural supera su consumo interno. En 2024, Rusia bombeó
630 000 millones de metros cúbicos de gas y quemó solo 477.
Como resultado, Rusia produjo
alrededor de 17 millones de toneladas de amoníaco en 2024, manteniéndose
firmemente entre los tres principales proveedores del mundo. Y el excedente de
gas no solo alimenta plantas químicas, sino que también abastece una gran parte
de la red eléctrica rusa, manteniendo en marcha tanto la industria civil como
la fabricación militar.
Y a precios que Europa solo puede
soñar.
La geofísica es la pieza final
del rompecabezas. Tanques, camiones, aviones y la interminable cola que los
sigue consumen petróleo refinado. No es de extrañar que Rusia también lo tenga
controlado. Extrae casi tres veces más petróleo del que consume. Y según la
Revista Estadística de la Energía Mundial, su capacidad de refinación es de 6,8
millones de barriles al día, muy por encima de su consumo doméstico de 3,8
millones.
Se podría pensar que esta
avalancha de producción bélica se produce a costa de la vida cotidiana. Que si
el Kremlin vierte acero en tanques y gas en explosivos, las sanciones
afectarían a los hogares lo suficiente como para provocar disturbios. Quizás
así es como aumenta la presión sobre Putin.
Las cifras cuentan una historia
diferente.
Los
hogares rusos aún pagan algunas de las facturas de energía más baratas del
mundo: unos 6 centavos de dólar por kilovatio-hora de electricidad y menos de
un dólar por litro de gasolina.
En Alemania, las familias pagan
seis veces más por la electricidad y el doble por el combustible.
Detrás de esos precios se
encuentra el verdadero factor determinante: el suministro de energía per
cápita, la medida que, según Leslie White, determina el progreso o la
decadencia de una sociedad. En 2024, el ruso medio disponía de más del doble de
energía utilizable que un europeo.
Toda esta riqueza, toda esta
capacidad, todo este potencial, estaba en la órbita europea hasta 2014. Inditex
era la mayor empresa del sector textil ruso, y los bancos extranjeros dominaban
el mercado local de depósitos. Los rusos compraban coches alemanes y queso
francés.
Y ahora todo esto se ha ido al
garete no para la próxima década, SINO DURANTE GENERACIONES.
¿Lo entendéis, europeos?
DURANTE GENERACIONES. No os
habéis pegado un tiro en el pie: habéis extirpado los pies de vuestros
descendientes, los que tengáis que, ya sé, no van a ser muchos.
David
Román
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