Carlos Herrera, con el tabaco. Gracias
Los fumadores de puros somos, por lo general, gente civilizada que nos gusta degustar un veguero en circunstancias muy concretas. No está el precio de los cigarros precisamente para andar fumeteando en cualquier parte y de cualquier manera, a cualquier hora y en cualquier compañía. Un puro se saborea en ambiente tan exquisito como sus hojas llenas de vida y olor y se exalta debidamente en función del momento que nos proporciona. Por ello es difícil ver a fumadores auténticos cargándose una doble corona en la primera barra de bar en la que hayamos entrado a tomar un café. Necesitamos, digamos, otro escenario más meticuloso. Los fumadores de cigarrillos son más compulsivos, dependientes, y necesitan de forma gestual complacer una necesidad que consideran perentoria. No tengo nada en contra, pero no es mi caso particular. Si no puedo fumar, no fumo; no supone ningún contratiempo, y soy especialmente considerado si me apercibo de que el humo de mi Lusitania puede molestar a alguien de mi e