La nación española como propaganda, y la propaganda que no sirve para nada
Las naciones no se inventan o desinventan con manifestaciones apañadas, fotografías en los periódicos, ocupación en masa de pantallas. Hace falta la gente, la que vive la nación cotidianamente y la hace con plena voluntad; a esa gente no es preciso traerla en cientos de autobuses de toda España.
Y, además, no cualquier gente. Ciudadanos/as comprometidas, activos, críticas, de comportamiento democrático, cívico y pacífico. No hay inconveniente en que a estas manifestaciones por la unidad de España se sumen grupos, puñados, escuadras de fascistas, nazis, franquistas de todas las organizaciones de extrema derecha que nutren la convocatoria. Aunque sería de agradecer que no anduvieran sembrando el terror por las calles de Barcelona, agrediendo a viandantes, apaleando a inmigrantes (al grito de ¡moro de mierda vete a tu casa!), destrozando mobiliario urbano, siendo unos gamberros. Pero hay poca esperanza. Están envalentonados con este gobierno que les deja hacer, sobre todo por la sospecha de que bastantes de ellos puedan ser sus propio agentes de paisano.
Hablemos claro: esa manifestación por la unidad de España es una manifestación por una España unida de corte claramente franquista. Por eso se oyen vivas a Franco. Estos gritos y señales, igual que el vandalismo de los matones, no salen en los medios audiovisuales españoles, en donde solo se ven banderas españolas del orden actual en ordenada movilización. Pero los medios extranjeros, todos, reflejan el contenido franquista y fascista de esta concentración. Solo falta a los nacionales asegurar que se trata de la consabida conspiración judeomasónica.
Que en ella tengan presencia muy visible los socialistas Borrell e Iceta junto al comunista Frutos al ladito de la derecha del PP y C’s y notorios representantes de la extrema derecha prueba que el bloque nacional PP, PSOE (este con remilgos) y C’s esta dispuesto a hacer lo que sea, literalmente lo que sea para vencer y arrasar el movimiento indepe.
Otra cosa es que lo consiga. Porque este movimiento no es cosa de un grupo, camarilla, organización o partido, sino de una sociedad en su conjunto y complejidad. No conozco otro caso como el de la votación en el referéndum del pasado 1/10, en el que cerca de tres millones de personas acudieron a ejercer un derecho de sufragio en condiciones de hostilidad, agresividad y brutalidad estatales sin precedentes. Hace falta una moral cívica muy elevada. Cerca de 1.000 personas dieron con sus maltrechos huesos en los hospitales, pero un pueblo entero fue ejemplo mundial de voluntad política democrática. Se ganó el derecho a ser tratado como un Estado, resumió Puigdemont.
El gobierno no respeta ese derecho y procede por la vía represiva con una clara deriva dictatorial por cuanto ampara sus actos en el ilimitado artículo 155. Eso solo puede llevarlo a intensificar el conflicto e internacionalizarlo más. Es imposible vender al mundo una imagen del govern entre rejas. Y sin perspectiva real de solución puesto que esta no puede ignorar la voluntad vinculante del 90% de los votos del 1/10.
Los guiños de Sánchez de que este amargo trago de la dictadura “constitucional” dará luego paso a unos días de entendimiento y arreglo y vino y rosas tienen el valor de las promesas de Sánchez.
La fractura entre España y Cataluña no puede arreglarsee por la vía represiva. La única solución es retirar todas las medidas coactivas del gobierno, restablecer la legalidad de la Generalitat y sentarse civilizadamente a una mesa a negociar un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Dice Borrell que si el 75% del electorado pidiera la independencia, habría que reconocerla, pero que no se la van a “colar” con un 48%. Es un argumento pintoresco porque justamente eso es lo que se pide negociar. Se puede acordar esa cifra o una inferior u otra superior, si bien Palinuro siempre propugnará la pura mayoría de votos sin más pendejadas, de forma que el 48% le acomoda si los partidarios del “no” como el señor Borrell todavía son menos. Pero a continuación estaremos, imagino, todos de acuerdo en que, para salir de dudas, hay que averiguar las cantidades y eso puede hacerse de dos maneras: una, contando las banderas españolas que la Societat Civil Catalana es capaz de reunir en la Plaza de España de Barcelona; y, dos, realizando un referéndum legal para saber a qué atenernos.
Pues las dos partes se valen de procedimientos distintos, la cuestión se encasquilla en la fuerza bruta y, por tanto, no tiene arreglo, hasta que se atienda a razones, que no son las del Estado español el fascista anterior, este otro heredero de aquel y su ayudante del PSOE.
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