Mentiras fundamentales sobre Cataluña
El
quinto episodio de la tercera temporada de la serie británica Black Mirror,
Men
Against Fire podría servir como la mejor metáfora a la hora de comprender
la
manipulación mediática y operación de guerra sucia para administrar el
conflicto
catalán.
Para
quien no lo haya visto, una breve descripción de la trama.
En
un futuro distópico, una organización militar se dedica a perseguir y exterminar
una raza mutante (los roaches o cucarachas) que se esconden en
lugares
poco accesibles y presentan un aspecto aterrador, emitiendo gruñidos
incomprensibles,
y de quien se dice que se dedican a la violencia. Cada soldado posee un
implante neuronal que sirve para agudizar sus sentidos y así
perfeccionar
su eficacia letal. En una de las persecuciones, el protagonista recibe una
descarga de luz que le sobrecarga en el chip, hasta que éste empieza a fallar.
Es
así como, no solamente empieza a darse cuenta que el implante le engaña
sobre
su propia existencia, mucho más gris de lo que le muestran unos sentidos manipulados,
sino que la presunta raza mutante, corresponde en realidad, a humanos como a
él, y que los gruñidos son, simplemente palabras que puede comprender
fácilmente.
Porque,
en realidad, el chip sirve para distorsionar su percepción y, así, deshumanizar
a las víctimas, porque en cierta manera, el implante es como la propaganda en
tiempo de guerra: anula la capacidad de empatía a fin de ser manipulados al
antojo de sus mandos, y así poder practicar la violencia sin cuestionamientos
morales ni remordimientos.
Men
Against Fire nos sirve para describir el trato mediático y político a Cataluña
en
los últimos años.
Los
medios de comunicación convencionales, así como buena parte de las redes
sociales se han concentrado a atizar el odio contra Cataluña y a realizar unas
tareas de manipulación informativa descaradas.
Desde
programas como Espejo Público, los informativos de las cadenas generalistas,
los medios digitales, la prensa de Madrid se establece una competición a ver
quién es más antiidependentista.
De
hecho, los independentistas son tratados y distorsionados como los “roaches” o “cucarachas”,
y, de hecho, los tópicos usados no difieren de los recursos utilizados por los
antisemitas en Centroeuropa en los años que precedieron a la segunda guerra
mundial.
Esto
se complementa con un apagón informativo sobre lo que sucede realmente en una
Cataluña que, por su parte, y ante la bacanal de mentiras mediáticas, ha dado
la espalda a estos medios (la caída del consumo televisivo respecto a las cadenas
con sede en Madrid, así como con las cabeceras de los periódicos tradicionales
tiene magnitudes históricas).
La
ofensiva del odio ha conseguido serrar los cables que mantenían unida una
ciudadanía diversa a un estado que, vista la represión del 1-O y posterior, y
los silencios cómplices de la sociedad civil española, difícilmente se podrán
recoser.
El
divorcio mental ya es una realidad. Y esto se convierte en un grave problema
político que no hará sino empeorar mientras no se aborde mediante la política y
desde una democracia que tiene que ver con las urnas y el pacto –como entienden
los independentistas-, y no con las leyes y la represión -como practica el nacionalismo
español amparado en sus instituciones-
Por
supuesto, para deshumanizar a catalanes (como previamente se había hecho con
los vascos, o con los disidentes respecto al postfranquismo que domina los resortes
del estado) es necesario un relato que justifique el odio.
Y
para ello, es necesario construir mentiras, que para que sean creíbles, requieren
dosis homeopáticas de verdad. Esto no pretende ser un inventario exhaustivo,
pero sí contiene elementos bastante repetidos desde los medios de comunicación
y responsables políticos y que, o bien se han instalado como creencias
recientes, o bien llevaban mucho tiempo instaladas en el subconsciente
colectivo de buena parte de la sociedad española en una relación
España-Cataluña siempre conflictiva.
No
olvidemos que ya en el siglo XVII, Quevedo, un precursor de intelectual
orgánico y de los tertulianos contemporáneos, ya consideraba a Cataluña como
“aborto monstruoso de la política.”
Mentira número 1: Cataluña está dividida
“Las
familias se rompen”, “se persigue a los ‘constitucionalistas’”, … En fin.
Cualquiera
que tenga un mínimo contacto con la realidad, comprobará esta
falacia
de magnitudes olímpicas. La cuestión del independentismo, contrariamente a la
burda propaganda impulsada por Ciudadanos, no divide a la sociedad catalana en
absoluto, sino que, como cualquier otra cuestión polémica,permite visibilizar
opiniones y posiciones diferentes.
Toda
sociedad democrática se caracteriza por su capacidad de administrar
discrepancias, y el discurso catastrofista suele utilizarse como mecanismo, más
que conservador,inmovilista.
La
cuestión de la independencia puede dividir tanto o tan poco como el aborto, la
legalización de la prostitución, la inmigración, la multiculturalidad, la
permanencia en la Unión Europea o los matrimonios de personas del mismo sexo.
Las
personas y familias pueden mantener discusiones tensas sobre cuestiones
trascendentes que marcan los conflictos contemporáneos. Pero la actitud de
evitar administrar la complejidad del presente o de decidir sobre temas
importantes, no es de conservadores, sino de reaccionarios.
Vetar
los debates o impedir la búsqueda de soluciones suele venir acompañado de
argumentos falaces en base a un pasado idealizado (y, por tanto, falso) que
viene a romper la teórica armonía de una supuesta arcadia feliz, en un mecanismo
intelectual que recuerda al integrismo religioso.
La
actitud de, “no tratemos el tema de la autodeterminación, porque eso romperá
familias” no esmuy diferente a “no legalicemos el divorcio porque el país se
sumirá en el caos y la anarquía”, que sostenían los franquistas a inicios de
los ochenta, “no toleremos la libertad sexual de las mujeres, porque eso va en
contra de la voluntad de Dios”, que sostienen los fanáticos religiosos, o
“impidamos que los hijos de los inmigrantes puedan adquirir la ciudadanía
porque esto va a romper con los valores de la nación” que intenta poner en
práctica Donald Trump.
Bonus Track 1: A
lo largo del último siglo, el nacionalismo catalán ha debatido
reiteradamente
sobre “quién es catalán”. Fue durante los años sesenta, en un
momento
en el que la inmigración peninsular hizo que la población catalana se
duplicara
en cuarenta años, y que llegó un momento, hacia mediados de los
setenta,
en que había más residentes nacidos fuera que dentro de Cataluña.
En estas
circunstancias extraordinarias, se llegó a un acuerdo tácito. La fórmula, a medias
entre Jordi Pujol, Paco Candel y el antifranquismo militante fue: “es catalán
todo aquél que vive y trabaja en Cataluña”, a la cual sigue una coletilla que
no siempre se recuerda: “y que no le sea hostil”, dirigida especialmente a las jerarquías
de altos funcionarios y policías franquistas instalados en el Principado como
garantes de la represión.
Cambiemos
ligeramente los términos: “¿Quién es español?”. Administrativamente, quien
posee la nacionalidad, que por si no lo saben, en España funciona el “ius
sanguinis”, lo que implica que a los residentes de otra nacionalidad y sus
descendientes no se les consideran españoles. Bien.
¿Es
español aquel residente británico que no habla español ni bajo tortura y que desprecia
continuamente su identidad, símbolos y costumbres? La respuesta es obvia. En el
caso catalán, buena parte del “constitucionalismo”, en realidad, un postfranquismo
poco disimulado, implica que amplios segmentos de losresidentes de Cataluña
odian, desprecian o ignoran aquellos elementos
definitorios
y muestran una amplia hostilidad hacia el territorio, su lengua,
costumbres
y deseos de sus ciudadanos.
Debemos
recordar que Ciudadanos fue un partido creado expresamente en Barcelona para
canalizar el odio hacia lo catalán, y que representa a los herederos
intelectuales de los altos funcionarios y policías garantes de la represión.
En
sus manifestaciones es muy habitual que se paren a homenajear al cuartel de la
Policía Nacional de Vía Layetana, conocido por ser un centro de torturas y atentados
contra los derechos humanos desde inicios de siglo XX, un verdadero Abu Grahib
ibérico.
Mentira número 2: Lo de la
independencia es por el dinero
Se
trata de una falsedad muy arraigada, a la cual ha contribuido una parte no
desdeñable
del catalanismo conservador y su discurso –a pesar de todo, bien
documentado-
sobre la discriminación económica del país.
Pero
la cuestión económica no es una causa, sino una consecuencia del poder
asimétrico entre aquellos territorios -y grupos sociales- que perdieron la
guerra civil, y que al no existir unos juicios de Nuremberg no se rectificó.
El
poder real que se asentóentre las élites franquistas ha fomentado cierto
feudalismo económico, mediante unas políticas parasitarias asentadas en el
poder financiero y económico de carácter rentista y el alto funcionariado del
estado, con una mentalidadlatifundista.
El
Madrid político -que, por cierto, domina los medios de comunicación- ha
manipulado la política para sabotear el crecimiento y desarrollo de polos
económicos alternativos, no solamente en Cataluña, sino también, y muy
especialmente en el País Valenciano, donde la discriminación fiscal es aún más
profunda.
El
verdadero factor de fondo que explica el independentismo es un choque de culturas
políticas. Como ha demostrado la evolución del estado, especialmente apartir
del momento en el que el franquismo desacomplejado de Aznar llegó al poder
–sobre todo a raíz de la mayoría absoluta de 2000- ha chocado con la hegemónica
cultura política antifranquista que caracteriza transversalmente a lasociedad
catalana.
Como
los hechos han demostrado en base a una causa general contra el
independentismo, Cataluña se quiere ir porque ha comprobado la naturaleza
profundamente antidemocrática del estado español, cada vez con un comportamiento
más próximo a Turquía.
Cataluña
quiere romper con España,porque los últimos acontecimientos este gesto
representa romper con el franquismo (y la cultura franquista) hegemónica en el
estado, y crecientemente aceptada por acción (pero, sobre todo, por omisión)
por la mayoría de la sociedad.
Cataluña
quiere romper con España porque es republicana, mientras casi nadie cuestiona
una monarquía puesta a dedo por el Pol Pot mediterráneo que fue Franco.
Mentira número 3: el
independentismo es un movimiento burgués
Esta
es una acusación típica lanzada desde las izquierdas en base a una lectura indigesta
de un Marx poco leído y desde el mal comprendido texto de Jordi Solé Tura sobre
el catalanismo. En cierta manera, esta es una afirmación categórica y simplificadora
que contiene algunos elementos que llevan a tener este análisis erróneo.
En
primer lugar, la propia idea de “burguesía”, entendida a la manera tradicional,
es decir, patrones, propietarios de empresas y de gran capital, hoy en día es
más que discutible de acuerdo con las nuevas reglas del juego del
capitalismo
neoliberal.
Pero
lo que llamaríamos la alta burguesía catalana,vinculada a los negocios en base
a sus relaciones privilegiadas con el poder político es más que hostil al
republicanismo. Según los diversos estudios sociológicos y demoscópicos sobre
la cuestión, en Pedralbes, el barrio paradigmático de las clases altas
barcelonesas, el sentimiento independentista no llega al 40%. En cambio, sí
existe una mayoría de independentistas en lo que serían las clases medias y
sobre todo las nuevas clases medias emergentes, muy vinculadas con parámetros
más objetivos como el nivel de estudios.
Así,
según el barómetro de opinión pública de 2017, se consideran independentistas
quienes poseen una titulación de Bachillerato y FP (51%), y estudios
universitarios (entre el 61-63%), mientras es minoritario entre quien posee la
ESO (42%) o no posee estudios (20%). Esto se complementa con la edad: 59%
favorable a la independencia, 29% en contra para el segmento de 18 a 24 años;
58% a 32% para quienes tienen entre 25 y 35 años; 48% a 39% entre los 36 y 49
años, y solamente el unionismo empieza a ser mayoritario para los mayores de
50; 43% independentistas respecto al 47% unionistas entre 50-64 años y 40% a
51% entre mayores de 65.
Esto
ofrece un panorama complejo, silenciado en los medios españoles, que tiene
menos que ver con la clase que con el nivel de politización,arraigo y
participación social.
En
otros términos, el independentista no es ningún “roach” ni burgués, sino una
persona nacida en Cataluña, con estudios postobligatorios, que participa
activamente de la vida social de su comunidad, que ideológicamente mantiene
valores democráticos, se considera de centroizquierda y cuyas motivaciones
suelen estar más en construir un futuro libre de la hipoteca del franquismo
superviviente de la Transición, algo, por cierto, muy lejos de los tópicos
insertados en el chip que los medios madrileños y la clase política del estado
ha implantado en la percepción de la sociedad española.
Mentira número 4: el
independentismo es un soufflé
Esta
fue la excusa para no hacer nada cuando las cosas empezaron a deteriorarse a
raíz del culebrón del Estatut de 2006.
Desde
el entorno nacionalista español, fomentado en el bipartidismo PSOE-PP, pero
sobre todo desde el potente franquismo sociológico que nunca se fue, se
consideró que las heridas abiertas por los ataques catalanófobos durante la
tramitación,aprobación y sentencia del Estatut generaría un malestar pasajero.
Acostumbrados
al pactismo pujolista, las instituciones del estado cometieron el
error
típico de analizar situaciones nuevas con categorías viejas y no fueron
capaces
de percibir las mutaciones sociales y políticas profundas que ya se
intuían
des de la década anterior, en el que buena parte del independentismo iba saliendo
del armario catalanista, e incluso se iba gestando un independentismo postnacional,
que contempla el derecho a decidir como algo natural y la monarquía centralista
como algo insoportablemente retrógrado.
Mientras
las difamaciones sobre el sistema de inmersión, las descalificaciones hacia el nacionalismo
ajeno (sin la autocrítica del propio), los fracasos de las políticas de memoria
histórica se iban sucediendo, entre las generaciones que no vivieron el franquismo
ni la Transición se estaba cociendo un cambio de paradigma político:la idea que
la Transición había fracasado a la hora de administrar la cuestión de la
plurinacionalidad del estado, que la monarquía se trataba de la continuación del
franquismo por medios constitucionales, y que la reforma (especialmente la necesaria
transformación de una mentalidad española que no parece capaz de tratar de
igual a igual a aquellas realidades nacionales no castellanas) era imposible.
Y,
aunque pareciese una paradoja, la independencia era la opción más realista para
vivir sin la interferencia, no solamente del franquismo omnipresente en los
mecanismos estratégicos del estado, sino de una nación, la española, que no
admitía otra relación que la subordinación de quienes no comparten sus
referentes culturales e ideológicos.
Es
así como el independentismo fue creciendo de manera continua hasta llegar a casi
la mitad de los residentes catalanes. Los acontecimientos del último año,
mediante
una represión que recuerda a la de la primera mitad de los setenta, los presos
políticos, los exiliados, la criminalización de la disidencia, no está
reduciendo
en absoluto su número.
Y la
composición demográfica del republicanismo hace suponer que éste se reforzará
con el paso del tiempo
Mentira número 5: son
golpistas
Esta
es el mantra más repetido por la derecha nacionalista española, que considera
que el referéndum del 1 de octubre, junto con su preparación y su
incardinación
en el marco jurídico, así como la declaración de semanas después fue un “golpe
de estado”.
Resulta
más que curioso que aquellos que no tienen problemas a minimizar, y en algunos
casos a reivindicar el régimen franquista,sean aquellos que más se desgañiten
para exigir la aplicación permanente del artículo 155.
Sí
que hubo un golpe, pero fue inducido por el jefe del estado en su alocución (unimplícito
llamamiento a la represión) del 3 de octubre. Sus palabras fueron interpretadas
como una carta blanca por parte de los cuerpos policiales y el
poder
judicial (y el TC) para encarcelar con cargos ficticios a buena parte de sus protagonistas,
para impedir el nombramiento del presidente Puigdemont
forzando
vergonzosamente la legalidad o para acusar de terrorismo a quienes
cortaban
carreteras poseyendo pitos amarillos, como es el caso de Tamara
Carrasco.
Los
jueces europeos no se podían creer lo que veían, de manera que diplomáticamente
han desautorizado la justicia-ficción elaborada desde el Supremo, rebajándola
reiteradamente por los tribunales europeos a la segunda
división
europea, justo al lado de Turquía.
Bonus Track núm. 2: es
paradójico que, teniendo en cuenta que la generalización constitucional de las
autonomías (el Café para Todos) se realizó, indiferentemente de la voluntad de
la mayoría de territorios, y con un mapa autonómico surrealista, para diluir la
innegable condición nacional de Cataluña y el País Vasco, a lo largo de la
aplicación del 155, el único territorio sin autonomía fuera precisamente éste.
Mentira número 6: Se ha roto
la convivencia
El
mes pasado conocí a un joven de Ceuta que había encontrado trabajo en
Girona
como educador. Confesó que, cuando explicó a su familia que se venía a Cataluña,
su madre lloraba desconsoladamente como si hubiera sido enviado a la Guerra del
Vietnam.
Llevaba
ya algunas semanas aquí y pudo comprobar que todo lo que le habían explicado
sobre Cataluña era mentira. Que nadie le perseguía por no hablar catalán (como
sucede con el 20% de la población).
La
idea de la ruptura de la convivencia no es ningura realidad, sino un proyecto
deliberado
dirigido por Ciudadanos y que como ya confesó públicamente uno de sus líderes,
Jordi Cañas, anhela la ulsterización del país.
No
es fácil que esto suceda, porque la sociedad catalana es sumamente compleja y
heterogénea y lleva ya un siglo administrando la diversidad. En las familias,
lugares de trabajo, sindicatos, comunidades de vecinos, grupos de amigos
existen opiniones dispares, pero no se ha roto ninguna a causa del
independentismo. Si algún núcleo familiar se ha dejado de hablar es a causa de
razones mucho más profundas y personales.
En
entidades de la sociedad civil, como el sindicato CCOO, tras una consulta
realizada este año, el 40% de los afiliados se declaran independentistas, pero
no existe ningún movimiento que indique que la entidad se vaya a romper con una
dirección que se, no sin cierta ambigüedad, se desmarca del independentismo.
En
otras palabras, a pesar de los intentos de división por parte de partidos como
Ciudadanos o el PP, o la intoxicación mediática, Cataluña no se rompe, sino lo
que se está rompiendo son los lazos personales, económicos y culturales con una
España que parece llevar puesto el implante que contempla a los catalanes que
ejercen como tales como “roaches” o cucarachas.
Porque
buena parte de los catalanes, sean independentistas o no,están bastante hartos
de un estado que se esfuerza en mostrar a diario su hostilidad y que posee un
doble rasero a la hora de tratar a sus ciudadanos.
No
esnormal que una chica como Tamara Carrasco, que ha participado en un corte de carreteras
y se le haya encontrado en casa “una careta de Jordi Cuixart y un pito amarillo”,
haya sido acusada de “terrorismo” por la Audiencia Nacional, y en cambio, un
ultraderechista, amigo de la Guardia Civil, con un gran arsenal de armas de
juego y que tenía planificado atentar contra el presidente de gobierno,no sea
considerado terrorista.
Bonus Track núm. 3. Se
ha hablado de acoso y agresiones a unionistas, e incluso se ha magnificado el
hecho que al juez Llarena se le haya pintado de amarillo el portal de su casa.
Pero lo cierto es que los actos de violencia registrados van en una única
dirección.
Tras
los 1.066 heridos del 1 de octubre contra los ciudadanos que pretendían votar,
según el prestigioso Anuari.Cat, se registraron,entre octubre de 2017 y febrero
de 2018, 139 incidentes violentos de carácter ideológicos, todos ellos
ejecutados por la ultraderecha, entre los cuales, varias veces han participado
personal de las fuerzas policiales del estado.
Ello
ha implicó decenas agresiones físicas por llevar lazos amarillos y un total de
101 heridos de diversa consideración. Uno de los periodistas más destacados en
el conocimiento de la ultraderecha (y uno de los más amenazados de Europa) fue agredido
por un agente de policía de paisano, entre multitud de testigos y pruebas
gráficas, al grito de “Arriba España” y “Viva Franco”.
En
los días de octubre, varios coches de ciudades como Girona, Cassà o Verges
aparecieron con las ruedas pinchadas. Precisamente en Verges, ciudad natal de
Lluís Llach ha sido atacada varias veces por comandos ultraderechistas.
El
coche particular de la diputada republicana Jenn Díaz fue destrozado, Catalunya
Ràdio y una escuela de Barcelona fue asaltada violentamente por una
manifestación ultra y así un sinfín de situaciones silenciadas en los medios
españoles.
Desde
este punto de vista, el nacionalismo
español busca desesperadamente romper la convivencia.
Mentira número
7: No hay presos
políticos ni exiliados, sino políticos presos y huidos de la justicia
Sé
que esto es duro para muchos españoles que tienen en alta estima su país.
Pero,
tras los acontecimientos de octubre, el “a por ellos judicial” implica que personas
de una calidad humana intachable han sido encarcelados preventivamente por
formar parte de un gobierno, desconvocar una manifestación o permitir un debate
en el Parlament, lo que contrasta, por ejemplo, con el caso de la Manada u
crímenes de gravedad extrema o corrupción evidente.
La
situación se entiende únicamente a partir de las instrucciones jerárquicas de
una judicatura, que, en los niveles estratégicos, mantiene un franquismo
evidente, y probablemente tiene mucho que ver con instrucciones tácitas de una
jefatura del estado que no oculta su odio hacia unos catalanes, que en más de
un ochenta por ciento se declaran republicanos.
Amnistía
Internacional, 40 premios Nobel, magistrados alemanes, belgas, suizos o británicos
han denunciado lo que los medios españoles se obstinan en reconocer: son presos
políticos y exiliados.
A
cualquier profesor o catedrático de derecho le estalla la cabeza ante este acto
de derecho-ficción.
Pero,
por si hacía falta alguna indicación más, los varapalos judiciales europeos a
la hora de negar todas las extradiciones hacia los líderes independentistas
exiliados, han dejado a la judicatura española a la altura de la turca.
De
hecho, no creo nada casual que a Felipe VI le sentaran al lado del presidente
Erdogan en la ceremonia del centenario del final de la Primera Guerra Mundial.
Incluso el Supremo ha retirado las euroórdenes ante la evidencia, lo que
implica claramente que en ningún caso sean “huidos”, puesto que pueden circular
por todo el mundo menos en un país llamada España y en una Cataluña donde se
aplica, a la práctica un “estado de excepción”.
Bonus Track núm. 4: Es
bien conocido que antes del 1 de octubre, uno de los
juzgados
de Barcelona se dedicó a investigar ilegalmente al mundo independentista, y que
tras el “a por ellos judicial”, se encausó a más de 1.200
personas
por cosas del estilo “alcaldes que firman manifiestos”, tuiteros, manifestantes
o maestros que fueron denunciados, a instancias de los mandos de los cuarteles,
o por páginas web anónimas por supuesto adoctrinamiento.
En otros
términos, una “causa general” contra el independentismo y los “delitos de opinión”.
En el momento en que estos casos han pasado por jueces ordinarios, todo ha sido
archivado. A pesar del deterioro del sistema judicial, la mayoría de magistrados
no parecen dispuestos a sacrificar su integridad profesional y ética (a pesar
de que ello les impida progresar en su carrera).
Por
cierto, todo forma parte de una trama destapada por periodistas denominada
“Operación Cataluña”, a cargo de políticos conservadores y cloacas del estado.
Este conjunto de informaciones periodísticas probadas y contrastadas se
resumieron en un documental que se pasó en Cataluña y el País Vasco, y que ha
sido vetado por las televisiones generalistas.
Mentira número 8: Nadie
reconocerá a Cataluña / Cataluña nunca será independiente
Resulta
muy arriesgado, en política, o en la vida en general, utilizar el futuro
imperfecto.
Ni
quien esto lea, ni quien escribe posee la facultad de adivinar el futuro. Pero
con cierta formación y honestidad intelectual podemos intentar aprender del
pasado y comprender el presente.
Ahora
que se cumplen cien años del final de la primera guerra mundial es necesario
saber que en Europa se ha pasado de 26 estados independientes a 51, lo que
implica un promedio de uno cada cuatro años.
Y,
aunque cada caso tiene sus peculiaridades, se repite un mismo patrón: un estado
grande y plurinacional incapaz de administrar su diversidad. A diferencia de
dos décadas atrás, en Cataluña existe una masa social suficientemente amplia
que ha abrazado el independentismo como proyecto, lo que supone una espada de
Damocles sobre Madrid y que hace de España un estado tremendamente frágil y
vulnerable.
Es
cierto que a ningún país europeo u occidental le hace demasiada ilusión la
independencia de Cataluña. Pero la regla número uno de las relaciones
internacionales es el interés; y la número dos, la hipocresía.
Varios
gobiernos pueden utilizar el “conflicto interno” para presionar a las
autoridades españolas para conseguir favores o tratados que les suponga un
beneficio
(y que perjudiquen a la sociedad y la economía española). De hecho, yaestá pasando,
cuando la flota rusa ha podido reabastecerse en las colonias
españolas
del norte de África.
Y,
por supuesto, el reconocimiento de Cataluña no se producirá… hasta que se
produzca. La actuación burda y estúpida del gobierno español ha acelerado, además,
la degradación de su prestigio internacional (la presencia de España ya se ha
visto afectada a partir de la relegación en varios organismos internacionales
como la OSCE o la UE) y su situación diplomática (especialmente gracias a
ministros de competencia discutible como Margallo o Borrell) lo hace estar en
una situación de debilidad.
En
contraposición, la forma cómo Canadá, con un problema parecido, encaró el
conflicto,
mediante un referéndum, unas reglas claras y una negociación
posterior
hizo de este país norteamericano una potencia más sólida que antes de 1980.
Mentira número 9: los catalanes son supremacistas
/ nacionalistas / nazis….
Esta
ha sido una de las más repetidas últimamente al más puro estilo goebbeliano.
Se
fundamenta probablemente en el hecho tradicional de que Cataluña es una
sociedad tradicionalmente más urbanizada que España y que ciertamente algunos
sectores del catalanismo no siempre han sido muy diplomáticos en su relación
con Andalucía.
Ciertamente,
personajes como Antoni Duran Lleida (por cierto, un reconocido unionista y
representante de lo más rancio y apolillado de la antigua burguesía catalana)
utilizó en más de una ocasión los tópicos sobre andaluces vagos.
Pero
la realidad es bastante diferente: la propia Constitución establece una
asimetría en las relaciones entre lenguas y culturas: obliga a conocer el
español, pero no el catalán, al cual trata como lengua de segunda fila.
Es
más, el estado ha saboteado cualquier intento de que éste, con más de diez
millones de hablantes (y que es hablado por uno de cada cinco ciudadanos del
estado), sea oficial en España o en la Unión Europea, donde sí que lo es el
maltés, el esloveno o el finés, con muchos menos hablantes.
Además,
el trato del estado al catalán se ha caracterizado por un desprecio sistemático.
Resulta muy sintomático que existan más cátedras universitarias de catalán en
Alemania que en la España monolingüe.
Los
catalanes no se sienten superiores a los españoles, ni a los portugueses, ni a
los argentinos, sino algo que parece molestar mucho más: iguales. Es España la
que se niega a dar un trato igualitario, de nación a nación. Es cierta
incapacidad ontológica de aceptar de que Cataluña es una nación que, de acuerdo
con las teorías de Bennedict Anderson,
Ernest Gellner, Anthony Smith hace que este territorio y las personas que lo
componen se puedan identificar como tales.
Incluso
la floja definición de la Real Academia de la Lengua “conjunto de personas de
un mismo origen y que generalmente hablan la misma lengua y poseen una tradición
común” se acomoda a una realidad objetiva.
Sí,
ciertamente muchos tienen tatuada la creencia que los catalanes se han
inventado su pasado y que hablan catalán para fastidiar. Pero creer en ello no
significa que la realidad no pase por encima del deseo del nacionalismo español
de homogeneizar el estado al más puro estilo francés.
Desde
el nacionalismo banal de quien posee un estado (Michael Billig nos
recuerda
que son éstos quienes disimulan su nacionalismo a partir considerar la exhibición
de sus símbolos como algo natural), se considera a quien no comulga con la idea
cuasi religiosa de la unidad de España como un hereje, y utiliza el apelativo
de “nacionalista” para desacreditarlo.
Pero,
como ya hemos señalado, Cataluña es una sociedad plural y compleja y sus deseos
de independencia responden a un proyecto de ruptura respecto a un estado hostil
y autoritario.
Para
ello han desarrollado unas redes de sociedad civil que permiten movilizarse activamente
por cientos de miles. En vez de tratar de entender por qué hay tantas personas
que ya no quieren ser españolas, buena parte de la opinión pública y publicada
ha decido relacionarlas con la Alemania nazi…
paradójicamente
por parte de un estado que acogió a miles de ellos, que fue
construida
en su forma actual mediante el franquismo, y que utiliza la represión
para
tratar de mantener un statu quo crecientemente discutido.
Apunte
banal: España debería visitar al psicoanalista
En
este apagón informativo / implante cerebral que rige la conducta de buena
parte
de la sociedad española (no olvidemos que 6 de cada 10 españoles justifican la
represión contra los independentistas, tratados como “roaches” o “cucarachas”)
hay datos que muchos, diría que casi todos, desconocen.
Si hablamos
de la Cataluña contemporánea, exceptuando a José Montilla (2006-2010), todos,
absolutamente todos los presidentes catalanes han sido víctimas dela represión
del estado. Prat de la Riba, primer presidente de la Mancomunidad (una
pre-autonomía anterior a la República, entre 1914 y 1924) murió prematuramente
a causa de los diversos encarcelamientos en su etapa de líder catalanista.
Francesc
Macià (1931-1933) fue exiliado y encarcelado varias veces.
Lluís
Companys (1933-1940) fue encarcelado, exiliado, entregado por la Gestapo a
España, y finalmente fusilado.
Josep
Irla (1940-1954) fue exiliado y su patrimonio robado por el franquismo.
Josep
Tarradellas (1954-1980) pasó 38 años en el exilio.
Jordi
Pujol (1980-2003) fue represaliado por el franquismo y pasó algunos años en
prisión.
Pasqual
Maragall (2003-2006) fue defenestrado por el partido socialista, y cruelmente
difamado por los medios españoles.
Artur
Mas (2010-2016) ha sido procesado y finalmente le han incautado su patrimonio
en un acto de venganza del estado.
Y,
Carles Puigdemont también ha tenido que exiliarse.
¿Qué
le pasa a España con los catalanes?
Durante
siglos, Cataluña ha buscado inútilmente su encaje con el estado. Pero las cosas
han cambiado, probablemente de manera definitiva.
Una
parte substancial, quizá mayoritaria y en ascenso, ya no quiere saber nada de
una España empapada de franquismo y catalanofobia.
O
peor aún, de una España que, a la manera inquisitorial, ve en la existencia de
una identidad nacional alternativa como una peligrosa herejía.
Ahora,
una masa social resentida y organizada aprovechará la mínima oportunidad para
completar su proyecto o desestabilizar al estado.
Ya
sé que soy ingenuo, porque cualquier analista venido de cualquier sitio sabe
perfectamente que es a partir del diálogo y la negociación que un conflicto de
esta magnitud puede tener algún viso de solución.
Pero
para ello, la sociedad española debe arrancarse el implante que llevan puesto
para poder leer la realidad de manera objetiva.
Xavier
Diez
Desgraciadamente he disfrutado mucho leyendo tus verdades.
ResponderEliminarGracias Xavier.