La escopeta nacional
“El fascismo es capitalismo en
descomposición”.
Vladimir Ilyich Lenin
Me
extraña vuestra sorpresa.
Lo
reconozco, casi me conmueve que de repente os hayáis despertado con el miedo de
la amenaza fascista en vuestros televisores.
Temblorosos,
casi como paralizados recordando una política agresiva que antaño requería algo
más que un tuit o una firma en changue.org para enfrentarla, para lograr parar la
obvia locura y decisión en su discurso.
Me
maravilla que ninguno de vosotros os hayáis preocupado antes por los discursos
agresivos contra los migrantes, por su uso como meras cifras destinadas a
cuadrar nuestro PIB o por las víctimas a manos del estado en Tarajal o
Archidona.
Es
sorprendente comprobar como entre continuas inauguraciones de carriles bici y
jornadas en modernas librerías en donde uno se puede comer tranquila y
refinadamente un muffin, nadie de entre los ahora residentes de los que antaño
fueron barrios obreros de España, se percatase del creciente discurso de
odio presente en sus calles.
Aquel
que en medio de un proceso desahucio, en el cierre de otra tienda más de toda
la vida o ante el aumento exponencial del trapicheo de droga en la ciudad,
señalaba de manera directa a los migrantes, al partido del coletas o a Hugo
Chávez indistintamente.
Cualquier
símbolo resultaba adecuado para centrar el odio presente en el mensaje de una
derecha radical que nunca se ha ido de nuestro país.
Una
derecha patriarcal, tradicionalista, racista y particularmente corrupta.
Una
opción política legal en España, que no dudaría ni un segundo en retrotraer a
nuestro estado a una realidad fascista si el temor de los mercados les otorga
la oportunidad.
Apenas un par de décadas a todas luces no son
suficientes para enterrar toda la mentalidad del odio.
Noventa
años atrás nadie se imaginaba las consecuencias que el fascismo y el nazismo
traerían al mundo. Hitler o Franco fueron aclamados por los grandes medios y no
pocos líderes políticos de la Europa liberal los admiraron antes de que
decidiesen pasarlos directamente al vertedero de la historia.
Tampoco
fueron pocos los líderes de izquierda que menospreciaron la amenaza de los
nazis, ni los que en España vieron a Franco como un rival secundario frente a
las propias disputas internas.
Hoy,
al igual que entonces, un clima revuelto envuelve Europa.
Las
naciones Estado vuelven a recuperar un peso que parecían haber perdido para
siempre, las grandes figuras sobrepasan a las organizaciones políticas y la
crisis económica, poblacional y climática, hace que el populismo, el odio al
“el otro” y la retórica militarista, marquen de nuevo las agendas del
mundo.
En tu barrio, Pepet ya no se va de
vacaciones, ser un mileurista ha pasado a ser todo un privilegio,
las cervezas los sábados son paulatinamente cada vez menos y no son pocos tus
amigos que ya votan a Ciudadanos, Vox o UPyD. Vale, en UPyD son pocos y
punto, pero en lo relativo al resto de asociaciones políticas primoriveristas,
creo podéis llegar a entender lo que quiero decir.
La
cosa parecía obvia, no me jod…, no creo que hiciese falta que La Sexta, Jot
Down o El País dijesen que la cosa comenzaba a pintar negra para que algo os
sonase raro, aunque también familiar en todo esto.
Los
yonkis de caballo en los portales, los amigos en paro o en trabajos de mierda,
las manifestaciones cada día fruto de la precariedad, la mierda de las banderas
omnipresentes tras lo de Cataluña y unos taxistas que parecían seguir anclados
en lo mejor de los años 80-90 en cuanto a sus gustos músicales y de
movilización social, eran cuanto menos una clara señal de que algo estaba
pasando.
No
sé si esto se habla mucho en twitter, si es tendencia en algún círculo o si
Iñigo Errejón ha dicho algo de todo ello en alguna entrevista , pero la
dinámica de clases, los efectos del neoliberalismo y sus demenciales medidas
tras la última crisis económica, han arrojado a muchas familias
de la hasta ahora clase media de golpe a la precariedad y la
pobreza.
Para
gente inmersa en otra realidad social, los veranos ya no son una época para
viajar, sino para buscar pisos más económicos, las neveras ya no experimentan
con el veganismo o lo ecológico sino que simplemente intentan acallar un
codicioso apetito, los niños ya no visten de marca, el coche eléctrico ha dado
paso a la democratización del metro y aquel compañero nuevo sirio ya no parece
realmente tan simpático desde su último despido.
No nos equivoquemos, aquí nadie está
señalando a la clase obrera como el principal soporte de cara al nuevo auge del
fascismo en España.
Ni
mucho menos.
Aunque
sí pretendo, humildemente, alertaren estas líneas acerca del trabajo que muchas
organizaciones políticas de signo fascista están realizando en barrios obreros
que hasta hace poco pertenecían a la supuesta clase media española.
Barrios
que todavía hoy albergan entre sus bloques a la que se suponía la generación
más preparada de nuestra historia, una generación que soñaba con ver a muchos
más Pedro Duque deslumbrando al mundo, pero que hoy regresa a los acordes del
premonitorio “No
hay futuro” de Eskorbuto, mientras que de forma curiosa los
astronautas españoles cumplen el sueño de ser ministros.
Como pueden llegar a imaginar, visto el
panorama social, no resultó demasiado complicado llegar a integrar el mensaje
de desconfianza ante el migrante o ante una élite política a todas luces
corrupta, entre todos aquellos que ya sin su trabajo y pertenecientes a la
mayoría social en el omnipresente mercado de la diversidad, únicamente se
podían identificar con la bandera y el peso moral de su país.
No existe motivo alguno para creer que los
españoles no puedan aupar una opción de ultraderecha del mismo modo que lo
hicieron los italianos, estadounidenses, brasileños y tantos otros antes.
Si
Europa ha tardado relativamente poco en olvidar la miseria y vergüenza del
nazismo pese a la contundente derrota a manos de la organización obrera de la
URSS, no duden de las ansías por salir del armario de un fascismo que en España
resultó vencedor sobre la izquierda republicana.
De ZP a Ciudadanos y VOX han pasado
varios profetas televisivos, una revolución con sonrisas pero sin
redistribución material real, un presidente negro e imperialista en Estados Unidos,
un Papa boludo pero reaccionario al fin y al cabo, un partido que quería
asaltar el cielo y ha terminado pactando con el PSOE de siempre, un rey que ha
dado paso a otro y un par de decenas de leyes destinadas a recortar los
derechos sociales y a blindar a su vez los derechos del 1 % de nuestra
sociedad.
Con
Pablo Casado jugando a cumplir los deseos más oscuros de Aznar y Albert Rivera,
y Santiago Abascal intentando incendiar España desde Alsasua,
uno hace tiempo que se puede imaginar perfectamente a Billy El Niño
desnudo ante el espejo practicando el Arriba España al más puro estilo Taxi Driver.
Llegará
la violencia política, llegarán también los grandes resultados para Vox, Hogar
Social Madrid o cualquier otra formación supremacista y nos retrotraerán
rápidamente a los discursos del pasado siglo en materia de derechos para la
mujer, derechos sexuales, medioambientales o migratorios.
Nos
asfixiaran con una economía liberal que anteriormente decían combatir y
finalmente estallará de nuevo la tragedia en España o quizás en Europa.
Puede que estemos todavía lejos de
levantarnos de nuevo con el sonido real de la ultraderecha en nuestras calles,
aunque de no conseguir articular una alternativa real al capitalismo en el
viejo continente, la izquierda sin duda entregará de forma inconsciente las
llaves del rupturismo político con el actual modelo social a la ultraderecha,
todo mientras se empeña obstinada y cómodamente en profundizar por una vía
socialdemócrata que no nos lleva más que a dilatar eternamente la inevitable
confrontación social entre los desposeídos y aquellos que concentran la
totalidad de los vienes de producción.
Ante
la perdida del peso del estado social, ante la infrarrepresentación obrera en
la toma de decisión de la cadena productiva, ante la banalización de las luchas
sociales y el abandono de la lucha material.
La
única alternativa realmente rupturista, la última bala para muchos seguirá
siendo el fascismo.
Todo
pese a las librerías veganas y el ambiente de tolerancia que se respiraba en tu
barrio del centro.
No nos sorprendamos entonces cuando los Billy
El Niño de nuestra era se encuentren con las puertas abiertas para imponer su
lógica.
No
pidamos derechos a quienes ya no respetan las normas que ellos mismos
impusieron.
Ayer
fue Vistalegre, pero quizás, si la izquierda no logra retomar su propio discurso,
mañana el fascismo podría volver a la Plaza de Oriente o a Moncloa.
Nunca
juzgaron sus crímenes, por responsabilidad social, no dejemos únicamente al
destino que puedan llegar a caer el la tentación de repetirlos.
Daniel Seijo
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