El juicio de España a los catalanes ha empezado
En febrero de 2019 ha empezado
el juicio a los representantes de la voz catalana que defendió, el 1 de octubre
de 2017, el derecho a votar su libre determinación.
Lo defendieron votando, y
España envió allí al cuerpo policial para impedirlo.
Ahora, tras unos meses de
censura y persecución mediática y judicial, empieza el juicio con los
representantes civiles y políticos entre rejas y el cuerpo policial
condecorado, bajo la tutela de Su Majestad el Rey Borbón.
Este texto denuncia la
imparcialidad del proceso judicial, ahonda en sus causas históricas y alerta de
los desafíos que conlleva no darle solución.
Estas palabras van dirigidas a la atención del orden
internacional, en especial de América Latina, con la mirada puesta en Europa y
sus desafíos históricos.
El asunto es el juicio a
los representantes del pueblo catalán, que desea expresar su libre
autodeterminación ante una España que no le otorga este derecho. El motivo de
este llamamiento es la falta de imparcialidad del proceso, la ausencia de un
arbitrio internacional, y su impacto global.
El juicio se ha iniciado
el mes de febrero de 2019, y el sistema judicial español actúa como juez y
parte defendiendo la unidad de España. El aparato mediático estatal ha
sentenciado el caso catalán ante la opinión colectiva, antes de empezar el
juicio, y la sentencia es clara: son culpables.
Paralelamente, se evita la
difusión del juicio para contener la capacidad crítica de la comunidad española
e internacional y, sobre todo, para silenciar la voz catalana que cuestiona a
la sentencia mediática y judicial preconcebida.
De este modo, se silencia,
también, a la voz de las gentes y/o pueblos que cuestionan al orden establecido
y se organizan para defender su libre expresión.
Los catalanes, resultado del rechazo de España a su ofrecimiento
para formar parte de ella, con el estatus de nación, han instado a sus
representantes culturales, civiles y políticos, a ejercer su derecho a la libre
determinación, como pueblo.
Y se han organizado
colectivamente para realizar un referéndum de autodeterminación. Desean saber
cómo quieren gobernarse, tras cuestionar la autoridad de un estado español que
se niega a aceptar la singularidad nacional catalana y ejerce instrumentos de
dominación sobre ella. Las causas de esta determinación popular son históricas.
Es incuestionable la
opresión que los estados francés y español han ejercido sobre el territorio de
influencia catalana, que entronca con la región de Occitania, del mismo modo
que es incuestionable el borrado de su historia común.
Occitania y el principado
de Cataluña, junto con el resto de los reinos catalanes (Valencia y Mallorca),
así como el condado del Rosellón, son una entidad de origen medieval que,
resultado de un pulso político y religioso, ha sido objeto de descrédito,
persecución y opresión.
Este desafío cultural ha
ido acompañado del desmantelamiento de la autoridad de Aviñón, de la Orden de
San Juan y del pueblo judío en estas tierras, así como de las autoridades
cátara y protestante, bajo el brazo católico inquisitorial, en las mismas
tierras desde las cuales se expandió el modelo monástico benedictino por toda
Europa Occidental (Aniana, junto a Aviñón y Montpellier), hará ya más de 1000
años.
Los reinos catalanes han mantenido su autoridad nacional,
institucional, jurídica, económica y fiscal hasta el inicio del siglo XVIII. Es
entonces cuando castellanos y franceses, bajo el proyecto Borbón, inician el
desmantelamiento de la identidad nacional catalana imponiendo el absolutismo
castellano.
Pero, pese a todo ello, los reinos catalanes han mantenido su
autoridad nacional, institucional, jurídica, económica y fiscal hasta el inicio
del siglo XVIII.
Es entonces cuando
castellanos y franceses, bajo el proyecto Borbón, inician el desmantelamiento
de la identidad nacional catalana imponiendo el absolutismo castellano.
Este desmantelamiento es
el resultado de una guerra dinástica internacional para el control de Europa,
en la que los ingleses, los holandeses, los austríacos, los portugueses y los
poderes de los Saboya acuerdan con los borbones el reparto de sus tierras y de
los derechos del proyecto colonial.
Con el Tratado de Utrecht,
de 1713, que pone fin a esta guerra, se traza el destino de los catalanes, que
son abandonados a la suerte del derecho de conquista, y el conflicto continúa
en una contienda desigual entre catalanes y borbónicos, hasta que son
derrotados.
Desde entonces, los
catalanes defienden sus privilegios y libertades labrados a lo largo de los
siglos gracias a un sistema parlamentario altamente institucionalizado, que son
los derechos originarios de todo pueblo genuino.
En su lugar, en toda
España se impone una institución intrusa sin vocación parlamentaria, bajo el
modelo castellano e inquisitorial, que la historiografía oficial se empeña en
dignificar por activa y por pasiva.
En conjunto, se trata de un episodio que Europa ha tendido a
descuidar, en el largo y doloroso proceso de formulación de sus estados, y de
su difícil convivencia. Por lo general, con el paso del tiempo se ha
normalizado un orden político, económico y sociocultural, como ha ocurrido en
Francia.
Pero en el caso de España
este proceso todavía no se ha materializado.
Resultado de la castellanización forzada del conjunto de las
naciones de la región de España, España se niega a reconocer plenamente su
identidad plurinacional, del mismo modo que le ocurre a Europa.
Resultado de la castellanización forzada del conjunto de las
naciones de la región de España, que se inicia en el siglo XVI, que se acelera
en el siglo XVIII, y se ha mantenido hasta la constitución española de 1978,
España se niega a reconocer plenamente su identidad plurinacional, del mismo
modo que le ocurre a Europa.
Por razones políticas,
económicas, religiosas y culturales, España y el orden europeo son coautores
del desmantelamiento de la identidad nacional catalana. Lo fueron en el siglo
XVIII, pero también en el siglo XX. Con el nacimiento de las Naciones Unidas,
Europa no reconoció la singularidad del proceso colonial castellano, y España
implementó la censura y la represión en defensa de su identidad castellana, a
costa del resto de nacionalidades.
Cataluña y el
republicanismo español quedaron a merced del gobierno fascista franquista,
quien ejerció una profunda represión con docenas de miles de víctimas que
todavía nadie ha podido dignificar, ni juzgar. El franquismo terminó, pero la
democracia empezó con la prohibición de juzgar al franquismo, de modo que se
mantuvo en el poder.
Se impuso la Ley de
amnistía de 1977, y Europa no lo impidió. España aplazó de este modo su
correcta reconciliación.
Como resultado, se ha creado una situación anómala en su
convivencia. Otras entidades plurinacionales, como el Reino Unido, Bélgica o
Suiza, a lo largo de los siglos diecinueve y veinte han tendido a aprender a
convivir, respetándose mutuamente.
España ha hecho pasos
adelante hacia su conciliación, en el último cuarto del siglo XX, pero este
proceso ha sido insuficiente.
Empezó condicionado por el
interés de Europa en abrir sus fronteras a España, sin consenso, sin un debate
y al margen de la castellanidad, y ha iniciado un retroceso. Esta situación, en
el caso de Cataluña, se ha agravado debido a la cuestionable administración
estatal de los derechos históricos y culturales de los catalanes, así como de
una incuestionable fiscalización política y económica de Cataluña, Valencia y
Mallorca.
En este contexto, los representantes civiles y políticos
catalanes, con el apoyo cultural e intelectual de la catalanidad, han apoyado
la voluntad del pueblo catalán.
Ellos son los
representantes de un pueblo unido que defiende sus derechos fundamentales, a
quien se deben. Todos ellos desean expresar su opinión y mostrar su
determinación a expresarse como nación, en un orden internacional justo, en el
que no haya desigualdades impuestas entre las naciones y exista el derecho al
reconocimiento mutuo, para el bien común.
Se trata de un desafío a una españolidad castellana que no
incorpora a la catalanidad como parte de su identidad, que no respeta su
naturaleza plurinacional y ejerce la fobia y la represión al resto de naciones,
con total impunidad.
No se trata de un desafío a la castellanidad en Cataluña. Se trata
de un desafío a una españolidad castellana que no incorpora a la catalanidad
como parte de su identidad, que no respeta su naturaleza plurinacional y ejerce
la fobia y la represión al resto de naciones, con total impunidad.
El catalán está prohibido
en las cortes de España y en el ejército español, y está ampliamente rechazado
en el sistema judicial de índole estatal.
Las consecuencias de esta
situación transcienden a un pulso por una identidad cultural, y forman parte de
la aplicación de un derecho de ocupación histórico de carácter militar,
político e institucional, dirigido en su origen por su majestad Felipe V de
Borbón, en los inicios del siglo XVIII, que tiene su fundamento internacional
en el Tratado de Utrecht.
Ante este escenario, el pueblo catalán participó activamente del
proceso de implementación del sistema democrático y social en España, iniciado
desde la muerte del dictador Francisco Franco y tutelado por Europa.
El balance fue,
inicialmente, aparentemente positivo. Pero en el momento en que la catalanidad
recuperó su dignidad, en el inicio de la década de los 2000, fue objeto de
recelo. Cataluña ofreció normalizar el proceso de recuperación de su identidad
y sus derechos a España, pero ésta se la negó.
En su lugar, España empezó
una campaña judicial contra la normalización de la catalanidad. Resultado de
ello, la catalanidad se reorganizó decidida y pacíficamente para defender sus
derechos.
Pidió ejercer su voz, su
derecho a opinar. Pero ante la reiterada negación de España y el renacimiento
de la hostilidad anticatalana, mostró su autoridad y se organizó con fondos y
recursos propios, para votar un referéndum el día uno de octubre de 2017.
Y votó, pese a una
lamentable represión policial, derivada de la ausencia de carácter dialogante
de la autoridad castellana.
El resultado fue
concluyente.
Existe una mayoría de
catalanes que desean dejar de formar parte de España, que es superior a la de
los catalanes que desean seguir formando parte de ella. La españolidad
castellana, lejos de abrirse al diálogo, optó por acentuar la represión,
imponiendo la censura mediática y atentando contra la libertad de expresión,
mientras iniciaba un proceso de judicialización sin precedentes.
El orden policial,
jurídico y político catalán fue intervenido. Todos aquellos que no
representaban al orden español fueron retirados de sus cargos. En algunos
casos, ajusticiados, del mismo modo que se inició el enjuiciamiento a la voz
cultural y periodística.
Tanto el gobierno español como su sistema judicial, con el apoyo
de su majestad el rey y la connivencia del ejército y la conferencia episcopal
española, así como del poder económico instrumentalizado en la política, con el
control casi absoluto de los medios de comunicación, se han opuesto a dar voz a
los catalanes.
En su lugar, todos ellos
han creado el imaginario de unos líderes catalanes que han generado alboroto
popular, y que actúan en contra de la ley, sin atender a los derechos
fundamentales del orden internacional acordado en la Carta de las naciones
unidas.
La españolidad castellana,
que gobierna con el brazo militar y judicial a España desde hace tres siglos,
ha transformado a los representantes catalanes en los líderes de un motín, y
los ha amenazado, perseguido, enjuiciado y enviado a prisión.
Desde el mes de febrero
del año 2019, ha iniciado un juicio contra ellos. Los acusa de organización
criminal, rebelión, sedición y malversación de los fondos públicos.
Y nadie acusa, a la
españolidad, de atentar contra el pueblo y la nación a quienes ellos
representan: Cataluña.
Europa ha pedido una solución dialogada, pero España pide penas de
12 a 74 años de cárcel contra los representantes democráticos y civiles de un
pueblo organizado, tras haber creado el falso imaginario de un liderazgo
populista e ilegal.
Ante la ausencia de un orden internacional legitimado, conocedor
de la verdadera historia de los catalanes, que defienda los derechos de los
pueblos a la libre determinación, Europa ha optado por pedir a España una
solución dialogada.
En su lugar, sin embargo,
España ha decidido juzgar a quienes considera los líderes de una rebelión,
organizados como una banda criminal.
Pide penas de 12 a 74 años
de cárcel, contra los representantes democráticos y civiles de un pueblo
organizado, tras haber creado el falso imaginario de un liderazgo populista e
ilegal, negando todo ápice de diálogo y creando un juicio a priori que ya
incluye la sentencia.
Paralelamente, en España
se ha recuperado la voz neofascista, y la anticatalanidad se ha agravado, así
como la del propio sistema democrático. Se ha reavivado el desmantelamiento de
los pocos derechos culturales y lingüísticos de la catalanidad en Cataluña, tal
y como se ha acelerado en las últimas dos décadas en Mallorca y Valencia.
El pulso cultural es ahora judicial, faltando a la verdad
histórica y a los derechos fundamentales de todos los pueblos.
La causa catalana no es solamente una legítima causa social,
cultural y nacional.
Es también una causa
europea, por un orden internacional más justo y equitativo. Pero es, de hecho,
una causa global, en un punto crítico de la historia de la humanidad en el que
la democracia se pone en duda, también en Europa.
Europa ha conseguido sobreponerse a su propia competencia interna,
liderando en el siglo veintiuno las voces de la democracia, la equidad social y
la sustentabilidad ambiental, en un proceso en el que también han participado,
activamente, los catalanes.
En este proceso, sin
embargo, Europa ha sacrificado varias culturas, internas y externas a su ámbito
continental. En este sentido, atender el asunto catalán es una cuestión
pendiente. Cataluña es la nación histórica europea con más vigor sin ser
reconocida como tal. La España castellana es responsable de ello, pero también
lo es el orden internacional europeo.
Dar voz a los catalanes no es un delito, el delito es enjuiciar a
la catalanidad y conceder la impunidad a España sin atender a la
responsabilidad colectiva de los pueblos del mundo, cuya convivencia se
fundamenta en el libre reconocimiento mutuo.
En el caso de que Europa permita dar continuidad al juicio contra
la causa catalana, será un paso a atrás que tendrá consecuencias en la
conciencia colectiva.
Dar voz a los catalanes,
en una Unión Europea democrática, económica y social, no es un delito. El
delito es enjuiciar a la catalanidad y conceder la impunidad a España sin
atender a la responsabilidad colectiva de los pueblos del mundo, cuya
convivencia se fundamenta en el libre reconocimiento mutuo.
Por encima de todo, existe el derecho de los pueblos a tener
representantes políticos y civiles, sin cuya autoridad se ahoga la voz de la
libertad, de la democracia y de los derechos sociales.
Permitir este juicio y la
condena o represión a la catalanidad, en el seno de la Unión Europea, tendrá
consecuencias por el carácter antisocial del mismo. Pero, sobre todo, tendrá
consecuencias por el hecho de tratarse de una seria amenaza para quienes
representan a la democracia y la libertad necesarias para una confederación
global de los pueblos.
Sin esta confederación global, en la que todos los pueblos tengan
voz a través de sus representantes, no será posible garantizar la paz universal
ni afrontar los desafíos económicos, sociales y ecológicos que la humanidad
debe atender.
(*) Andreu Marfull Pujadas, Profesor en Planificación y Geografía
Urbana a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México - 2
Marzo, 2019
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