Léelo, es cojonudo.

Se trata de un poema que mandó un lector al periódico de Guadalajara Nueva Alcarria, para que lo publicasen en la sección de “Cartas al Director”. Sólo deciros que el personaje esta en suspensión de empleo y sueldo. Leed el poema, no lleva mucho tiempo y tiene tela. La casa real llamó para pedir explicaciones por semejante publicación en el periódico… de ahí el castigo al responsable que lo edito. En un anciano País existió una monarquía que comenzó en democracia y terminó en anarquía. En aquel reino reinaba una curiosa familia: un Borbón de nuevo cuño y una griega algo engreída que engendraron dos princesas y un príncipe en demasía por cumplir con la ley Sálica que consagraba la hombría. La cosa empezó a torcerse con las bodas de las hijas, algo ligeras de cascos y de moral distraída. La mayor, que era algo lela, pasó por la vicaría con un noble también lelo en la ciudad de Sevilla. Al poco tiempo parió un querubín de revista que devino en gamberrete con escasa puntería. La segunda, buena jaca, se cameló a un deportista, que dejó a su antigua novia y se encoñó con la niña. De jaca pasó a coneja y cada año paría urdangarines de pro, chupones de dinastía. Y el principito heredero, cortejador de coristas, cayó por fin en el cebo de una artera periodista, divorciada y con más mañas que la puta Celestina; pero falló en la preñez por seguir la dinastía pues en lugar de un varón paría niña tras niña. Pero empiezan los problemas y la cosa se complica por culpa de estos gañanes que, de nobleza, ni pizca. El noble rancio de Soria, bermudas y en zapatillas, paseaba por Serrano cual jocunda modistilla; circulaba en patinete con ignorante osadía saltándose a la torera direcciones prohibidas Y el Borbón mandó parar, se acabó la algarabía, suspendió la convivencia y se cargó una familia. El chico del balonmano, modelo de deportistas, se convirtió en un truhán, en un vulgar chantajista que, siendo duque de Palma, tuvo la necia osadía de estafar unos millones en tan reputada isla. Y el Borbón mandó parar, porque al duque sugería que se marchase del reino a ocultar sus fechorías. La justicia que no es lerda, apeló a su señoría, y es fácil que al señorito le caigan ciento y un días. El príncipe mientras tanto afronta esta travesía sin saber que el gran patrón prepara una felonía. Sin encomendarse a nadie se ha ido de cacería a la sabana africana, solito y sin la Sofía, sabiendo que a la llegada le esperaba mis Corina, rubia y jacarandosa, cortesana la más fina. A la mañana siguiente salieron de cacería, cacería de elefantes, que es una cosa muy fina. Parece ser que cobraron colmillos de gran valía, y a celebrarlo montaron una generosa orgía. El Borbón de las narices como un cosaco bebía, y apañó tan regia trompa que salió con alegría no a por rudos elefantes sino a trincarse a Corina que lo esperaba anhelante tras las leves celosías del bungalow colindante. Como al pendejo le ardía la cosa entre la entrepierna, pensando que ya subía al catre de aquella fiera, aceleró por la prisa y tropezó en un tablón y tropezó de tal guisa que se crujió la cadera y se le aflojó la picha. Al monarca, trastornado, llevan a la enfermería, y al ver que es cosa muy seria llaman a Cancillería para repatriar al bobo y salvar la Monarquía. Corina, desconsolada, triste, sola y compungida, se consoló con un negro, muy bien armado y sin prisas. Mientras, la consorte griega celebra Pascua Florida blasfemando porque el Rey la cuernea con Corina. Esta es la historia,señores, del reino de Picardía, donde los nobles y reyes ejercen con alegría un papel desvergonzado, las más torpes tropelía mientras el pueblo se jode y no le encuentra salida a los más duros problemas de su aperreada vida.

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